Capítulo de Investigación
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Elogium Pacis: la exégesis agustiniana del salmo 21,28-29 en el contexto donatista
Elogium Pacis: the agustinian exegesis of psalm 21,28-29 in the donatists contex
https://doi.org/10.28970/9789585498228.5
Introducción
En su infancia, san Agustín no conocía el donatismo. Serge Lancel, 162, señala que, si bien Tagaste había estado bajo el poder de los donatistas durante muchos años, por temor a la legislación imperial había vuelto al catolicismo mucho antes del nacimiento de san Agustín. Es más, el mismo Obispo de Hipona comenta en ep., 93,1 cómo en su pueblo natal el recuerdo del donatismo ya se había borrado para el tiempo en el que él había nacido. No obstante, cuando san Agustín llega a la diócesis de Hipona, realmente se da el encuentro con el movimiento cismático norteafricano, y es cuando él mismo es testigo de su fuerza y de su virulencia. Más aún, dentro de la misma diócesis de Hipona, cuando san Agustín es ordenado sacerdote y obispo, los católicos eran una minoría que vivía oprimida bajo el yugo de la comunidad cismática (Lancel, 150), la cual, incluso, se podía permitir el lujo de prohibir a los panaderos que cocieran pan para los católicos.2 Si bien es cierto que las cosas cambiarían después de la Conferencia de Cartago (411), la cuestión de la paz en el norte de África, en relación con la violencia y el cisma donatista, fueron una realidad que san Agustín no llegó a conocer por completo.
Este contexto de división y de lucha religiosa engendró no solo una situación social tensa, sino también una abierta violencia, ya que, como se sabe, los donatistas contaban con un brazo armado —los circumcelliones (Frend 172; Lepelley 930)—, cuyas barbaridades se volvieron proverbiales y de las que tenemos abundantes noticias en algunos documentos de la época de san Agustín, como, por ejemplo, los escritos de Optato de Milevi3 o la misma Vita Augustini de san Posidio.4
Shaw 239, al hablar de la lucha de san Agustín contra los falsos mártires donatistas, particularmente en el contexto de la epístola 185, subraya solo los elementos políticos de dicha lucha, y olvida así los intereses teológicos, soteriológicos y sociales de dicha polémica agustiniana. Ciertamente, si todos estos elementos que hemos mencionado se pueden incluir en lo que Shaw denomina “político”, sus observaciones son acertadas.
En vista de esta situación, los habitantes de Hipona, y en general los moradores de los pueblos del norte de África, añoraban la paz. Por ello, cuando san Agustín predicaba la enarratio al salmo 147 en el año 403 (Hombert 588), al momento de mencionar la palabra “paz” todo el pueblo lazó un grito de júbilo. San Agustín, por una parte, se quedó sorprendido, pero por otra aprovechó dicha circunstancia para meditar sobre la paz, sobre ese elemento que, si bien es una realidad invisible, era algo hermoso, deseado, querido, añorado y ansiado por todo el pueblo de Hipona:
El que puso tus fronteras en paz. ¡Cómo os alborozáis todos! Hermanos míos, amadla. Sobremanera me deleito cuando se deja oír en vuestros corazones el amor de la paz. ¡Cómo os deleitó! Nada había dicho, nada había expuesto yo; recité únicamente el versillo y clamasteis. ¿Qué cosa clamó de vosotros? El amor de la paz (en. Ps., 147, 15) (CCL 40, 2149, 2).
Se trata de una paz que solo se puede conseguir cuando se termine la división y la violencia desatada por los donatistas. Una paz que es fruto, como señala el mismo san Agustín, de la plena justicia en la unidad de la Iglesia: “Habrá paz en donde haya justicia perfecta” (en. Ps., 147, 20) (CCL 40, 2157, 29). No obstante, san Agustín destaca otro detalle. Se trata de una paz conseguida por Cristo en la cruz. El Salvador ha puesto en paz todas las cosas por su muerte en la cruz (Ef., 2, 14), y el donatismo, según el pensamiento teológico agustiniano, no solo alteraba la paz social, sino también atentaba contra la unidad de los cristianos con ideas eclesiológicas y soteriológicas equivocadas, como es la de reducir la importancia de la salvación, y de restarle méritos a la muerte redentora de Cristo, lo cual podríamos denominar una “reducción soteriológica”.
En el presente artículo se presenta el pensamiento soteriológico agustiniano con el que el Obispo de Hipona intenta combatir al donatismo y su alteración de la paz. En este propósito se pone de manifiesto la importancia de la muerte redentora de Cristo a partir, principalmente, de la Sagrada Escritura. Para esto nos centramos de manera particular en el texto del salmo 21, en concreto en sus versillos 28 y 29, así como en los diversos textos bíblicos que se enlazan para sustentar el pensamiento de san Agustín. Se expone el análisis del texto bíblico que utilizó san Agustín, y se evidencian las principales ideas teológicas y eclesiológicas resaltadas por el Obispo de Hipona, para, posteriormente, poner de manifiesto la importancia de la paz, y presentar así lo que hemos denominado el “elogium pacis” de san Agustín en la enarratio al salmo 147. Finalmente, se presentan unas conclusiones.
Dos fundamentos falsos del donatismo
Como hemos señalado, el cisma donatista no solo alteró la paz interior de la Iglesia del norte de África, sino que fue un movimiento que claramente había también alterado con gravedad el orden y la paz social (Brown 224; Rosen 251). Al comentar el salmo 21, san Agustín pone de manifiesto la falsedad de dos de los pilares ideológicos del donatismo. En primer lugar, señala que los donatistas, al inicio del cisma, se habían separado de la Iglesia católica porque ellos acusaban a los obispos católicos (o Caecilianisti [cecilianistas]5) de haber sido traditores, es decir, de haber entregado las Escrituras durante la persecución para que las quemaran (Lancel; Tilley). Por esto, comenta san Agustín, los donatistas se han quedado solo en la acusación, “ille tradidit, et ille tradidit” (en. Ps., 147, 16) (CCL 40, 2150, 32), y no han creído en las Escrituras, de manera que le dan más importancia a sus propias tradiciones y dejan de lado la Palabra de Dios (en. Ps., 147, 16) (CCL 40, 215, 36).
Por otra parte, en la segunda enarratio al salmo 21, san Agustín responde a la acusación según la cual, en el momento de la persecución, los obispos católicos habían entregado las Escrituras, y señala la falsedad histórica de dicha afirmación —elemento que se volverá un argumento esencial dentro de la Conlatio Carthaginensis del 411 (brevic., 3, 13) (CCL 149A, 281, 9ss)—, pues hubo también obispos que después se unieron al donatismo, quienes también habían entregado las Escrituras (Lancel 165), por lo que ellos no podían presentarse como la Iglesia de los santos y de los puros (en. Ps., 21, 2, 30) (CCL 38, 131, 6).
Cabe señalar que san Agustín pone de manifiesto cómo, aunque es condenable el hecho de entregar las Escrituras a fin de que las quemaran, es peor, señala retóricamente san Agustín, no hacer caso a lo que dicen estas, para que quienes los siguen a ellos sean quemados por el fuego de Dios, o bien intentar borrarlas con la lengua al hacer caso omiso a su contenido:
¿Dónde está lo que andan diciendo: nosotros salvamos las Escrituras, evitando que fueran pasto de las llamas? Sí, las preservaste del fuego, para arder tú. ¿Qué es lo que has conservado? Vamos, lee: las guardaste, pero te opones a ellas. ¿Por qué las preservaste de las llamas, si las quieres borrar con la lengua? (en. Ps., 21, 2, 30) (CCL 38, 131, 6).
En esta misma enarratio san Agustín, con el propósito de reforzar su argumento en torno a las Escrituras, usa la imagen del testamento para señalar cómo, si valen las palabras de una persona difunta cuando se lee su testamento —a pesar de estar ya en la tumba—, cuánto más deben valer las palabras de Cristo que se encuentra sentado en el cielo a la derecha del Padre, y cuyo testamento son las mismas Escrituras (en. Ps., 21, 2, 30) (CCL 38, 131, 6).
Se trata de un argumento que, en la lógica interna de la segunda enarratio al salmo 21, tiene un gran valor, pues es el único momento en que trata a los donatistas ya no como “herejes” —como lo había hecho hasta este momento6—sino como hermanos (fratres sumus), y los invita a la paz, a no litigar (quare litigamus) (en. Ps., 21, 2, 30) (CCL 38, 132, 15), a no luchar, sino a hacer caso a lo que dicen las Escrituras y evitar no solo el cisma y construir la paz, sino también a rechazar el reduccionismo soteriológico, al admitir que la herencia de Cristo (lo que él ha comprado con su muerte redentora) han sido todos los confines de la tierra, como claramente señalan los versillos 28 y 29 del salmo 21, los cuales san Agustín invita a leer y a retener, por fidelidad al testamento de Cristo, es decir, a sus Escrituras (en. Ps., 21, 2, 30) (CCL 38, 132, 27).
Asimismo, san Agustín combate un segundo elemento ideológico donatista. Se trata de la cuestión de la santidad, postulado esencial del cisma donatista. Ellos se presentaban como la “Iglesia de confesores, de los puros y de los santos” (c. litt. Pet., 2, 114) (CSEL 52. 87, 9). San Agustín les hace ver que ellos no pueden ser herederos del reino de los cielos por su propia presunción de santidad, ya que quien verdaderamente pertenece al rebaño de Cristo, quien forma parte de la verdadera Iglesia, es humilde y no presume de sus propios méritos al afirmar “nos sumus iusti” (en. Ps., 21, 2, 25) (CCL 38, 129, 5); por el contrario, con humildad reconoce sus pecados, pues sabe que todo es un don de Dios. La presunción y la soberbia de los donatistas pone de manifiesto, para san Agustín, la falsedad de sus pretensiones de santidad y de autenticidad como iglesia: “Porque no desdeñó la súplica del pobre. ¿De qué pobres? De los que no presumen de sí mismos. Analicemos si son pobres quienes dicen: nosotros somos los justos” (en. Ps., 21, 2, 25) (CCL 38, 129, 5).
No obstante, existe otro elemento teológico fundamental para san Agustín. La paz interior del ser humano se ve alterada por el pensamiento donatista, pues su propia elucubración cristológica es reductiva, con lo cual resta valor soteriológico a la muerte redentora de Cristo, convirtiéndose verdaderamente en “hostes Christi” (en. Ps., 21, 2, 8) (CCL 38, 125, 18). Si Cristo no ha muerto por todos los hombres, entonces el perfume de la salvación de Cristo (Mt., 26, 7) no ha llegado a todos los pueblos, sino solo al norte de África y el resto del mundo apesta: “Africa sola bene olet, totus mundus putet” (en. Ps., 21, 2, 2) (CCL 38, 122, 10); la obra realizada por Cristo se ve reducida así a su mínima expresión. Es más, el pensamiento donatista, como afirma san Agustín, entra en conflicto con las Escrituras, en las cuales con claridad se señala el valor universal de la muerte redentora de Cristo, quien con su sangre no solo compró el norte de África, como afirmaban los donatistas (en. Ps., 21, 2, 26) (CCL 38, 129, 12), sino que compró todos los pueblos, compró todo el orbe de la tierra (Sal., 21, 28-29).7
Dos pasos previos: quae et quare
A fin de llegar a esta conclusión, san Agustín, en la enarratio al salmo 21, explica al pueblo que es preciso llegar a presentar qué es lo que Cristo padeció, cuáles fueron sus sufrimientos y cómo, de manera profética, han quedado preanunciados dentro del mismo texto del salmo 21 (en. Ps., 21, 2, 1) (CCL 38, 122, 22). Esto es lo que constituye lo que el mismo san Agustín denomina el “quae”,8 lo que Cristo sufrió. Por otro lado, la segunda parte de la enarratio se centra en demostrar el quare, es decir, el por qué, la razón por la que Cristo, el emptor que se convierte en red-emptor (en. Ps., 21, 2, 29) (CCL 38, 131, 3), quiso sufrir todo lo que padeció en su pasión.
De este modo, a fin de abordar el quae, san Agustín no solo proporciona una rica explicación de cada uno de los versillos, sino también —dado que la segunda enarratio al salmo 21 fue predicada el miércoles santo del año 407 (Müller 825)— lleva a cabo un interesante resumen de lo sufrido por Cristo: la flagelación, las vejaciones, las bofetadas, los clavos y la cruz. Se trata de un resumen con un ritmo retórico sumamente interesante, con el deseo de despertar la compasión y la piedad del pueblo (Aprile 226):
Al Señor, por el contrario, se le flagelaba y nadie le socorría; le llenaban de escupitajos, y nadie le socorría; le abofeteaban y nadie le socorría; le pusieron una corona de espinas, y nadie le socorría; lo crucificaron y nadie le socorrió; grita Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? y nadie le socorre. ¿Por qué, hermanos míos, por qué? ¿A cambio de qué tantos sufrimientos? (en. Ps., 21, 2, 8) (CCL 38, 125, 9).
Una vez presenta todo el sufrimiento del Redentor, san Agustín hace hincapié en la figura de Cristo como un “Mercator” (en. Ps., 21, 2, 28) (CCL 38, 130, 24).9 El precio pagado ha sido su sangre. La bolsa que contenía el dinero era su propio cuerpo, el cual fue traspasado por la lanza cuando él estaba en la cruz (percussus est lancea, fusus est saccus) (en. Ps., 21, 2, 28) (CCL 38, 130, 25), y así Cristo pagó por el género humano el precio de su propia sangre. Es Cristo quien ha comprado y no Donato, como señala san Agustín, porque Donato apostató (en. Ps., 147, 16).
San Agustín se une, desde esta perspectiva soteriológica, al argumento del Redentor, y juega no solo con las palabras emitredemit,10 sino que usa también el término acuñado por Tertuliano (Braun, 1962; Osborn, 2003), palabra que solo aparece en las obras de san Agustín después de la ordenación sacerdotal.11
A continuación, una vez que san Agustín ha presentado el quae, es decir, todo lo que Cristo ha sufrido y el precio que ha pagado por ello, se pregunta el por qué (“quare, fratres mei? Quare?”) (en. Ps., 21, 2, 8) (CCL 38, 125, 14). Proporciona como respuesta, ante todo, los versillos 23 a 29 del salmo 21. Entre estos versillos son de particular importancia el versillo 26, y sobre todo los versillos 28 y 29, en los que se encuentran tres ideas que son para san Agustín centrales, y las cuales se convierten en uno de los textos antidonatistas más poderosos. Por esto, al final de la enarratio, el Obispo de Hipona invita a sus fieles a que retengan en la memoria, a que escriban en sus propias frentes (en. Ps., 21, 2, 28) (CCL 38, 130, 22) esos tres versos del salmo, a fin de estar en capacidad de responder a sus adversarios donatistas.12
Salmo 21, 26
Un primer texto escriturístico que usa san Agustín para exponer el quare de la muerte de Cristo es el versillo 26 del salmo 21. Se trata de un versillo que en la versión bíblica usada por san Agustín (Vetus latina Afra) difiere en algunos detalles de la versión de la Vulgata. Por tanto, a continuación presentamos el texto agustiniano, y se compara con el texto de la Vulgata, ya que existe un término que es esencial para san Agustín, el cual no aparece en el texto de la Vulgata.
Así, el texto de la Vulgata dice: “Apud te laus mea in ecclesia multa, vota mea reddam in conspectu timentium eum” [cursivas añadidas] (Sal., 21, 26).
El texto agustiniano es el siguiente: “Apud te est laus mea. In ecclesia magna confitebor tibi [cursivas añadidas] (Sal., 21, 26).13
Como puede notarse, el texto agustiniano presenta, esencialmente, dos diferencias. En primer lugar, el verbo confitebo, y en segundo lugar, el sintagma ecclesia magna. San Agustín une ambos términos y explica que la ecclesia magna no es otra que la Iglesia católica, la Iglesia que está dispersa por todo el mundo (en. Ps., 21, 2, 26) (CCL 38, 129, 9). Luego, une el verbo con el fin de señalar que la Iglesia verdadera está presente en cualquier parte del mundo en donde se alabe a Dios, o que el hombre reconozca la santidad de Dios y su propio pecado, los dos significados de la palabra confessio para san Agustín (Feldmann). O, dicho de manera lapidaria: “Ubicumque timetur Deus et laudatur, ibi est Ecclesia Christi” (en. Ps., 21, 2, 24) (CCL 38, 128, 1).
Asimismo, san Agustín, de manera irónica, evidencia a sus oyentes que no puede corresponder al sintagma ecclesia magna las iglesias locales donatistas. Para esto menciona el Obispo de Hipona dos de las ciudades que eran conocidos baluartes del donatismo: Bagai y Thamugadi.14 Esta última ciudad era tristemente célebre en tiempo de san Agustín por dos de sus temibles obispos. El primero de ellos fue Optato de Thamugadi, quien se alió con Gildo en su guerra contra el Imperio romano (Frend 178; Brown 225), y quien, asimismo, ejerció una violencia despiadada contra los católicos. Junto con él, Gaudencio, quien en su violencia había amenazado a las autoridades que si intentaban aplicar las leyes antidonatistas él se encerraría en la Iglesia con todo su pueblo y le prendería fuego al edificio (Mandouze 522).15 Como puede verse, se trata de dos ejemplos de todo, menos de dos sembradores de paz.
Salmo 21, 28-29
No obstante, para san Agustín el texto bíblico más rotundo en contra de la “soteriología reduccionista” de los donatistas es el del salmo 21, 28-29. Se trata de un texto, como hemos señalado, que utiliza mucho el Obispo en su polémica con los donatistas, particularmente dentro de sus obras contra Petiliano16 y Cresconio,17 así como en los sermones18 y las enarrationes in Psalmos, en las que aparece tres veces en un contexto claramente antidonatista,19 particularmente en la enarratio al salmo 147 (como se verá más adelante).
A continuación, se presenta el texto de la Vulgata, a fin de estar en capacidad de realizar la comparación con el texto usado por san Agustín. En este caso, no hay diferencias esenciales, pues los términos en los que apoya san Agustín su pensamiento coinciden con los términos del texto de la Vulgata.
- Vg. “Recordabuntur et conuertentur ad Dominum omnes fines terrae” (Sal., 21,28a).
- Ag. “Commemorabuntur, et convertentur ad Dominum universi fines terrae” [cursivas añadidas] (Sal., 21,28a).20
- Vg. “Et adorabunt coram eo universae cognationes gentium” (Sal., 21,28b).
- Ag. “Et adorabunt in conspectu eius universae patriae gentium (Sal., 21, 28b).
- Vg. “Quia Domini est regnum et dominabitur gentibus” (Sal., 21,29).
- Ag. “Quoniam Domini est regnum, et ipse dominabitur Gentium (Sal., 21,29).
Estos dos versillos repiten por tres veces que la redención llevada a cabo por Cristo es una redención universal, ya que lo comprado por Cristo con su sangre derramada en la cruz son los universi fines terrae (v.28a).21 Cristo no solo ha muerto por la Iglesia que reconoce como sus propios confines las fronteras de Numidia (en. Ps., 21, 2, 26) (CCL 38, 129, 23), ni siquiera los límites del norte de África, sino que la muerte salvadora de Cristo ha comprado todos los confines de la tierra, es decir, todas las naciones del orbe. Si el quae fue grande, esto es, si los sufrimientos de Cristo fueron tantos, no podía solo haber comprado con su sangre el norte de África.
Por otra parte, el versillo 28b hace referencia al hecho de que todas las razas de la tierra son las que van a adorar a Dios. San Agustín subraya, ante todo, la palabra universae. No se trata de un mundo limitado y cerrado al norte de África, sino del orbe entero de la tierra lo que ha salvado Cristo. Se trata de un elemento que ya se había puesto en evidencia en el inicio de la enarratio con el texto de Mt., 26, 7, en el que se narra la unción de Jesús por una mujer, y cómo el perfume del ungüento se difundió por toda la casa. San Agustín confirma este texto del evangelio con el texto de san Pablo en el que el Apóstol señala: “Christi bonus odor sumus in omni loco”. El buen olor de Cristo se expande, por tanto, por todo lugar (2 Cor., 2, 14-15), con lo que la universalidad la evidencian dos textos de la Biblia. Es más, san Agustín comenta que los donatistas, como, por ejemplo, Judas, querían vender, no el ungüento, sino el buen olor de Cristo, a fin de evitar que se difundiera por todo el mundo, como señala el mismo san Agustín (en. Ps., 21, 2, 2) (CCL 38, 122, 16). Por esto presenta el Obispo de Hipona el reduccionismo soteriológico donatista al afirmar de forma lacónica: “Africa sola bene olet, totus mundus putet” (en. Ps., 21, 2, 2) (CCL 38, 122, 10).
El versillo 29 del salmo 21 le sirve para reflexionar sobre el reinado de Dios, pues su reino es universal y abarca toda la tierra: “Quoniam Domini est regnum, et ipse dominabitur Gentium” (Sal., 21, 29). San Agustín, al acentuar la universalidad y la unidad de la Iglesia, comenta que los herejes pueden, de forma simbólica, separar y repartirse las ropas de Cristo, como hicieron los soldados en el calvario (Jn., 19, 23). Las vestimentas de Cristo representan para san Agustín los sacramentos (en. Ps., 21, 2, 19) (CCL 38, 127, 5). Los herejes y los cismáticos, como los donatistas, pueden separar los sacramentos, con lo que san Agustín hace una clara alusión al sacramento del bautismo —entendido de manera incorrecta por los donatistas—, pero no pueden dividir la unidad y la caridad, la cual se representa por la túnica inconsútil de una sola pieza de Cristo (Jn., 19, 23) que se sorteó entre los que lo crucificaron.
Así, entonces, la Iglesia verdadera es la que mantiene la unidad, la caridad y se extiende a todos los pueblos, y pone de manifiesto la redención universal llevada a cabo por Cristo. Por todo esto los versillos 28 y 29 del salmo 21 son claves. El mismo san Agustín invita a sus fieles a que tengan presentes dichos versillos, los escriban en sus frentes (en. Ps., 21, 2, 28) (CCL 38, 130, 22), y no le pregunten a él lo que tienen que decir a los donatistas, pues con estos versillos tiene argumentos más que suficientes para demostrar su error y la autenticidad de la Iglesia católica:
Vamos, hermanos, ¿por qué me preguntáis a mí qué hay que responder al partido de Donato? Ahí tenéis el salmo que se lee tanto en nuestra iglesia como en la suya en el día de hoy. Imprimámoslo en nuestra frente, avancemos con él; que nuestra lengua no cese de decir: Ved a Cristo con su pasión... ved el precio que pagó... el precio del orbe entero (en. Ps., 21, 2, 28) (CCL 38, 130, 20).
Es más, el mismo san Agustín se asombra de que los donatistas lean esos textos y no se den cuenta de su error. Por ello, san Agustín se plantea tres posibilidades. En primer lugar, expresa su duda sobre que los versillos 28 y 29 del salmo 21 se lean en la asamblea donatista, pues son tan claros que la doctrina y el pensamiento donatista caerían por el suelo. En segundo lugar, san Agustín se pregunta si los donatistas tienen el mismo texto en este salmo. Muy posiblemente sería así, por lo que podemos saber de los textos donatistas de los salmos (Bogaert, 1982; Houghton, “Chapter divisions, Capitula lists, and the old Latin versions of John”, 316; Houghton, The Latin New Testament. A guide to its early history, 3822). Por último, san Agustín se plantea una posibilidad una vez más irónica y festiva: que el fiel donatista hubiera llegado a la celebración medio dormido (“euigilas sed adhuc fricas oculos”), y el primer versillo le hubiera pasado inadvertido. Luego, se empezará a despertar con la segunda alusión a la universalidad de la redención de Cristo (“excute somnum”), pero ya con la tercera mención de la salvación universal de Cristo, el donatista debería caer en la cuenta de su propio error, a menos que esté tan ciego y tan cerrado en su interpretación equivocada que no se percate de él:
¿Es que se trata únicamente del verso se acordarán del Señor y volverán a él todos los confines de la tierra? Acabas de despertarte y aún te restriegas los ojos: y se postrarán delante de él todas las estirpes de los pueblos. Vamos, desperézate, aún estás medio dormido, escucha: porque del Señor es el reino y él dominará sobre los pueblos (en. Ps., 21, 2, 29) (CCL 38, 131, 26).
Dos textos de apoyo: Lc., 16, 29-31 y Lc., 24, 26-27
En la enarratio al salmo 147, predicada en el año 403 (Hombert) a fin de consolidar la importancia de los versillos 28 y 29 del salmo 21, san Agustín se apoya en otros dos textos de la Escritura que son una invitación a acudir a la Biblia para estar en capacidad de comprender los misterios de Dios.
La respuesta de Abrahán al rico Epulón
Se trata, en primer lugar, del texto de Lc., 16, 29-31, en el que el rico necio Epulón,23 en medio de los sufrimientos de las torturas por su egoísmo, pide a Abraham que mande algún mensajero al mundo para advertirle a sus hermanos, y ellos no terminen en ese lugar de tormentos. La respuesta de Abrahán es la que le interesa a san Agustín: “Tienen a Moisés y a los profetas, que los escuchen” (Lc., 16, 29). De este modo, el texto de Moisés, al que es preciso hacer caso, no es otro que el de Gn., 22, 18, el cual, en muchas ocasiones, aparece en la obra de san Agustín combinado con el texto que nos ocupa ahora del salmo 21, 28-29.24 El texto del Génesis hace referencia, de nuevo, a que en la persona de Abrahán serán bendecidas todas las razas de la tierra. El texto agustiniano es el siguiente: “In semine tuo benedicentur omnes gentes” (Gn., 22, 18).25
Se trata de un texto que, de nuevo, pone de manifiesto la universalidad de la redención de Cristo, y el cual san Agustín esgrime como prueba de lo que las Escrituras dicen en la parte propia de la ley, simbolizada por Moisés. En lo que respecta a los profetas, san Agustín utiliza el texto del salmo 21, 28-29. Esto no es de extrañar, pues san Agustín no solo creía que David era el autor de todos los salmos (civ., 17, 14) (CCL 48, 578, 9), sino que también el mismo rey David podía considerarse un profeta, pues en los textos de los salmos presenta y preanuncia, como profeta, los misterios de Cristo y de la Iglesia. Se trata de una idea muy repetida en las enarrationes in Psalmos (Eguiarte).26
La exégesis camino de Emaús: Lc., 24, 26-27
Un segundo texto que usa san Agustín para sustentar la importancia que tiene el texto del salmo 21, 28-29, en su polémica antidonatista y su oposición a la paz, es el texto de los discípulos de Emaús (Lc., 24, 13-35). Los donatistas necesitan que el Señor, al igual que hizo con los discípulos de Emaús, les abra el entendimiento para que puedan comprender las Escrituras, y se den así cuenta de sus errores. Una vez más san Agustín se percata de que, según cuenta el texto de los discípulos de Emaús, lo que Cristo les explica son todos los textos que se refieren a él en las Escrituras (Lc., 24, 27), comenzando por Moisés y los profetas. Una vez más tenemos en este texto un esquema doble para referirse a las Escrituras: Moisés y los profetas. Esta división la usa san Agustín para presentar los dos textos que ya conocemos: el texto que corresponde a Moisés (Gn., 22, 18), y el de los profetas (Sal., 21, 28-29). San Agustín es consciente de que este es solo un testimonio dentro de las Escrituras contra el reduccionismo soteriológico de los donatistas. No obstante, señala el mismo Obispo de Hipona que la riqueza de las Escrituras es tal que existen tantos textos como herejes,27 pues la verdad de la palabra de Dios no puede ser derrotada por la mentira de las herejías.
Un propósito soteriológico, eclesial e irénico
Es preciso destacar que el deseo de san Agustín en esta presentación de los diversos apoyos exegéticos para subrayar el valor universal de la redención obrada por Cristo tiene no solo un valor soteriológico, es decir, no solo busca san Agustín presentar el misterio pascual de Cristo con todas sus connotaciones y toda su riqueza, sino que también quiere poner de manifiesto cómo estas ideas soteriológicas no son solo una elucubración de la Iglesia católica, sino que se han manifestado con claridad en las mismas Escrituras. Hay, por esto, una segunda intención, que es la del recurso a las Escrituras, un elemento común entre los católicos y los donatistas para salvar las diferencias y buscar de nuevo la unidad y la paz, de tal forma que se pueda volver a compartir lo que san Agustín denomina el “sacrificium pacis, sacrificium caritatis, sacrificium corporis sui norunt fideles” en. Ps., 21, 2, 28 (CCL 38, 130, 12).28
No obstante, en el fondo el propósito agustiniano es también el de poder edificar la paz. Como decíamos al principio, san Agustín está muy preocupado por el clima de violencia que los mismos donatistas habían fomentado en el norte de África, así como por los crímenes perpetrados por los circumcelliones. Por ello, san Agustín estaba convencido de que si los donatistas comprendían sus puntos de vista y leían sin apasionamiento las Escrituras, llegarían a descubrir la falsedad de sus presupuestos ideológicos y se unirían a la Iglesia católica, con lo que la paz eclesial y social se podría restablecer.
Así como los fieles que asistían a la explicación del salmo 147 habían manifestado su gozo y alegría al oír hablar de la paz, san Agustín les dice que, mientras vivamos en esta tierra, no habrá una paz perfecta, pues aunque cese el cisma donatista, todavía hay que luchar contra la división que existe dentro del mismo ser humano, pues toda persona lleva dentro de sí misma la concupiscencia y la tentación no desaparece nunca mientras seamos peregrinos de la Jerusalén celeste:
Ahora deseamos la paz, la cual tenemos aquí únicamente en esperanza. Pues hasta el presente, ¿qué paz hay en nosotros? La carne codicia contra el espíritu, y el espíritu contra la carne. ¿Cuándo se hallará la paz completa en un hombre? Cuando se encuentre la paz completa en un hombre, entonces se hallará en todos los ciudadanos de Jerusalén (en. Ps., 147, 20) (CCL 40, 2156, 13).
Más aún, solo en la Jerusalén del cielo, la cual san Agustín interpreta como visio pacis,29 podrá darse esa paz plena y verdadera en la que ya no habrá enemigos exteriores, y en la que el mismo ser humano ya no tendrá que luchar consigo mismo, sino que podrá descansar solo en Dios. Así lo expresa el mismo san Agustín con unas palabras muy parecidas a las que luego habría de escribir en su opus magnum, La ciudad de Dios:
¿Cuándo tendrá lugar la paz completa? Cuando esto corruptible se vista de incorrupción y esto mortal se vista de inmortalidad; entonces tendrá lugar la completa paz, entonces será firme la paz; nada combatirá en el hombre contra el alma, pues no la herirá la fragilidad de la carne, ni la indigencia del cuerpo, ni el hambre, ni la sed, ni el frío, ni el calor, ni la fatiga, ni la pobreza, ni la provocación de la contienda, ni la solícita precaución de huir y amar al enemigo (en. Ps., 147, 20) (CCL 40, 2156, 18).
El elogium pacis
San Agustín nos ha dejado una de las páginas más hermosas en torno a lo que es la paz, en el contexto de la exégesis del texto del salmo 21, 28-29, con su argumento antidonatista de la reducción soteriológica. Se trata de un bello elogio que podría calificarse como una paráfrasis del texto de 1 Cor., 13, 1-13, en el que san Pablo nos hace una de la presentaciones más bellas, en las Escrituras, de lo que es el amor. De este modo, siguiendo el ritmo retórico del himno de la caridad paulino, san Agustín nos ha dejado lo que hemos denominado el “elogium pacis”, o “elogio de la paz”, del cual se destaca que si los donatistas leyeran con atención y con un corazón abierto y sincero las Escrituras, se darían cuenta de su error, depondrían su soberbia y regresarían a la Iglesia católica. Solo entonces brotaría la paz plena. La paz dentro de los corazones de todos, y la paz social: “Amad la paz en la casa, la paz en las ocupaciones, la paz con la esposa, la paz con los hijos, la paz con los siervos, la paz con los amigos y con los enemigos” (en. Ps., 147, 15) (CCL 40, 2150, 22).
Se trata, pues, de una paz plena, que no juzga lo que no es seguro, no afirma lo que no conoce, se mueve más a pensar bien que mal, no tiene miedo a equivocarse si atribuye algo bueno a quien es malo, aunque esto no sea así. Solo con una paz así se puede vivir realmente en una concordia social. Estas son las palabras de san Agustín:
¿Qué hace la paz? No juzga lo incierto, no afirma lo que no conoce; se inclina más a juzgar bien del hombre que a sospechar mal de él. No se lamenta mucho de equivocarse cuando atribuye algo bueno a quien es malo, pues sabe que es dañino atribuir el mal a quien es bueno. No cómo sea; pues bien, ¿qué pierdo si creo que es bueno? Si es incierto, conviene pasarlo por alto, no acontezca que tal vez sea verdad; no condenes como si fuese cierto. Esto lo impone la paz. Busca la paz —dice el salmista—y síguela (en. Ps., 147, 16. CCL 40, 2150, 4).
En contraposición, el cismático —es decir el donatista— se precipita a juzgar y a condenar a los demás, de manera que rompe la paz precisamente por su reduccionismo soteriológico, por creer que solo África ha sido salvada y pensar que la obra salvadora de Cristo solo aprovecha a quienes viven en el norte de África. San Agustín, por tanto, vincula en la enarratio al salmo 147 las dos ideas, la paz y la necesidad de hacer caso a las Escrituras que presentan la plenitud soteriológica de la redención de Cristo, frente a la reducción donatista. Así lo señala el mismo Obispo de Hipona:
¿Qué hace el hereje? Condena a los desconocidos, condena a todo el mundo, pues dice: «Pereció todo el mundo, no hay cristiano en él; únicamente se salvó África.» ¡Qué bien juzgaste! ¿Desde qué tribunal decretaste sentencia contra todo el orbe? (en. Ps., 147, 16) (CCL 40, 2150, 11).
Como puede observarse, las condiciones y las características de la paz que nos ha ofrecido san Agustín en lo que hemos denominado el “elogium pacis” son aplicables a cualquier contexto y a cualquier tiempo. Pueden, por tanto, ser perfectamente aplicables a los acuerdos de paz y al contexto social que vive Colombia (2017), después de los conflictos armados y de la violencia social que se había vivido durante tantos años en el país.
Conclusiones
San Agustín vivió en una Iglesia dividida por el cisma donatista. El donatismo fue un cisma que no solo se movió en una serie de principios teológicos, soteriológicos y eclesiológicos, sino que fue también un fenómeno con una amplia repercusión social. Fue un movimiento que llegó a alterar de manera sumamente grave la paz social dentro del norte de África, por lo que san Agustín buscó, por todos los medios, la manera de reestablecer dicha paz. Por todo esto, san Agustín busca dialogar con los donatistas por medio de las Escrituras a fin de hacerles ver, por una parte, la falsedad de dos de los principales fundamentos ideológicos del donatismo (que ellos eran la iglesia de los santos y de los puros), y, por otra, que solo los católicos (cecilianistas) habían entregado las Sagradas Escrituras durante la persecución para que las quemaran. Después de demostrar la falsedad de estos dos principios donatistas, san Agustín busca con diversos textos bíblicos desmontar un grave error soteriológico de este cisma del norte de África: el reduccionismo soteriológico donatista, pues según ellos, Cristo solo habría muerto por la Iglesia que estaba en el norte de África. A fin de realizar esta labor, san Agustín, en su comentario al salmo 21, en conformidad con un estructurado y hermoso orden retórico, demuestra, en primer lugar, el quae de los sufrimientos de Cristo en su pasión, para, posteriormente, presentar el quare. Es decir, san Agustín presenta, en primer lugar, todo lo que Cristo sufrió en su pasión (quae), luego reflexiona sobre el por qué y la razón más profunda de dichos sufrimientos (quare). De este modo, san Agustín presenta a Cristo como un comerciante que ha comprado con su sangre no solo la Iglesia del norte de África, sino todo el universo, y a todos los hombres. San Agustín encuentra un apoyo escriturístico fundamental en el texto del salmo 21, 28-29, el cual se convirtió en sus escritos antidonatistas en un testimonio fundamental de la Sagrada Escritura para demostrar la universalidad de la redención de Cristo en contra del reduccionismo soteriológico donatista.
Por otra parte, san Agustín es consciente de que si los donatistas leyeran las Escrituras con un corazón abierto y sincero, se darían cuenta de su error, pues tanto en la ley de Moisés (Gn., 22, 18) como en los profetas (Sal., 21, 28-29), se habla de la redención universal llevada a cabo por Cristo. Una vez que ellos reflexionen sobre estos textos, serán conscientes de su error. De esta reflexión provendría la paz para la Iglesia, y la tan añorada paz social para el norte de África. Por esto, san Agustín, en la enarratio al salmo 147 nos ha dejado lo que hemos llamado el “elogium pacis”(“el elogio de la paz”), al describir las características y las bondades de dicha paz que no juzga sin estar segura, no afirma lo que no conoce, piensa bien incluso de quien es malo sin temor a equivocarse, pues sabe que hace daño pensar lo malo de quien es bueno. Se trata de una paz a la que se llega por el camino de las Escrituras y es el fruto de la redención obrada por Cristo en la cruz. No obstante, es una paz que solo será plena en la Jerusalén celeste:
En Jerusalén hay visión de paz; y todos los que aman la paz serán bendecidos en ella, y, entrando ellos, se cerrarán las puertas y se afianzarán los cerrojos. Desead, id en busca de la paz que al ser nombrada, honráis y amáis de esta manera (en. Ps., 147, 15) (CCL 40, 2150, 18).
Notas
1. “Nam primo mihi opponebatur civitas mea, quae cum tota esset in parte Donati, ad unitatem catholicam timore legum imperialium conversa est; quam nunc videmus ita huius vestrae animositatis perniciem detestari, ut in ea numquam fuisse credatur” (ep. 93, 17) (CSEL 34, 2. 426, 1).
2. “Apud Hipponem, ubi ego sum, non desunt qui meminerint Faustinum vestrum regni sui tempore praecepisse, quoniam Catholicorum ibi paucitas erat, ut nullus eis panem coqueret, ita ut cuiusdam diaconi nostri furnarius inquilinus domnaedii sui panem incoctum abiecerit eique nulla exsilii lege damnato, communicationem non solum in civitate romana, sed etiam in patria sua, nec solum in patria sua, sed etiam in domo sua negaverit?” (c. litt. Pet., 2, 184) (CSEL 52, 114, 12).
3. Véase Optato de Milevi, Adu. Don., III, 4 (CSEL 26, 81. 18): “Alter Donatus... eiusdem civitatis episcopus inpedimentum unitati et obicem venientibus supra memoratis obponere praecones per vicina loca et per omnes nundinas misit circumcelliones agonisticos nuncupans ad praedictum locum concurrent invitavit ...”.
4. San Posidio dedica el capítulo X de su Vita Augustini a hablar sobre los circumcelliones. Trata de ellos también en XI, 1.
5. Nombre despectivo que los donatistas daban a los católicos por seguir al obispo Ceciliano de Cartago y no a Mensurio, quien fue el primer obispo donatista. Véase brevic., 3, 5.
6. Véanse: en. Ps. 21, 2, 19; CCL 38, 127, 6: haereses; haeretici; en. Ps. 21, 2, 28; CCL 38, 130, 27: haeretice; en. Ps. 21, 2, 29; CCL 38, 131, 9: haeretici.
7. Véase en. Ps., 21, 2, 27-30.
8. “Dominus autem flagellabatur, et nemo subveniebat; sputis deturpabatur, et nemo subveniebat; colaphis caedebatur, et nemo subveniebat; spinis coronabatur, nemo subveniebat; levabatur in ligno, nemo eruit...” (en. Ps., 21, 2, 8) (CCL 38, 125, 9).
9. El tema cristológico de Cristo como Mercator aparece pocas veces verbatim en la obra de san Agustín, pero en textos sumamente interesantes. Véase Iul., 3, 9; s., 130, 2; s., 233, 4.
10. “Ecce quid emit Christus, ecce quid redemit, ecce pro quo sanguinem dedit” (en. Ps., 21, 2, 31) (CCL 38, 133, 22).
11. La palabra redemptor, acuñada por Tertuliano, aparece por primera vez en las obras de san Agustín en el texto de exp. prop. Rm. 42, un texto del año 394-395. Está ausente, por tanto, de las primeras obras de san Agustín. No obstante, en el año 391 tenemos en el vera rel. el término redemptionem (vera rel., 41). A pesar de esto, podemos decir que se trata de un término que refleja la reflexión cristológica de san Agustín como pastor de la Iglesia de Hipona.
12. “Tres istos versus tenete, fratres. Hodie cantati sunt et ibi...” (en. Ps., 21, 2, 29) (CCL 38, 131, 18).
13. Véase en. Ps., 21, 2, 26 (CCL 38, 129, 6).
14. “Et nostra Ecclesia magna est, quid tibi videtur Bagai et Tamugade? Si non dicit aliquid unde obmutescant, adhuc dicant quia magna est Ecclesia sola Numidia” (en. Ps., 21, 2, 26) (CCL 38, 129, 20).
15. Véase c. Gaud., 1,1 (CSEL 53, 201, 2).
16. Véase c. litt. Pet., 2, 33 (CSEL 52, 38, 8). En esta el salmo 21,28-29 se usa en conjunción con Gn., 22, 18; véase también c. litt. Pet., 2, 94, en la que el el texto del salmo 21, 28-29 se combina con el texto del salmo 2, 8.
17. Véase Cresc., 4, 70, en el que el texto del salmo 21,28-29 se usa en conjunción con el texto de Gn., 22, 18.
18. Véanse s., 2, 8; s., 8, 18; s., 46, 35; y s., 47, 28.
19. Véanse en. Ps., 30, 2, 2, 8; en. Ps., 47, 7 (en esta, aunque no menciona expresamente a los donatistas, sí habla de los cismáticos); y en. Ps., 147, 16-18.
20. Véase en. Ps., 21, 2, 28 (CCL 38, 130, 19).
21. Véase en. Ps., 21, 2, 28 (CCL 38, 131, 7).
22. Muchos de los antiguos manuscritos bíblicos procedentes del norte de África añaden una serie de capitula, muy probablemente de origen donatista, lo que revelaría un propósito y deseo de revisión de las Escrituras. No obstante, en lo relativo a los salmos, por lo que podemos saber mediante los vestigios de los textos de los salmos conservados en las obras de san Agustín y de Optato de Milevi, no había variantes significativas. La obra de Optato de Milevi revela un texto donatista de los salmos que se remonta a la más antigua tradición africana, de la que tenemos noticia, que es la de Tertuliano. Para el texto del salmo 21, 28-29, podemos suponer que el texto no estaría manipulado, sino que sería fiel a los antiguos textos de la Vetus latina Afra de la que el mismo san Agustín es heredero.
23. La palabra epulones solo aparece una vez en la obra de san Agustín, y se aplica de manera burlesca a los dioses paganos. Véase civ., 6, 7 (CCL 47, 175, 26).
24. Esta combinación se da en otros textos antidonatistas, p. ej.: c. litt. Pet., 2, 33: Cresc., 4, 70; cath. fr., 75.
25. Véase en. Ps., 147, 16 (CCL 40, 2151, 37).
26. “Non sunt tot haereses contra Ecclesiam, quot sunt testimonia Legis pro Ecclesia. Quae pagina non hoc sonat?” (en. Ps., 147, 16) (CCL 40, 2151, 64).
27. “Non sunt tot haereses contra Ecclesiam, quot sunt testimonia Legis pro Ecclesia. Quae pagina non hoc sonat?” (en. Ps., 147, 16) (CCL 40, 2151, 64).
28. Véase Budzik 72; Weissenberg 59.
29. En nueve enarrationes el nombre de Jerusalén se interpreta como “visión de paz” (visio pacis): en. Ps., 9, 12; en. Ps., 50, 22; en. Ps., 61, 7; en. Ps., 64, 2; en. Ps., 64, 3; en. Ps., 124, 10 (dos veces); en. Ps., 127, 16; en. Ps., 134, 26; en. Ps., 147, 8; en. Ps., 147, 15.
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