Capítulo de Investigación
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Urbanización y patrones de consumo energético en el continente americano: de lo global a lo local
Housing development and patterns of energy consumption in the American continent: From global to local
Urbanisation et modes de consommation d’énergie dans les Amériques: du global au local
https://doi.org/10.28970/9789585498457.06
Introducción
La complejidad es un término que se ha venido definiendo en distintos ámbitos y que se asocia a una variedad de sistemas de estudio, incluyendo la energía (Labanca, 2017). Para los fines de este trabajo, se analizarán dos puntos donde la complejidad juega un papel fundamental. Por un lado, Chaisson (2011) ha propuesto una metodología muy amplia para estudiar la evolución del universo, de los seres vivos y de las sociedades humanas, desde sus orígenes hasta la época actual. Para ello, ha definido el flujo másico de energía, que se refiere a un flujo de energía libre por unidad de tiempo, normalizado por la masa de un sistema. Este flujo másico de energía se incrementa en el tiempo y se asocia con una mayor complejidad para los distintos sistemas del universo. Es decir, los sistemas primigenios son más simples y tienen flujo másico de energía menor que los sistemas existentes en la actualidad. En el plano físico, la evolución de las galaxias y de las estrellas produce un incremento en el flujo de energía con el paso del tiempo. La formación de nuestro sistema solar muestra también un incremento en el flujo másico de energía y puede observarse que entonces nuestro planeta presenta una mayor complejidad que el Sol. En esta misma lógica, pero en el plano biológico, las plantas producen valores de flujo de energía menores que los animales, y entre estos últimos, el ser humano implica el mayor valor posible de flujo másico de energía. Asimismo, en el plano cultural, entre los distintos tipos de sociedades humanas, los grupos de cazadores/recolectores son más simples y conllevan un valor de flujo de energía más bajo que los grupos agrícolas, quienes a su vez son rebasados en valores de flujo másico de energía por las sociedades industriales, primero, y por las sociedades tecnológicas, después (Chaisson, 2011; Passet, 1996). En la actualidad existen sociedades que combinan los distintos modos de producción y cada una contribuye con su propio valor de flujo másico de energía. Sin embargo, es de esperarse que aún con esta combinación, las sociedades humanas vayan cada vez más hacia un aumento en su demanda energética porque su industrialización y tecnologización (en general, su complejidad) se hacen cada vez mayores.
El otro ámbito en el que se hace evidente la complejidad es en la urbanización de los asentamientos humanos. El dominio de la agricultura y la ganadería le valió a las sociedades humanas una mayor capacidad de reservas alimentarias, lo que condujo al crecimiento de la densidad poblacional y a la diversificación/especialización de sus habitantes en puntos muy específicos del planeta hace unos miles de años, lo que dio origen a las primeras ciudades (Harari, 2016). En este punto es importante recordar que los alimentos hacen una contribución energética en el metabolismo celular, por lo que la gestión de las reservas alimentarias se refieren también a las de la energía del sistema social. Pronto, los recursos del entorno de estas primeras ciudades fueron insuficientes para mantenerlas y sólo pudieron sobrevivir las que podían abastecerse de otros territorios más lejanos; esto dio origen a los imperios. La organización de las ciudades, primero, y de los imperios, después, representa una complejidad jerárquica que pudo ser modelada con un paradigma de multiagentes, demostrando la aparición de un nivel administrativo adicional cuando la población crecía en un orden de magnitud (Turchin & Gavrilets, 2009). Más recientemente, al analizar la estructura laboral de los Estados Unidos durante el siglo XX, se puede observar la disminución de la fuerza laboral agrícola (sustituida por sistemas industriales y tecnológicos) y el aumento de la contribución del sector de servicios, mientras que el empleo en el sector industrial se ha mantenido más o menos constante (Fix, 2015). En los tres sectores, sin embargo, se observa un claro aumento en el consumo energético por persona.
Si bien la industrialización de los modos de producción y la urbanización han crecido de manera importante en los dos últimos siglos, la tecnologización es mucho más reciente; todo ello ha sido posible gracias a un sistema energético basado en el uso masivo de combustibles fósiles (Passet, 1996). No es extraño entonces que Patiño y Goupil (2017) hayan mostrado que, a nivel mundial, la tasa anual de urbanización de la población puede asociarse al suministro total de energía primaria (STEP) anual en los últimos 25 años. Dado que la población mundial sigue en aumento y en 2007 la población urbana sobrepasó ya el 50% de la población total, se prevé que continúe un aumento en el STEP global en los próximos años. A nivel planetario alrededor del 80% de la energía primaria proviene de combustibles fósiles (IEA, 2018), así que el crecimiento de la población y la urbanización, en los próximos años, seguirá propiciando el aumento de las emisiones de los gases de efecto invernadero, al mismo tiempo que las reservas de hidrocarburos y carbón mineral seguirán disminuyendo. Esas emisiones derivadas de los combustibles fósiles son causa de serios problemas ambientales regionales y globales, incluyendo el llamado cambio climático (ONU, 2019). La disminución en las reservas de combustibles fósiles, por su lado, ocasiona crisis económicas y conflictos sociales, regionales e internacionales (Dietz, 2019). En respuesta, se ha propuesto analizar el uso masivo de energía mediante una metodología que considera a las ciudades como un organismo metabólico, de tal suerte que pueda buscarse su desarrollo desde una perspectiva ecológica (Pulido Barrera et al., 2018).
Sin embargo, en el contexto energético persiste una gran inequidad, no sólo en cuanto a la disponibilidad de la energía para su consumo, sino también sobre las consecuencias del uso masivo de recursos energéticos, que son mayores justamente para las poblaciones más vulnerables que no pueden disponer de estos recursos.
Esto ha dado como consecuencia la aparición de nuevos conceptos, como el de pobreza energética (García Ochoa, 2014) y el de justicia energética (Baker, 2018). Asimismo, es posible enmarcar la problemática dentro de la búsqueda del cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible establecidos en la Agenda 2030, que adoptó la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU, 2015).
En la búsqueda de mejores modelos para una gestión sostenible de la energía, en este capítulo se propone una metodología que describe, con datos públicos, las diferencias del consumo energético en países del continente americano, siguiendo la idea propuesta en un trabajo anterior para las grandes regiones del mundo (Patiño & Goupil, 2017). De acuerdo con la propuesta de Chaisson (2011), aquí se presenta el flujo de energía per cápita como un parámetro para comparar intensidades de consumo energético en las escalas nacionales de los países de América y se le relaciona con la tasa anual de urbanización de cada país. También se analiza el flujo de energía per cápita como satisfactor del llamado Índice de Desarrollo Humano. Se hace además un pequeño ejercicio de desagregar la relación entre el incremento del flujo de energía per cápita y el consumo de alimentos en la región de Latinoamérica y el Caribe. Adicionalmente, de manera exploratoria, se propone una nueva escala subnacional de análisis para un país, México, utilizando el flujo anual de energía eléctrica per cápita.
Metodología
Para el análisis del consumo de energía por país, se consultaron los datos oficiales que anualmente reporta la Organización de la Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, 2018) y la Agencia Internacional de Energía (IEA, 2018). De la IEA se utilizaron las estadísticas mundiales y regionales de los valores del STEP de 1990 a 2015, así como para cada uno de los 23 países de América de los que se reportan datos: Argentina, Bolivia, Brasil, Canadá, Colombia, Costa Rica, Cuba, Chile, Ecuador, El Salvador, Estados Unidos, Guatemala, Haití, Jamaica, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, Trinidad y Tobago, Venezuela y Uruguay. El STEP anual se define como el balance de energía siguiente:
[Producción interna + importaciones – exportaciones – buques marinos internacionales – aeronaves internacionales ± cambios en las reservas] (IEA, 2018)
De la FAO, para el mismo grupo de regiones y países, en el mismo periodo de tiempo, se utilizaron las estadísticas de población total, población urbana, suministro diario de comida y suministro diario de comida de origen animal. Es importante mencionar que los valores reportados por la FAO y la IEA son las cifras oficiales que proporciona cada país, según las metodologías propias de cada nación, por lo que hay que ser cautelosos en las comparaciones entre países. Aún así, con la dificultad de establecer una cifra para la incertidumbre, es posible observar tendencias de cada país en función del tiempo y algunas diferencias notables entre países distintos.
La tasa anual de urbanización se calculó de la relación entre la población total y la población urbana; con excepción de Chile y de Trinidad y Tobago, en general, se observa un aumento más o menos continuo en el porcentaje de población urbana con respecto del tiempo. El flujo de energía per cápita se calculó del cociente del valor reportado de STEP entre el tiempo total (un año), dividido por la población total. Los flujos de energía per cápita por alimento total y por alimento de origen animal, se calcularon de los valores reportados de suministro diario de comida y de comida de origen animal, respectivamente, entre el tiempo total (un día), dividido por la población total.
Son clásicas las correlaciones que se hacen de consumo energético con indicadores económicos, como el Producto Interno Bruto. Por tanto, es importante señalar que, en este trabajo, de manera sistemática, se evitó el análisis con indicadores económicos y se dio preferencia al uso de indicadores que representan cantidades físicas, como son la población, el consumo de energía primaria, el contenido energético de los alimentos y la electricidad consumida. Sin embargo, es difícil tener un indicador físico para evaluar el grado de bienestar o desarrollo de una población. El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) ha definido el Índice de Desarrollo Humano (IDH) como un criterio para diferenciar el bienestar de las poblaciones en los distintos países, a través de tres dimensiones: una vida larga y saludable, los conocimientos alcanzados y un estándar de vida decente (UNDP, 2018). El IDH es calculado como la media geométrica de los tres indicadores correspondientes a las dimensiones consideradas, donde cada indicador es normalizado en función de los valores máximos y mínimos definidos a nivel mundial. Los indicadores para cada dimensión son: 1) la expectativa de vida al nacer (en años) en un país; 2) la media aritmética del tiempo de escolarización esperado (en años) y de la media del tiempo de escolarización (en años) en un país, donde cada uno de los tiempos es normalizado antes de hacer la media; y 3) el ingreso nacional bruto per cápita (en términos de la paridad del poder de consumo de 2011, por persona). Los valores de IDH de 2015 fueron obtenidos del sitio web del PNUD para explorar su correlación con los valores de flujo de energía per cápita del mismo año para los países seleccionados (UNDP, 2018).
Para un análisis subnacional en México, se tomaron los datos oficiales del volumen de las ventas de energía eléctrica (en watt-hora) en el periodo de 1994 a 2015, reportados anualmente por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI, 2018). Estos valores se pueden consultar para la escala nacional, estatal (México se divide en 32 estados) y municipal (cada estado se divide, a su vez, en un número determinado de municipios). Aunque también es posible obtener el volumen de ventas de energía eléctrica en pesos mexicanos, como se dijo anteriormente, se evitó su uso en este análisis, y se remitió sólo a la cantidad física, que finalmente se equipara al consumo eléctrico de la población demarcada en el territorio establecido.
Resultados y análisis
El consumo de energía en el marco global y de las grandes regiones del planeta
En la figura 1 se muestra una actualización de los datos reportados anteriormente para el consumo energético mundial y sus grandes regiones (Patiño & Goupil, 2017); también se han incluido las ecuaciones de correlación lineal resultantes, cuando ha sido posible obtenerlas. Como se puede observar, es evidente una gran inequidad entre las regiones del planeta, tanto en valores de STEP como de tasa de urbanización. En particular, es interesante observar cómo Latinoamérica tiene una alta tasa de urbanización, comparada con la media mundial, mayor que la de la Unión Europea y ligeramente inferior a la de Norteamérica. Asimismo, el consumo energético de Latinoamérica representa menos de la mitad del consumo energético de Norteamérica o China, y se asemeja más al de India o África, que tienen tasas de urbanización significativamente menores. Sin embargo, estas comparaciones no son tan adecuadas porque no consideran la cantidad de población que hace uso de la energía.
En la figura 1 también se observa un aumento importante en las pendientes para regiones como China (2002) o Latinoamérica (2003), mientras que más recientemente se encuentra una disminución general del STEP en el conjunto de los países de la Unión Europea (2006) y de Norteamérica (2007). Estas transiciones corresponden a cambios en el sistema económico global, donde las potencias económicas se han basado cada vez más en la compra de productos que parcial o totalmente tienen su origen en las llamadas nuevas economías emergentes. Este sistema está basado en la oferta de transportación global con combustibles fósiles de bajo costo y en la explotación de la mano de obra y de los recursos naturales disponibles (Savona & Ciarli, 2019).
El flujo de energía per cápita en los países de América
En la figura 2 es posible observar los patrones de consumo energético para cada uno de los 23 países analizados, en función de los flujos de energía per cápita y de la tasa anual de población urbana, en los últimos 25 años. Para una mejor visualización, este grupo de países americanos se ha dividido en tres gráficos, correspondientes a las zonas geográficas del continente. En la figura 2a se han colocado los valores para Canadá y Estados Unidos, ambos caracterizados por un altísimo flujo de energía per cápita, en comparación con la gran mayoría de países de Latinoamérica y, dicho sea de paso, en comparación con la gran mayoría de países del mundo. Para 2015, el flujo de energía per cápita a nivel mundial fue de 2.45 kW/persona y para América Latina fue de 1.83 kW/persona, mientras que para Canadá fue de 9.97 kW/persona y para Estados Unidos fue de 9.07 kW/persona (IEA, 2018). Es decir, en promedio, una persona en Canadá ocupa más de cinco veces la energía que ocupa una persona en Latinoamérica y unas cuatro veces la energía que ocupa un ciudadano promedio del mundo. Aunque en Estados Unidos se observa una ligera disminución del flujo de energía per cápita, en los últimos años Canadá ha mostrado una cierta constancia para mantener sus valores a lo largo del tiempo. En ambos países se observa una similitud en el porcentaje de población urbana y un aumento moderado de la misma, a lo largo de los últimos 25 años.
El suministro total de energía primaria (STEP) a nivel mundial muestra una buena correlación lineal con el porcentaje de población urbana para el período 1990-2015 (ver escala en el eje de la derecha). El mismo análisis para distintas regiones del mundo indica también una correlación lineal en la mayoría de los casos, pero con intensidades distintas de región a región, incluso en dos periodos de tiempo para una misma región.
En la figura 2b se han graficado los valores para México y los países de Centroamérica y el Caribe. Se ha colocado un recuadro para señalar el caso atípico de Trinidad y Tobago, un país pequeño con grandes excedentes en la producción de combustibles fósiles, lo que podría explicar el gran valor de flujo de energía per cápita, el cual ha superado en los últimos años el de los países de Norteamérica. Trinidad y Tobago presenta también el menor porcentaje de urbanización de la muestra de países analizados (entre el 8 y el 11%). Por su lado, Haití destaca en mostrar la mayor pobreza energética, a pesar de tener uno de los mayores incrementos de la tasa de urbanización en el periodo analizado (más del 20%). En contraste, Costa Rica, que tiene un incremento de tasa de urbanización similar al de Haití, también ha aumentado de manera constante su flujo de energía per cápita. Entre los países con mayor flujo de energía del grupo, destacan Jamaica y México, aunque el primero con un porcentaje de urbanización significativamente menor, lo que se puede traducir en una menor eficiencia. Es posible observar también que, para el mismo grado de urbanización de México, República Dominicana tiene aproximadamente la mitad de flujo energético per cápita del valor que tiene México; Costa Rica y Cuba muestran valores intermedios entre los dos primeros. Para Cuba, entre 1990 y 1991, se observa un salto grande en la disminución del flujo energético per cápita, que coincide con la retirada del apoyo de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas a causa de su disolución en 1991. El resto de los países de la figura 2b se mantiene en un grupo cercano en cuanto a flujos de energía per cápita y porcentajes de urbanización. En su conjunto, los países de la figura 2b muestran, en menor o mayor grado, un mismo paradigma ascendente tanto en flujo de energía per cápita como en la tasa de urbanización, con las excepciones mencionadas para Jamaica y Trinidad y Tobago.
En la figura 2c se muestran los valores obtenidos para los países de Sudamérica. Destacan: 1) Venezuela, con el mayor valor de flujo energético per cápita; 2) Chile, con un súbito aumento de este valor sin el aumento de su población urbana; y 3) Uruguay, con el mayor porcentaje de población urbana de la muestra de países analizados, pero no con el mayor flujo de energía per cápita, lo que puede traducirse en una mejor eficiencia. Por ejemplo, con un nivel menor de urbanización, Brasil muestra valores similares de flujo de energía per cápita que Uruguay, de cierta forma siguiendo los paradigmas de Argentina y Venezuela. El resto de los países se mantienen en un grupo muy cercano en cuanto a tasas de urbanización y flujos de energía per cápita, similares al grupo observado en la figura 2b.
Es importante destacar que cuando se utiliza el flujo de energía per cápita (figura 2), se pierde el comportamiento lineal observado cuando se utiliza el STEP (figura 1). Esta gran diferencia se debe a que el análisis de la figura 2 se refiere a un consumo energético individual o, dicho de manera más específica, a un valor promedio del consumo energético por persona y por unidad de tiempo, dentro de un territorio específico. Cuando se utiliza el valor de STEP como indicador, en realidad, un territorio se considera como un sistema que, en su conjunto, considera no sólo el crecimiento urbano de su población, sino también el crecimiento total de la población. En el incremento del STEP a nivel mundial que se observa en la figura 1, vemos un comportamiento global que se va diferenciando conforme se van subdividiendo en territorios de menor escala. No obstante, en todos los casos es posible observar un aumento gradual del consumo energético (total y por persona), lo que ha llevado a una situación actual muy delicada, en la que los recursos naturales del planeta se regeneran a una velocidad más lenta de la que son requeridos por el conjunto de la población mundial (Global Foot Print Network, 2018). Es decir, hay muestras de una inequidad de disponibilidad de recursos entre las generaciones humanas presentes y las futuras, además de las que existen actualmente en las distintas regiones.
Al igual que las transiciones observadas en los patrones que se muestran en la figura 1, en la figura 2 es posible identificar algunas transiciones que, en ciertos casos, pueden volverse abruptas, como el ya referido caso para Cuba entre 1990 y 1991. Estas transiciones corresponden, en efecto, a transiciones políticas o económicas, nacionales o internacionales, por lo que también pueden ser útiles para el análisis de los efectos de una política local o global en el consumo energético de una región. En este tenor, sería entonces deseable poder ser capaces de proponer políticas públicas que permitan desacelerar el flujo de energía per cápita de las poblaciones que sobrepasen ciertos límites establecidos, de tal manera que pueda observarse una disminución neta del STEP global, el cual ha mantenido una pendiente constante a lo largo de los últimos 25 años, como se observa en la figura 1.
También del análisis de los gráficos de la figura 2, sobresalen las grandes brechas entre los países de Norteamérica y los del resto del continente, y es posible distinguir comportamientos diferenciados entre varios países latinoamericanos y caribeños, con algunos indicios de opulencia en ciertos casos y de pobreza en otros. Entre ambos extremos podría pensarse en naciones con buenas prácticas de eficiencia energética, considerando siempre el número de habitantes, su grado de urbanización y calidad de vida, así como las características de su territorio, incluyendo su extensión y la disponibilidad de los recursos naturales. Un análisis más detallado es posible cuando se analizan, a la par de la tasa de urbanización y del flujo de energía per cápita, estos otros indicadores que permiten distinguir más claramente los modelos de sobriedad y eficiencia energética que evitan la opulencia o pobreza energéticas, siempre con la idea de un desarrollo sostenible y con equidad entre las distintas poblaciones de los países del continente y del mundo.
Explorando un análisis causal
Como ya se ha dicho, es difícil establecer criterios objetivos para proponer un indicador del bienestar de la población. En la actualidad, lo más razonable podría ser el uso del IDH propuesto por el PNUD. De manera exploratoria, se propone el grado de correlación que tiene el flujo de energía per cápita con el IDH para los 23 países analizados (figura 3). Primero, es posible observar cuatro niveles de IDH dentro de la clasificación del PNUD: 1) muy alto (mayor a 0.8), para las dos potencias económicas de Canadá y Estados Unidos, y para los países sudamericanos Argentina y Chile; 2) alto (entre 0.8 y 0.7), para la mitad de los países de América; 3) medio (entre 0.7 y 0.5), para seis países más; y 4) bajo (menor a 0.5), exclusivamente para Haití.
Entre el conjunto de países, se distingue nuevamente Trinidad y Tobago, con un flujo de energía per cápita exorbitante, pero alcanzando un IDH no mayor a 0.8. También resaltan Canadá y Estados Unidos por mantener valores de IDH mayores a 0.9, aunque a costa de un opulento flujo de energía per cápita. Estos tres países se salen de la tendencia lineal que más o menos mantiene el resto de los países dentro del gráfico, por lo que pueden considerarse poco eficientes o de opulencia energética. Sin embargo, la población de Norteamérica, aunque menor a la del resto del continente, tiene un STEP tres veces mayor al de Latinoamérica y el Caribe (figura 1), lo que hace que su contribución a las emisiones de gases de efecto invernadero y al cambio climático sea mucho mayor. El resto de los países analizados, como se dijo, sigue una correlación más o menos lineal, con Haití en un extremo, con valores más bajos de IDH y de flujo de energía per cápita, y con Chile en el otro extremo, con los mayores valores en ambos indicadores.
Analizando con más detalle esta tendencia lineal, se perciben, en efecto países que muestran un desplazamiento hacia valores más altos de flujo de energía per cápita, es decir, hacia unas primeras muestras de opulencia energética o de menor eficiencia. Así, Costa Rica, Cuba y Panamá muestran los valores de IDH más altos dentro de la recta, conservando señales de una eficiencia mayor que Argentina, Chile o Uruguay. Con niveles de IDH menores, Brasil, México y Venezuela también se desplazan hacia valores más altos de flujo de energía per cápita, con respecto de la recta, lo que representa también una muestra de opulencia o ineficiencia energéticas. Si se usa esa línea como guía, se marca claramente el camino que debe tomar Haití para llegar hacia mejores niveles de IDH, de una manera eficiente. Finalmente, hay que recordar que los países marcados como más ineficientes son también importantes productores de petróleo del continente.
En la búsqueda de otros indicadores que pudieran ser útiles para complementar el análisis propuesto, se muestra un pequeño ejemplo con la alimentación a nivel del continente americano. La alimentación representa una necesidad básica de todo organismo vivo y, el ser humano, a lo largo de su historia, ha refinado esta necesidad en una diversificación más allá del papel de los alimentos como fuente de energía y nutrientes (Passet, 1996). Es decir, para las plantas y los animales la alimentación es un medio de subsistencia pero, en las sociedades humanas contemporáneas, la alimentación sólo representa una pequeña parte de la energía requerida por algunas personas. Si bien aún existen casos de hambruna que se han reportado en diversos territorios durante el último siglo, lo cierto es que normalmente existen otras demandas adicionales de energía y materiales que son propias del tejido social actual, como lo son el transporte o el vestido, y que van más allá de las necesidades básicas.
Así pues, en la figura 4 se muestran, para el conjunto de los 21 países de América Latina y el Caribe, los valores ya presentados del flujo de energía per cápita, como función ahora del flujo de energía per cápita de los rubros de alimento total y alimento de origen animal. Es posible observar que, en efecto, existe una buena proporcionalidad entre el consumo de alimentos totales o de origen animal, y el flujo de energía per cápita. Es decir, que hay una relación lineal entre el consumo de alimentos y el consumo total de energía para el conjunto poblacional analizado, lo cual significa que no solamente las personas están aumentando su consumo energético total, sino que una causa importante de ello es el aumento en la demanda de alimentos por persona. Cabe señalar que, en la actualidad, la oferta de energía per cápita de alimento total en el mundo supera la cantidad recomendada para la dieta (FAO, 2018). Esto significa que si los alimentos disponibles para alimentación humana tuvieran un manejo y una distribución eficientes, evitando al máximo el desperdicio, no habría sectores de la población con pobreza alimentaria.
En los últimos 21 años, el porcentaje del flujo de energía per cápita, relacionado con el consumido en forma de alimentos totales, disminuyó del 9 al 8%. Es decir, los alimentos representan menos del 10% de la energía total que consume la población de América Latina y el Caribe, y cada vez la alimentación se vuelve una proporción menor de las necesidades planteadas por las sociedades humanas. Por otro lado, también se puede apreciar un aumento en el mismo periodo de la proporción de alimentos de origen animal en la dieta total de la población latinoamericana, con un aumento constante del 17 al 22% en el mismo periodo. Este incremento es preocupante porque la producción de alimentos de origen animal implica también un aumento en el uso de recursos naturales y energéticos para su obtención, y el aumento de su demanda está asociado al grado de urbanización de las poblaciones.
Cuando se hace un análisis de correlación como el de la figura 4, pero por países, la linealidad mostrada se pierde significativamente en muchos casos, lo que muestra una vez más el efecto sumatorio o globalizador de las grandes poblaciones y del sistema económico que las une y las hace interactuar. Nuevamente, podrían observarse países opulentos y pobres desde la perspectiva alimentaria, así como algunos ejemplos de eficiencia que podrían proponerse como modelos a seguir. También sería posible detectar países que invierten el uso de su energía para la disposición de alimentos en mayor o menor cantidad. Es decir, poblaciones que utilizan casi de manera exclusiva su energía para la alimentación como necesidad básica, así como poblaciones que utilizan energía de muchas otras formas menos indispensables y, por tanto, con una muestra de opulencia o derroche de recursos.
Consumo eléctrico y desigualdad en México
México es un país que a lo largo del siglo XX desarrolló sus monopolios petrolero y eléctrico, en manos de compañías paraestatales.
Esta tradición comenzó a cambiar en 1992, cuando se dio la posibilidad de que los privados participaran en la generación eléctrica, en una franca apertura de la economía nacional a la globalización neoliberal (Reyes Maturano et al., 2018). Otro efecto de la reconfiguración de las paraestatales energéticas fue el que México alcanzó su pico histórico de producción petrolera en 2004, afectando incluso la generación eléctrica nacional que depende en más del 80 % de los combustibles fósiles. Finalmente, en 2013, se propuso una reforma energética que libera los mercados de energía a la inversión privada, particularmente en los procesos de exploración y producción de combustibles fósiles (Priego & Loyola, 2018). Sin embargo, estos hechos coinciden también con una depreciación global del petróleo y con tratados internacionales de lucha contra el cambio climático. En los últimos años se ha impulsado una transición energética nacional hacia el uso de fuentes alternativas de energía, aunque sin una planeación integral y estratégica basada en el uso eficiente de los recursos y en un programa socioambiental que le permita un desarrollo sostenible (Reyes Maturano et al.; 2018).
En esta sección se muestra un ejemplo de análisis subnacional sobre el consumo energético en México. En ausencia de datos de STEP a nivel subnacional, se utilizan datos del volumen de ventas de electricidad a nivel estatal y municipal (en watt-hora). En el mundo, la electricidad representa una fracción pequeña, menos del 20%, del STEP; en México, en 2014, la electricidad representa un 12% del STEP (IEA, 2018). A nivel mundial como nacional, existe una buena correlación lineal entre el STEP y el consumo eléctrico, con valores de R2 de 0.997 y 0.949, respectivamente. Es de esperarse que las observaciones hechas previamente con el análisis del STEP, en función del porcentaje de población urbana, puedan ser vistas también utilizando el consumo eléctrico en lugar del STEP. La figura 5 muestra, en efecto, la relación que tiene el consumo eléctrico per cápita con la tasa anual de urbanización a nivel nacional. Al fragmentar este consumo eléctrico nacional en consumos estatales, es posible observar las grandes diferencias que se pueden tener en México, tanto a nivel de urbanización, como de consumo eléctrico per cápita.
En la misma figura 5 se muestra como ejemplo el patrón de consumo eléctrico para seis estados del sureste de México: Campeche, Chiapas, Oaxaca, Quintana Roo, Tabasco y Yucatán. En este caso, pueden distinguirse los estados de Chiapas y Oaxaca como los de menor urbanización y menor consumo eléctrico per cápita. Ambos casos son paradójicos, pues Chiapas es líder nacional en producción hidroeléctrica, mientras que Oaxaca es líder nacional en producción eoloeléctrica (OISE, 2019). Aquí, el aprovechamiento de recursos energéticos renovables pierde su carácter de sostenibilidad, pues los grandes proyectos de infraestructura representan importantes riesgos ambientales y sociales, además que la electricidad producida por estos procesos termina siendo dirigida a otros públicos fuera de la región (Zárate Toledo et al., 2019).
En el extremo opuesto a Oaxaca y Chiapas, se encuentra en la figura 5 el caso del estado de Quintana Roo, con el mayor porcentaje de población urbana y el mayor consumo eléctrico de los seis estados analizados. En este caso se encuentra también una paradoja, pues en Quintana Roo no existen prácticamente plantas de generación eléctrica, por lo que buena parte del consumo proviene de su estado vecino, Yucatán. Adicionalmente, se encuentra que para porcentajes similares de urbanización, el consumo de electricidad per cápita es casi el doble en Quintana Roo con respecto de Yucatán. Esta diferencia de consumo de debe a que Quintana Roo es un lugar muy importante de turismo nacional e internacional, lo que representa una población flotante que no está considerada en el análisis: en 2017 recibió cerca de 17 millones de turistas, es decir, más de 10 veces su población registrada (SEDETUR-QR, 2018; INEGI, 2018). Quizás esta vocación turística de Quintana Roo haya sido también la razón por la que no cuenta con plantas generadoras de electricidad. En todo caso, se encuentra que no hay una equidad entre el consumo y la generación, dentro del entramado nacional.
Una última observación de la figura 5 se hace al comparar los estados de Campeche, Tabasco y Yucatán, con historias de consumo eléctrico muy similares, pero con distintos grados de urbanización entre los tres. Yucatán muestra una mayor eficiencia en el uso de los servicios eléctricos, en tanto que para su generación eléctrica utiliza recursos fósiles que debe obtener de otras regiones vecinas. En cambio, Campeche y, principalmente, Tabasco muestran una cierta opulencia en su consumo eléctrico, dado que han sido estados con una producción importante de recursos energéticos de origen fósil. Nuevamente queda en evidencia que la disponibilidad de recursos energéticos es un factor importante en el consumo, adicional a la complejidad de su población por efecto de la urbanización.
Conclusiones
En este capítulo se muestra, por un lado, la riqueza de los datos públicos disponibles y cómo son útiles para analizar las diferencias del historial de consumo energético per cápita a nivel nacional y subnacional. Ese consumo se relaciona con: 1) la tasa anual de urbanización, 2) la disponibilidad de recursos materiales y energéticos, 3) el consumo de alimentos totales y los de origen animal, y 4) el Índice de Desarrollo Humano (IDH). Por otro lado, la metodología permitió analizar la variedad de países del continente americano, así como la tipología de estados en la región sureste de México. Tanto a nivel nacional como subnacional, es posible detectar regiones con una clara opulencia en su consumo energético, así como regiones con pobreza energética y regiones que muestran una mejor eficiencia en el uso de tales recursos. Estas últimas regiones deben analizarse en más profundidad, para utilizarles como modelo de consumo energético eficiente, buscando los principios de desarrollo sostenible que deberían seguir tanto las regiones opulentas como las más pobres. Otros indicadores podrían añadir una mayor riqueza al análisis propuesto, con miras al desarrollo de un modelo que permita comprender mejor los procesos y proponer soluciones con un enfoque de sostenibilidad.
Referencias
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- Chaisson, E. J. (2011). Energy rate density as a complexity metric and evolutionary driver. Complexity, 16(3), 27-40. https://doi.org/10.1002/cplx.20323
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