Capítulo de Investigación
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Sustentabilidad ambiental urbana. Una revisión a la situación ambiental en Bogotá (1990-2018) desde el materialismo histórico geográfico
Urban environmental sustainability. A review of the environmental situation in Bogotá (1990-2018) from historical-geographical materialism
Durabilité environnementale urbaine. Revue de la situation environnementale à Bogotá (1990-2018) depuis le matérialisme historico-géographique
Nociones teóricas, metodológicas y conceptuales
Materialismo histórico-geográfico
La principal perspectiva de estudio en la que se basa este artículo corresponde al planteamiento teórico del materialismo histórico-geográfico. También se apoya en sus potenciales metodológicos para la investigación de la intensa actividad relacional entre modo de producción, sociedad y medio ambiente. Esto a través de la inclusión de la dimensión espacial al materialismo histórico original, realizada por el geógrafo inglés David Harvey en de su labor académica, especialmente en las publicaciones en las dos últimas décadas, que son componen la base de la propuesta del presente trabajo.
Al realizar una revisión específica de la obra de Harvey, se platea un punto de partida en la obra Espacios de esperanza (2000), en donde dicho autor establece como uno de sus propósitos:
Consolidar la idea de un materialismo histórico-geográfico como elemento necesario para ampliar y profundizar tanto el entendimiento como el análisis de los mecanismos activos en el proceso de globalización. Dicho materialismo geográfico, en última instancia, vendría a reemplazar el materialismo histórico propio de la teoría marxista, lo que sin duda se convertiría en un verdadero aporte a la geografía y uno de los resultados más evidentes de la relectura que Harvey hace de la teoría marxista, especialmente si se considera que la obra de Marx y Engels ha sido ampliamente reconocida como ajena al factor territorio, o bien, a la consideración explícita de las relaciones espaciales como factor relevante dentro de los procesos sociales (más allá de la mirada simplista dada en ella a los territorios nacionales). (Rubio, 2003, p. 133)
Desde este proceso de investigación se asume y se acepta la anterior idea, reconociendo el aporte de Harvey dentro del materialismo histórico marxista, al integrar la dimensión geográfica. Entendiendo dicho aporte como un elemento que se suma al corpus metodológico establecido desde el marxismo, más que ser un reemplazo total de esa metodología.
Lo importante aquí es establecer qué elementos, desde la perspectiva geográfica, se integran a la concepción marxista, y cómo estos constituyen una dimensión espacial en el análisis del materialismo histórico.
En primera instancia, la revisión de la evolución de los modos de producción y de las relaciones que estos establecen ha implicado la delimitación de una temporalidad que permita establecer cómo a través de las relaciones de poder y de su materialización en los modos de producción, se van construyendo las formas sociales resultantes de cada proceso histórico en particular. Por otro lado, en términos espaciales, dichos procesos de producción de una realidad social son claramente afectados por las condiciones propias de cada territorio: sus características físicas, sus condicionamientos espaciales y su rol o función dentro de la estructura de producción; desde las cuales influyen en el devenir histórico social, proceso constitutivo de la realidad a estudiar.
Por tanto, la relevancia de la dimensión geográfica queda establecida a partir de las intensas relaciones en las cuales se vincula la territorialidad como factor fundamental de la concreción de la realidad social. Esto hace que su desconocimiento no permita construir la mirada “holística” a la que ha aspirado el materialismo histórico desde sus planteamientos fundamentales.
De igual forma, desde la perspectiva del pensamiento marxista, el objeto de estudio se inscribe en el sistema de dominación capitalista y en las relaciones que se establecen a partir de este. El objeto de estudio de la presente investigación se enmarca en un período y un espacio (finales del siglo XX y principios del XXI, Bogotá) en donde las relaciones de clase se dan en el marco del capitalismo como sistema de dominación. Por tanto, el capital como objeto de estudio, es el elemento que se revisa en clave de su comportamiento espacial. La espacialidad del capital es sin duda una de las características fundamentales a la hora de su análisis.
El capitalismo como producción de realidad: construye y destruye paisajes, construye y destruye territorios, y se sustenta en estos para organizar, de acuerdo con sus propias lógicas, el aparataje a través del cual establece estos procesos de construcción y destrucción. Es así como el paisaje representativo del capitalismo es la ciudad, como espacio de materialización del aparato de consumo en cada una de sus etapas evolutivas, el cual a su vez presenta un punto problemático de vital importancia en la degradación ambiental que este implica a diversas escalas para sostener el hecho urbano.
El origen mismo de la ciudad, su propia ontología sostiene dicho planteamiento: la ciudad moderna es el resultado de la producción industrial a gran escala, del fordismo como proceso de apropiación del aparato de dominación y como modo de producción del capital mismo.
El proceso de acumulación del capital a través de la hegemonía de la actividad industrial transforma el paisaje rural-agrícola predominante y sienta con fuerza las bases del paisaje urbano-industrial preponderante hasta la actualidad, es así como, “tanto en Europa como en América Latina hay una coincidencia entre el arranque de la industrialización y la afirmación de la preponderancia de la ciudad mayor” (Jaramillo & Cuervo, 1993, p. 56).
Siendo el capital el objeto de estudio fundamental del materialismo histórico y a la vez un motor esencial de los procesos de construcción de lo urbano, del desarrollo de la espacialidad urbana a través de la historia, de los modos de afectar e incidir en la conformación de los territorios, y de las soluciones espaciales que se desprenden del capitalismo y su desarrollo estructural. El capital y el capitalismo determinan la vinculación de la geografía al materialismo histórico, ya que la suma de una dimensión espacial a la temporal tiene como resultado el concepto de espacio-temporalidad, con el fin de lograr un abordaje más profundo de las relaciones que construyen las formas económicas y sociales de la realidad.
El capital se apoya en la espacialidad para solucionar la presión cíclica de la crisis o aminorar sus impactos. Desde las fases imperiales y coloniales, problemas como la sobreacumulación de capitales y la formación de franjas de la sociedad burdamente empobrecidas, han obtenido respuestas a través de la implementación de estrategias de expansión de los mercados y de los espacios de influencia económica (Harvey, 2003).
Tales respuestas pueden observarse a través del establecimiento del modelo imperial de imposición directa de las condiciones de poder, subordinadas al centro a través de la apropiación de los territorios, y de su consecuente administración política y económica.
De igual forma, en estadios posteriores se puede identificar una estrategia espacial a través de las relaciones más soterradas del colonialismo, donde los flujos de poder y gestión de la subordinación económica son indirectos, evitando la necesidad de una presencia directa en la institucionalidad estatal y el territorio mismo.
En fases más recientes, con respecto a las enunciadas, ha venido evolucionando la espacialidad y territorialidad del capital, tal como lo plantea Harvey:
En primer lugar, es vital reconocer (como hace tan claramente el Manifiesto) que las reestructuraciones y los reordenamientos geográficos, las estrategias espaciales y los elementos geopolíticos, los desarrollos geográficos desiguales, etcétera, son aspectos vitales para la acumulación de capital y la dinámica de la lucha de clases, tanto históricamente como en la actualidad. Es igualmente vital reconocer (algo que el Manifiesto comunista tiende a minimizar) que la lucha de clases se desarrolla de distintas maneras en este variado terreno y que el avance hacia el socialismo debe tener en cuenta las realidades geográficas y las posibilidades geopolíticas. (2003, p. 46; énfasis añadido)
Uno de los elementos que resaltan de la espacialidad del capital, enunciada por Harvey son los desarrollos geográficos desiguales, en la medida que los procesos de expansión capitalista y los modos de producción y reproducción del capital se construyen a partir de asimetrías: como la diferencia de clase en la que se cimienta la explotación de la fuerza laboral. De igual forma, las asimetrías espaciales se convierten en elementos dinamizadores de la estrategia de acumulación del capital. A medida que ciertos espacios estén subyugados a la presión del centro de dominación estos asumen funciones dentro del sistema impuesto y sus condiciones socioeconómicas se configuran para asumir de manera apropiada el rol dentro de la estructura capitalista; y es así como desde los centros de poder se ordenan las políticas e intervenciones económicas necesarias para garantizar el sometimiento a las dinámicas que favorecen los ejercicios de acumulación y mantenimiento del statu quo.
En la actualidad uno de los mecanismos más utilizados para garantizar el funcionamiento del sistema capitalista lo constituye el sistema financiero, a través del cual se fundan las condiciones necesarias para el desempeño del sistema de dominación, influyendo necesariamente en la construcción de una espacialidad que potencie el proceso mismo de acumulación. Sumado a esto es importante considerar la intensa dinámica de estos procesos, que no constituyen herencias geográficas e históricas permanentes; sino, por el contrario están siendo elaboradas y reelaboradas en procesos continuos de transformación profunda, tal como lo establece Harvey:
Los especuladores (con respaldo financiero internacional), que intentan maximizar los beneficios provocados por el aumento de la renta del suelo, por ejemplo, están ahora remodelando radicalmente los entornos metropolitanos de Shanghái y Moscú, así como de Londres y Nueva York. La búsqueda más generalizada de renta diferencial crea diferencias geográficas en la intensidad de la inversión de capital, a menudo garantizando que las regiones ricas en capital aumenten su riqueza, mientras las regiones pobres en capital se vuelvan relativamente más pobres. (2003, p. 98-99)
Es así, entre otras formas, como la gestión del capital puede directamente construir las asimetrías necesarias para la continuidad del sistema y de sus inevitables jerarquías.
Es importante mantener en esta lógica de producción espacial la idea de escalas de interacción, puesto que en estos procesos de producción de asimetrías y diferencias “rentables”, influyen todas las escalas desde lo local, lo nacional y lo global. De igual forma, es necesario entender las diferencias entre las relaciones y las interacciones propias de cada escala de acción del sistema. Dicha distinción puede constituirse, para empezar, en los actores que se entrecruzan en cada una de las escalas de acción, en la espacialidad afectada y en la territorialidad conformada a través de diferentes procesos que tienen lugar en cada una de ellas. Esto puede observarse en el conjunto de las normativas y las políticas y en su variación de acuerdo con la escala en la que se esté desarrollando el fenómeno estudiado.
Por tanto, la dimensión espacial tiene una relevancia fundamental en el análisis de constitución de la realidad desde el materialismo histórico, y a la vez que se convierte en un nicho de intervención desde la geografía para dinamizar el estudio de las relaciones que se construyen en el desarrollo del sistema capitalista.
A continuación, se expresan algunos puntos de relación entre la metodología del materialismo histórico geográfico y la presente investigación:
- La ciudad constituye uno de los principales objetos de esta investigación, entendida como una espacialidad fruto de los procesos de producción y reproducción del capital, en su fase industrial y financiera. Esto expresa la pertinencia de la metodología del materialismo histórico-geográfico, ya que involucra el estudio de los modos de producción del sistema capitalista y la espacialidad producida por este en sus bases categóricas y conceptuales.
- Para la investigación es relevante contar con una aproximación desde la geografía, que parta de un paradigma geográfico, para su constitución y fortalecimiento. Por tanto, una metodología que dialoga con el paradigma seleccionado permite mantener una coherencia interna que cimienta los resultados de investigación. Este paradigma corresponde a la Geografía Radical, específicamente su revisión contemporánea en la obra de David Harvey.
- Partiendo del espíritu holístico de la metodología del materialismo histórico, la dimensión espaciotemporal se suma a la revisión de la materialidad del fenómeno abordado; otorgando un conjunto de elementos, objetos y relaciones entre estos que sustenta y brinda una aproximación mucho más completa al análisis de las realidades a aquí estudiadas.
- La producción de la espacialidad desde el capitalismo, su materialización en la realidad espacial urbana y la degradación ambiental propia de este proceso, son elementos claramente contenidos en las particularidades, mecanismos y estructuras propias del espectro del materialismo histórico-geográfico.
- La relación sociedad/naturaleza en el materialismo histórico-geográfico tiene relevancia a medida que la explotación de los valores ambientales es parte vital de los procesos de los modos de producción y en las formaciones sociales derivadas.
La relación sociedad/naturaleza es un componente fundamental en esta investigación, y la compresión de dicho componente en el objeto de estudio y metodología planteada construye un pilar sobre el que apoya el proceso investigativo. De igual modo, el rol de la dimensión espacial en la disposición y posterior administración de los valores ambientales conecta de manera directa la necesidad de involucrar dicha dimensión en la metodología de estudio.
Sustentabilidad ambiental
La consolidación del espacio urbano como territorio en donde la mayoría de los miembros de la sociedad escenifican su vida, ha conllevado la aparición de nuevos retos y problemáticas que enfrentar. El constante aumento de la población, la extensión de la ciudad y la intensidad de los usos que en ella se alojan traen, entre otras consecuencias, la intensificación de las presiones y exigencias sobre el sistema ambiental de soporte, que se manifiesta en la degradación de las condiciones de vida al interior de la ciudad y en sus espacios circundantes.
Hoy en día existe en el mundo un espíritu de negación y, sobre todo, se subestima a la problemática ambiental. Esto basado en la aparente confianza que ofrece el sistema capitalista y el mercado actual, que a través de una fe incondicional en los avances tecnológicos vende un confort artificial “infinito” que se sostiene a partir de la destrucción de las fuentes reales para la existencia del hombre: los atributos y recursos medioambientales del planeta.
Surge entonces en el discurso del establecimiento una respuesta a la crisis civilizatoria, que significa la degradación profunda de los valores ambientales, representada en las manifestaciones que se presentan sobre la biosfera: cambio climático, calentamiento global, pérdida de la biodiversidad, contaminación y posterior escasez de fuentes hídricas, entre otras. Discurso que va a ser controvertido desde posturas, como la sustentabilidad ambiental, que reconocen la incapacidad del sistema capitalista para construir planteamientos profundos sobre la materia, ya que estos cuestionan el aparato de dominación
Partiendo de la diferenciación entre el discurso de la sostenibilidad construido desde la lógica y el razonamiento economicista (al cual se contrapone el discurso de sustentabilidad ambiental), y en donde se plantea la complejidad de las relaciones internas en los procesos que fundan la existencia de la biodiversidad, así como la confluencia del saber ambiental y cultural en la formación de nuevos patrones de interacción con los valores ambientales.
De igual forma, otro de los aspectos relevantes para diferenciar las nociones de sostenibilidad y sustentabilidad, proviene del origen de cada uno de los conceptos. El concepto de sostenibilidad tiene origen en el contexto geográfico europeo y norteamericano, que le imprime “la idea de ‘sostener’, ‘preservar’; en última instancia, ‘mantener’; es decir, insistir en la perpetuación del modelo actual” (Yory, 2004, pp. 23-24). El concepto de sustentabilidad se ha construido principalmente en Latinoamérica y se contrapone en que su esencia es trascendental e implica una modificación integral de los modos de producir y habitar el planeta, situación afín con las ideas de “sustentar, sinónimo de ‘alimentar’, ‘cuidar’ y, en alguna medida, ‘hacer crecer’ en el sentido de madurar” (p. 23).
La relevancia del impacto ambiental de la actividad humana a escala planetaria es bastante reciente. Considerando que se han venido manifestando los devastadores efectos de un proceso continuado de industrialización y de asimilación social a los razonamientos y estándares de vida propios de la modernidad, basados en el paradigma del positivismo cientificista se ha podido construir un consenso sobre la necesidad de plantear en la agenda política internacional la dimensión ambiental como elemento sustancial.
Uno de los primeros referentes de la irrupción de la problemática ambiental en los discursos mundiales, se encuentra en el trabajo del Club de Roma en 1972, quienes producen un documento sobre Los límites del crecimiento, en el cual se pusieron de manifiesto las relaciones entre el crecimiento poblacional, la intensificación de los procesos de producción y el crecimiento económico, frente a la potencialidad limitada de los recursos del planeta. Dicho trabajo, en sociedad con el MIT, da como resultado un estudio que
basado en un modelo de simulación, extrapola las tendencias del crecimiento económico y demográfico, del cambio tecnológico y de las formas e índices de contaminación, y concluye que sus sinergias negativas podrían provocar un colapso ecológico de no revertirse sus tendencias. (Leff, 2008, pp. 48-49)
El interés por la presente temática se da en el marco del escalamiento de los procesos de degradación ambiental que se expresan en el incremento sostenido de la pobreza, la desnutrición y miseria, y el conflicto entre el equilibrio ecológico y el crecimiento económico en el marco de las lógicas del progreso mantenido, todo esto agravado por la concreción de nuevos problemas ambientales: el calentamiento atmosférico global, el enrarecimiento de la capa estratosférica del ozono, la lluvia ácida y la pérdida de la biodiversidad, entre los más importantes (Leff, 1998).
Dicho interés se va a ver materializado en la convocatoria de organismos transnacionales a cumbres cuyo objetivo era analizar la problemática medioambiental en el marco de la posibilidad de dar una respuesta mundial a los desafíos que se presentan en torno a esta problemática. Es así como se convierten en referentes las reuniones de Estocolmo en 1972, titulada Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente Humano, la de Río de Janeiro en 1992, titulada Cumbre de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente y el Desarrollo Sostenible, y la de Johannesburgo (Río+10) en 2002, titulada Cumbre Mundial de Desarrollo Sostenible (Eschenhagen, 2006).
Se suman a estos referentes, las iniciativas para firmar tratados sobre medio ambiente, entre las que se encuentran: el Convenio de Viena para la Protección de la Capa de Ozono de 1988, el Protocolo de Montreal relativo a las sustancias que agotan la capa de ozono de 1989, el Convenio sobre la Diversidad Biológica de 1992, la Convención Marco sobre el Cambio Climático de 1992, la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación de 1994, el Protocolo de Kyoto de la Convención Marco sobre el Cambio Climático de 1997, el Protocolo de Cartagena sobre Seguridad de la Biotecnología de 2000 y el Convenio de Estocolmo sobre Contaminantes Orgánicos Persistentes del 2001 (PNUD, 2007), en donde se muestra la intensa actividad que se ha establecido sobre la problemática ambiental a partir de entes transnacionales hasta entidades nacionales y locales durante los últimos cuarenta años.
A partir de esta actividad política supranacional, desde el establecimiento se han construido posturas que han demostrado su obsolescencia a la hora de abordar los complejos desafíos medioambientales. De igual modo han surgido contrapropuestas que se han formado desde los saberes de grupos marginados por el aparato de dominación capitalista, muchos de los cuales tienen su asiento en Latinoamérica, como las diversas etnias indígenas, los afrodescendientes y las comunidades y asociaciones de campesinos, quienes a través de la obra de académicos como Enrique Leff, han encontrado una voz en los espacios académicos y de discusión política de estas discusiones.
Los derroteros de las propuestas ambientalistas surgidas en el seno del debate transnacional y en las políticas públicas nacionales originadas en dichos debates, se sustentan en una visión economicista que se sostiene sobre la idea de internalizar en términos económicos las afecciones y consecuencias negativas sobre el medioambiente, que generan los procesos de producción y consumo de la sociedad actual. Dicha visión está viciada desde la raíz misma de su concepción, ya que las lógicas y razonamientos propios de la economía no tienen ninguna relación directa con la esencia del saber ambiental ni con el universo complejo de la naturaleza misma.
Los baluartes de la razón económica están cimentados en la necesidad de elevar la plusvalía obtenida a partir de los procesos de trabajo y producción. Esta necesidad se suple a partir de incrementar la eficiencia productiva a toda costa, con apoyo de la instrumentalidad tecnológica y la sobreexplotación tanto de los recursos como de la mano de obra, en el marco de un inmediatismo desbordado y de una fe irrestricta y completamente apegada a la lógica del mercado, cuya finalidad se encauza hacia los procesos de acumulación más radical. Situación que de igual forma desestabiliza el propio proceso económico, que se materializa, según Yory, de la siguiente forma:
Entre 1950 y 1986 se duplicó la población mundial y, en ese mismo período, el consumo de combustibles fósiles se cuadruplicó, generando unos niveles de contaminación que en la actualidad exigen un aumento de costos de recuperación del medio ambiente por encima de los beneficios generados por la industrialización; lo que significa que las consecuencias del expolio a los limitados recursos del globo han empezado a redundar en deseconomías, dando paso, así, a formas de crecimiento claramente antieconómicas o, lo que es lo mismo, al incremento de una pobreza que si bien se concentra en los países “periféricos”, cada vez más afecta, de manera directa, a las economías de los países del “centro”, por más que estos hayan concentrado sus esfuerzos en mantenerla confinada en los primeros. (2004, p. 2)
Los procesos de equilibrio ambiental están cimentados en mecanismos mucho más sutiles y complejos que han soportado y potenciado la presencia de la vida en el planeta. Mecanismos y lógicas que fueron desarrollados por sociedades ancestrales construyendo un corpus de saberes basados en los valores de la naturaleza misma, de solidaridad y respeto por el entorno, por sus límites y potencialidades, esto en aras de armonizar los modos de producción con los ritmos propios de los ecosistemas, permitiendo al entorno natural recuperarse de las fases de explotación de los recursos y articulando la esencia de las necesidades y los deseos con la intención manifiesta de mantener el equilibrio en el medio ambiental de soporte.
En términos de los sistemas termodinámicos, los procesos de explotación y producción contemporáneos son procesos enmarcados profundamente en la entropía, ya que estos son altamente consumidores de recursos y generadores de externalidades negativas. Y estos en su avance demoledor solo dejan una estela residual de calor, que representa el empobrecimiento más básico de la energía, agravando el proceso de calentamiento global, al que está siendo sometido el planeta desde la revolución industrial (Leff, 2008).
El comportamiento normal del medio natural está relacionado con fenómenos de orden neguentrópico, como por ejemplo el de la fotosíntesis, en donde los procesos de producción están basados en armonías que contrastan con los desgastes del proceso entrópico, armonías que construyen equilibrio y una real ecoeficiencia.
La construcción de sociedades sustentables, de un futuro sustentable, implica especificar metas que conducen a avizorar cambios de tendencias, a restablecer los equilibrios ecológicos y a fundar una economía sustentable. Es la transición de una economía entrópica hacia una economía neguentrópica y hacia estados estacionarios de procesos actualmente guiados por dinámicas de crecimiento insustentables (poblacionales, económicos, de contaminación ambiental, de degradación ecológica). Para construir la sustentabilidad es necesario deconstruir las estructuras teóricas e institucionales, las racionalidades e ideologías que propician los actuales procesos de producción, los poderes monopólicos y el sistema totalitario del mercado global, para abrir cauces hacia una sociedad basada en la productividad ecológica, la diversidad cultural, la democracia y la diferencia. (Leff, 2008, p. 62)
La aproximación desde la sustentabilidad ambiental, amerita ser asumida a partir la complejidad de lo ambiental, de la naturaleza misma. Para analizar la problemática ambiental se requiere un estudio que incorpore las dimensiones necesarias para abarcar el amplio panorama de riesgos, que enfrente y asuma la diversidad y la contradicción como elementos propios de la realidad, que incluya la compleja trama de las relaciones que en múltiples direcciones constituyen la realidad y, por ende, la problemática medioambiental.
La perspectiva que parte de la sustentabilidad contiene la impronta del saber cultural y del rescate de los valores afines con los procesos de la naturaleza misma. Esta incluye la visión de una sociedad que se erige en el marco de la propia construcción de la comunidad, de los valores de solidaridad y respeto; antes que desde la acumulación como fin último, de la valoración económica sobre todo lo existente, ni desde el imperio de la acumulación por sobre todas las cosas. Esta mirada incluye el rescate de una cosmovisión sintonizada con el equilibrio y la prudencia, ajena a las lógicas de la ambición material desmedida.
Por tanto, la transformación que se propone partiendo de la sustentabilidad difiere diametralmente con la apuesta del discurso oficialista, que defiende la institucionalidad del desarrollo sostenible ejercido por los centros de poder. La sustentabilidad exige la transformación profunda de los valores y fines perseguidos por la humanidad, y desde allí apunta a la transformación de los modos de vivir, de habitar y de producir, transformando radicalmente los derroteros economicistas y monetaristas imperantes, que empañan el discurso del ambientalismo como la interiorización de serias consecuencias negativas sobre el medioambiente y los recursos naturales que se integran, materializadas como valores económicos, al proceso de producción y reproducción del capital.
La urgencia de una mirada más compleja sobre la crisis ambiental se presenta porque dicha crisis no es simplemente una de las tantas fluctuaciones y caídas del sistema de dominación, se da porque
nos ha tocado vivir una etapa histórica marcada por la crisis ambiental; y esta crisis ambiental no es una crisis cíclica más del capital, ni la de una recesión económica, aunque también conlleve a ella en estos momentos, cuando la crisis energética se conjuga con una crisis alimentaria. La crisis ambiental es una crisis civilizatoria, y en un sentido muy fuerte, es decir, que hemos llegado al punto de haber puesto en peligro no solamente la biodiversidad del planeta, sino la vida humana, y junto con ello algo sustantivo de la vida humana, el sentido de la vida. (Leff, 2008, p. 81)
Debido a que la crisis ambiental y las problemáticas derivadas a ella son tan profundas, complejas y relevantes, de igual forma los planteamientos que orienten el camino hacia una solución, deben ser equivalentes: profundos, complejos y relevantes. Ya que es necesaria una transformación profunda y no simplemente una reorientación del modelo de apropiación de la realidad socioeconómica a través de la inclusión de los valores inscritos dentro de las lógicas del capital.
Contexto social, político y económico del periodo de estudio
La sustentabilidad ambiental urbana está ampliamente relacionada con el modo de producción, las formas sociales y los imaginarios simbólicos y culturales que tienen predominancia en el territorio a estudiar. Los planteamientos de la sustentabilidad ambiental se erigen desde una crítica profunda hacia los modos de interacción y la relación del ser humano con la naturaleza, orientada por el sistema de dominación capitalista, cuyo objetivo preponderante es acumulación de capital y la mercantilización de la realidad, a través de los cuales despliega su influencia sobre la sociedad, doblegando a su paso los valores ancestrales, humanos y ambientales. Bajo el imperio de la acumulación de capital se ha fundado la realidad social, política y económica colombiana y, por consiguiente, la bogotana (tabla 1). Esto implicó que el proceso de evolución urbana se haya desarrollado de una forma totalmente insustentable. Una situación que se expresa en el caos y en el impacto de la degradación de las condiciones ambientales del territorio, esto se traduce en la disminución de la calidad de vida de los bogotanos. Puesto que el sistema capitalista se ha venido sofisticando e intensificando en cada una de sus fases de desarrollo (comercial, industrial y financiero-servicios), generando que el nivel de los impactos ambientales y sobre la vida presentes sobre el territorio se haya intensificado, arriesgando de forma evidente el equilibrio ambiental, cada vez más frágil, sobre el cual se soporta el funcionamiento de la ciudad.
La sociedad colombiana, en las tres últimas décadas, se ha transformando al ritmo de los cambios políticos y económicos que ha traído la implantación de los nuevos modelos de explotación capitalista, asociados a la doctrina neoliberal y los discursos de la globalización. El creciente desmonte de las barreras comerciales, que ha vivido la economía colombiana desde la década del setenta hasta los años noventa del siglo pasado, ha traído el paulatino aumento de la influencia social, política, económica y cultural de las potencias capitalistas sobre la sociedad colombiana, expresada principalmente en su ánimo de homogeneizar como estrategia de poder. En tal sentido han jugado un papel importante los tratados de libre comercio que se han firmado en lo que va corrido del presente siglo, principalmente el Alca (Área de Libre Comercio de las Américas) y el TLC (Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos).
El rol protagónico de esta influencia ha sido encarnado por los Estados Unidos de América, país que ha mantenido un gran peso geopolítico en Colombia, construyendo una intensa trama de relaciones políticas, económicas y sociales bajo las cuales se ha configurado la realidad del panorama social colombiano.
Tabla 1. Resumen de situación política, económica y social de Bogotá en el periodo de estudio. Fuente: elaboración propia. |
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Capitalismo financiero y de servicios, sociedad urbano-informacional, Bogotá como metrópolis – megalópolis. | ||
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CONCEPCIÓN POLÍTICA | MODO DE PRODUCCIÓN (MP) | FORMACIÓN ECONÓMICA SOCIAL |
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Fuente: elaboración propia. |
Partiendo de la apertura comercial y cultural de Colombia se ha expresado la adhesión del país a las lógicas de la sociedad de consumo de la posguerra y de la sociedad tecnoinformática de la última década del siglo XX. La consolidación de una clase media en el país ha asistido este proceso, impulsando a través de un sector de la sociedad con ingresos suficientes para dinamizar el mercado interno, implantado sobre los patrones de consumo tomados de la sociedad norteamericana.
En las últimas décadas el papel de los medios de comunicación, en especial la televisión e Internet, ha cobrado vital importancia en el proceso de imponer una cultura global, que tiene como objetivo principal homogeneizar el mercado global para simplificar y hacer más eficientes los procesos de producción a gran escala, dirigidos a satisfacer un mercado definido por los gustos y necesidades de una masa alienada culturalmente.
Así el mercado interno colombiano se ha hecho “adicto” de un sinnúmero de productos y bienes que podrían ser fácilmente fabricados en el país, pero cuya producción ha sido delegada a las potencias del primer mundo. Potencias que ni siquiera manufacturan en sus propios territorios, sino a través de un sistema de maquila, se aprovechan de las precarias condiciones de los países del Sur Global para implantar en ellos su aparato industrial, constituyendo un mercado que se basa principalmente en la explotación publicitaria de las engañosas bondades que otorga un “producto de marca”.
Bajo estas condiciones la sociedad colombiana ha transitado hacia una configuración en donde el ejercicio intenso de consumo define la configuración de los espacios urbanos, convirtiendo al comercio y al sector servicios, en uno de los agentes de impulso más importantes en la construcción de nuevos sectores de las ciudades colombianas.
El modelo de ocupación del suelo a nivel mundial está claramente definido hacia la urbanización del planeta, impulso que descansa en la importancia estratégica de las ciudades para el sistema de explotación capitalista, bajo la consigna del proceso de “urbano industrialización de la agricultura”, fenómeno que parte de la revolución industrial, cuando
el mundo rural comienza a ser metabólicamente gobernado por una razón tecnocientífica urbana, gestorial-burguesa, de abastecer las ciudades con alimentos y materias primas como mercancías subordinadas a la lógica de la acumulación de capital, ahora con el uso de máquinas (de vapor) y de la química. (Porto-Goncalves, 2017, p. 60)
Tal dominio del proceso de urbanización planetario se expresa en las cifras que se presentan a continuación, correspondientes a 2018:
La población urbana ha aumentado de manera exponencial —desde 751 millones en 1950 a 4200 millones en 2018— y continuará con esta tendencia. Según el informe, el crecimiento previsto estará altamente concentrado: el 90% tendrá lugar en los países de África y Asia, y tan solo India, China y Nigeria representarán el 35% con 416 millones, 255 millones y 189 millones de habitantes respectivamente. Actualmente, las áreas más urbanizadas son: América del Norte: 82% de población urbana. América Latina y el Caribe: 81%. Europa: 74%. Oceanía: 68%. Pero Asia, a pesar de su bajo nivel de urbanización (cerca del 50%), acoge al 54% de la población urbana mundial, seguida de Europa y África con un 13% cada una. África, en contraste, predomina la población rural, con un 43% de sus habitantes viviendo en las ciudades. (ONU, 2018)
En esta misma línea, Colombia avanza en un proceso de urbanización constante que se fundamentó desde el siglo XX (figura 1), generando aumentos exponenciales de la población urbana y en menos de un siglo, la inversión completa de la preponderancia de la población rural sobre la urbana que se presentaba a principios del siglo XX (figura 2).
Bajo este panorama de aceleración del proceso de urbanización y de aumento de la intensidad del consumo, sumado al tradicional desprecio por las problemáticas ambientales de gran parte de la sociedad colombiana, se han generado impactos medioambientales relevantes, que tienen repercusiones a escala mundial, que se sintetizan principalmente en la elevada producción de desechos, el consumo desaforado de energía y valores ambientales, y en el envenenamiento del agua y el aire, causados por los intensos procesos de explotación extractivista.
En la medida que los retos ambientales crecen en el país también se ha complejizado precariamente la institucionalidad y la burocracia encargada de tratar la dimensión ambiental. Es así como a partir de la promulgación de la Constitución de 1991 se creó en 1993 el llamado, Ministerio de Medio Ambiente (hoy Ministerio de Medio Ambiente y Desarrollo) y en Bogotá se instaura el Departamento Administrativo del Medio Ambiente (Dama, hoy Secretaría Distrital de Ambiente, SDA), como espacios institucionales para la gestión de las intensas problemáticas ambientales del país y de Bogotá (figura 3).
Sin embargo, la histórica debilidad estatal en Colombia y en Bogotá, no ha permitido la construcción de una institucionalidad lo suficientemente fuerte que cuestione los inmensos y poderosos intereses privados sobre el consumo de recursos naturales y las demás problemáticas ambientales presentes en el territorio nacional.
Para la Bogotá contemporánea la situación ambiental urbana ha estado fuertemente ligada a los procesos de crecimiento y preponderancia poblacional, así como la urbanización y crecimiento económico que ha mantenido la capital en las tres últimas décadas. Ya que pues uno de los cimientos de las problemáticas ambientales lo constituye el fenómeno de urbanización, que al concentrar grandes cantidades de población de manera desorganizada sobre el territorio del área metropolitana de Bogotá, generó un detrimento de las espacialidades rurales y de los valores ambientales presentes en el contexto geográfico de la sabana:
El crecimiento urbano reciente ha llegado a ocupar la ronda del río Bogotá y las proyecciones de expansión en área son sumamente preocupantes. La sabana de Bogotá no es el medio rural que hasta la década de 1970 satisfacía las necesidades de alimentación y consumo de bienes del sector primario de la ciudad, los municipios sabaneros se han transformado en sectores periféricos que están a punto de ser absorbidos por la enorme metrópoli. (Preciado & Almanza, 2004, p. 142)
En el periodo de estudio, en la ciudad de Bogotá, se han identificado las principales problemáticas ambientales de la ciudad que se resumen a continuación.
Impacto sobre los valores ambientales de la sabana
El impacto ambiental generado en la sabana de Bogotá, por la consolidación de una megalópolis como Bogotá (figura 5) tiene una serie de afectaciones que han alterado la conformación, disposición y uso de la tierra en los municipios del área circundante a la ciudad. El principal impacto ambiental se encuentra en la transformación espacial que ha sufrido el uso del suelo sabanero, que, desde la colonia, ha desempeñado un papel como despensa agropecuaria de la ciudad (Preciado Beltrán, Leal Pulido & Almanza Castañeda, 2005), y que por las tensiones y evolución del modo de producción en el país y en Bogotá, ha tenido que cambiar su vocación de producción agrícola alimentaria hacía usos que demanda el fenómeno urbanizador de la megalópolis (figura 4).
Son principalmente cuatro las actividades que han ganado relevancia en el espacio de la sabana fruto de la presencia de la ciudad (figura 6), desplazando la vocación agro productiva del suelo: la urbanización suburbana o campestre (con más fuerza en Cajicá y Chía); la industria extractiva de materiales de construcción (en Soacha, Sibatá, Tocancipá, Guasca, La Calera, Tabio y Subachoque); la industrialización por desplazamiento de ciertas empresas productoras a la sabana, en especial en los municipios de Tocancipá, Cota, Madrid, Mosquera, Funza y Soacha (curtiembres, procesamiento de animales y actividades de bodegaje); asociado a esta, la aparición de cultivos industriales altamente intensivos que aprovechan la cercanía del Aeropuerto El Dorado para conectarse con los mercados nacionales e internacionales, como el caso particular de la floricultura, localizado principalmente en Funza y Madrid; y por último la localización de infraestructuras de servicios públicos, que impactan a la región central, especialmente obras de acueducto y energía, materializados en la construcción de las termoeléctricas y embalses ubicados en Neusa, Sisga, Tominé, Muña, Guavio y San Rafael (SDP, 2010).
A continuación, se revisan puntualmente los impactos socio ambientales del desarrollo urbano de la metrópoli, sobre su mismo suelo y en conexión con el contexto regional, principalmente establecido por el espacio geográfico de la sabana de Bogotá, relacionando tal impacto al despliegue del modo de producción capitalista y su expresión socio cultural, en el marco de una mirada instituida por el materialismo histórico-geográfico.
Producción informal de suelo urbano
El desarrollo urbano de Bogotá desde la década del cincuenta se ha caracterizado por la fuerte presencia del fenómeno denominado “urbanización pirata”, mediante el cual se han incorporado grandes extensiones de suelo urbano de manera ilegal e informal (figura 7). Esta clase de ocupación se ha desarrollado en espacios periféricos, de difícil topografía y acceso, dificultando la normal prestación de servicios públicos, generando que el acceso a un alcantarillado que cumpla todos los estándares técnicos y que preste un servicio de recolección de basuras eficaz, aún no se pueda garantizar por las duras condiciones de accesibilidad (Preciado et al., 2005).
Estas dificultades técnicas en la construcción del acueducto, alcantarillado y recolección de basuras han generado, principalmente, problemáticas ambientales en estos espacios marginales, asociadas con los altos grados de contaminación de la red hídrica, con aguas servidas y basuras, pauperizando las ya precarias condiciones de los espacios urbanos de origen ilegal.
Lo cierto es que a medida que aumenta la pobreza, se incrementa la carencia de servicios públicos básicos para satisfacer las necesidades primarias, por ejemplo los problemas asociados a la carencia de agua potable, impulsó a la población periurbana al consumo de agua de origen subterráneo, de corrientes contaminadas o de fuentes lejanas. Los factores asociados a la salud pública, como epidemias, altos índices de morbilidad, desnutrición y en general bajos niveles de calidad de vida están íntimamente ligados a las condiciones ambientales del entorno de la vivienda ilegal, informal y precaria. (Preciado & Almanza, 2004, p. 132)
Como puede observarse en la figura 8, en la primera década del presente siglo, el fenómeno de desarrollo de suelo informal sigue avanzando intensamente. La ausencia de una política eficaz para el asentamiento de los constantes ciclos de crecimiento urbano de la ciudad, fruto tanto de su normal desarrollo como de los procesos de migración impulsados por el proceso de urbanización e industrialización del espacio rural, y a la violencia asociada a ese proceso. Esto genera otra importante fuente de conflicto ambiental: la constante afectación a los elementos de la estructura ecológica principal, como las rondas de los ríos y quebradas, los humedales y las reservas forestales de las laderas de los cerros orientales y de Suba, produciendo un impacto ambiental cifrado en la degradación de estos elementos y un desgaste a la administración distrital, puesto que debe generar procesos de adquisición posterior de los suelos protegidos que han sido invadidos.
El aumento de la invasión a los espacios de conservación en los últimos años ha sido acelerado, tal como se puede observar en la figura 9 pues en apenas cinco años, transcurridos entre 2003 y 2008, el área invadida se ha duplicado, de tal suerte que “en gran parte la marginalidad urbana ocupó progresivamente estos escenarios (humedales, rondas de ríos y cerros) generando un impacto negativo en cuanto que desaparecieron algunos ecosistemas vitales dentro de las relaciones ecológicas de la ciudad” (Preciado & Almanza, 2004, p. 138).
Igualmente, la localización de los habitantes en las zonas marginales e ilegales sobre los espacios de la estructura ecológica principal, genera amenazas para la integridad y el patrimonio de estas personas, debido a los riesgos de inundación y los peligros geotécnicos que dichos espacios presentan.
Afectación ambiental de la red hídrica
Las cuencas altas del sistema hídrico que bajan de los cerros orientales de Bogotá se encuentran fuertemente afectadas por los procesos de deforestación y erosión, ocasionados por la intensa extracción minera localizada en estas zonas y en los vertimientos de aguas negras y basuras que suceden sobre los cauces de ríos y quebradas, que generan los asentamientos de origen ilegal y legal de la ciudad. La situación de degradación de las cuencas altas es mucho más aguda en los cerros surorientales, pues la actividad de explotación en chircales y areneras es más fuerte, y la presencia de asentamientos humanos en esta área de la ciudad es mayor. En los cerros nororientales el grado de mayor afectación se encuentra en la parte alta de San Cristóbal Norte, localidad de Usaquén, en donde los fenómenos de extracción y urbanización vienen sucediendo desde 1950.
Por otro lado, el elevado consumo de agua de una megalópolis como Bogotá (figuras 10 y 11), ha agotado la posibilidad de lograr un suministro con la red hídrica presente en el territorio de la ciudad, haciendo que los proyectos para provisión del líquido se extiendan sobre el espacio de la sabana y la región central del país. La incorporación del suelo de la localidad de Sumapaz al territorio del Distrito Capital corresponde a una estrategia de control sobre espacios de producción acuífera, como el páramo de Sumapaz, aumentando la disposición del recurso hídrico en territorios distantes de la ciudad para el abastecimiento de la metrópolis, generando una sobrecarga y sobreexplotación de estos espacios naturales.
Valorando los índices contaminación de las aguas del río Bogotá, la afectación es alta (tabla 2), debido a la descarga de aguas negras y sin tratamiento que vienen de la ciudad urbe central y de los municipios de la sabana que hacen parte de la cuenca del río, esta situación también impacta los acuíferos subterráneos (tabla 3) que en la sabana son utilizados para suministro de poblaciones periféricas.
Estos niveles de contaminación se agravan al identificar que estas aguas son usadas para el consumo humano: riego de agricultura y actividad ganadera, lo que causa unos niveles especialmente altos de morbilidad en población infantil por enfermedades de origen hídrico.
Tabla 2. Concentración de microorganismos en aguas superficiales (cuenca alta del río Bogotá) |
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CF UFC/100 mL | CS PEP/100mL | F+PFP/100mL | G Q/L | C Oq/L | |
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n | 44 | 44 | 44 | 31 | 31 |
Media | 4.22 | 3.50 | 2.67 | 1.33 | 0.88 |
Máx. | 5.85 | 4.68 | 4.04 | 2.52 | 1.52 |
Min. | 2.00 | 1.00 | 1.00 | 0 | 0 |
CF: Coliformes fecales CS: fagos somáticos F+: fagos F: específicos G: Giardia spp C: Cryptosporidium spp. Fuente: Campos-Pinilla et al. (2008). |
Tabla 3. Concentración de microorganismos en aguas subterráneas (acuíferos de Tilatá y Guadalupe) |
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CF UFC/100 mL | CS PEP/L | F+PFP/L | ||||
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TILATA | GUADALUPE | TILATA | GUADALUPE | TILATA | GUADALUPE | |
n | 19 | 33 | 19 | 33 | 19 | 33 |
Media | 1.74 | 1.07 | 2.06 | 1.99 | 1.78 | 2.04 |
Máx. | 3.20 | 1.88 | 5.11 | 4.80 | 4.04 | 4.79 |
Min. | 1.00 | 0.30 | 1.00 | 1.00 | 1.00 | 1.00 |
Fuente: Campos-Pinilla et al. (2008). |
Respecto al impacto ambiental sobre los humedales, estas áreas de protección de la ciudad se han visto amenazadas por la presión que la urbanización ejerce sobre sus bordes, materializándose en la erosión y en el asentamiento legal e ilegal de habitantes empobrecidos y marginales de la ciudad.
De igual forma, la cercanía a sectores residenciales ha generado impactos asociados a contaminación por basuras y aguas servidas. Sin embargo, en la última década, ha aumentado el trabajo institucional de concientización de la población sobre el valor ambiental de los humedales que aún sobreviven. Algunas intervenciones de la Empresa de Acueducto de Bogotá, en los bordes de estos cuerpos de agua, y su la labor con agrupaciones de vecinos y organizaciones no gubernamentales sobre el cuidado y la educación ambiental en estos espacios de protección, ha tenido un efecto positivo en la conservación de estos elementos de la principal estructura ecológica de la ciudad. De igual modo, los humedales de la ciudad fueron integrados por el avance urbanizador, dejándolos al interior de la ciudad, y sus bordes a merced de los procesos de desarrollo inmobiliario y de ocupación informal (figuras 12 y 13).
El proceso de urbanización ha sido la principal causa de transformación sobre el área de los humedales, sometiendo estos espacios principalmente a fenómenos tales como: la fragmentación, por la construcción de infraestructura vial; el poblamiento, por la presión inmobiliaria y de invasión de comunidades empobrecidas; generación aguas residuales, por la descarga sin tratamiento sobre estos cuerpos de agua; erosión, por el daño a las corrientes naturales de agua; producción residuos sólidos, por la descarga de basuras de las comunidades que habitan los sectores vecinos; todo sumado al vertimiento de residuos químicos, por descargas de la infraestructura industrial de la ciudad (SDA, 2008).
Al contrastar las áreas de los espejos de agua de los humedales de la ciudad, entre 1989 y 2016, se evidencia una pérdida del 84% del área que existía, observando cómo en el periodo estudio la intensificación del proceso urbanizador de la ciudad arrasó con este espacio natural de gran valor ambiental para la ciudad (figura 14)
Contaminación del aire
La degradación del oxígeno bogotano se centra en la contaminación causada por gases fruto de la quema de combustible fósil y de polvo, al igual que el ruido y la polución visual. Las causas de este impacto ambiental sobre el aire son producto, principalmente, de la industria y el transporte urbano.
Claramente, la concentración de la actividad industrial (ubicada principalmente al occidente de la ciudad, localidad de Puente Aranda) genera en sus espacios circundantes una alta afectación de la calidad del aire, convirtiéndose en la actividad con mayores emisiones de partículas en suspensión (PS) y dióxido de azufre (SO2), elementos altamente nocivos para la salud humana (OMS, 2006). Tal situación se expresa en los altos niveles de enfermedades asociadas a infecciones en las vías respiratorias en zonas colindantes a la actividad industrial, como es el caso de la localidad occidental de Puente Aranda, en donde para 1993 se registraron 7182 pacientes con estas afecciones (Preciado et al., 2005, p. 306). Situación que con el tiempo no ha variado pues en la misma localidad de Puente Aranda en 2003 las muertes de niños menores de un año se presentaron principalmente, en 38% de los casos, por trastornos respiratorios, confirmando la compleja situación generada por la calidad del aire en la zona (tabla 4).
Tabla 4. Mortalidad de residencia en Bogotá, según diez primeras causas, en menores de 1 año en la localidad de Puente Aranda |
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Causa | Total | Porcentaje | Tasa* |
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1-082 Trastornos respiratorios específicos del período prenatal | 25 | 37,9 | 54,8 |
1-087 Malformaciones congénitas del sistema circulatorio | 12 | 18,2 | 26,3 |
1-088 Malformaciones, deformidades y anomalías congénitas | 7 | 10,6 | 15,3 |
1-084 Infecciones específicas del período perinatal | 4 | 6,1 | 8,8 |
1-001 Enfermedades infeccionsas intestinales | 3 | 4,5 | 6,6 |
1-081 Retardo del crecimiento fetal, desnutrición fetal, gestación corta y bajo peso al nacer | 2 | 3,0 | 4,4 |
1-083 Transtornos hemorrágicos y hematológicos del feto y de recién nacido | 2 | 3,0 | 4,4 |
1-085 Enterocolitis necrotizante del feto y del recién nacido | 2 | 3,0 | 4,4 |
1-005 Septicemia, excepto neonatal | 1 | 1,5 | 2,2 |
1-035 Leucemia | 1 | 1,5 | 2,2 |
Resto de causas | 7 | 10,6 | 15,3 |
Total | 66 | 100,0 | 144,7 |
Fuente: Certificado defunción DANE, según residencia. Décima revisión 105 causas. Datos preliminares Tasa*10.000 Habitantes. |
Como se observa en la figura 15, las concentraciones máximas del material particulado se encuentran, en el periodo observado (2002-2016), fuertemente condensadas en el área sur y la occidental de la ciudad, de modo que generan condiciones ambientales negativas, y por ende, afectan la salud de la población de bajos recursos que se localiza en esos sectores. Tal concentración es producto de: la presencia de una industria que convive indiscriminadamente con áreas de vivienda; la concentración de transporte público y masivo, en su mayoría operado con diésel altamente contaminante; un clima seco, si se compara con la zona norte de la ciudad; la dirección de los vientos, que de los cerros orientales toman hacia occidente, y la ausencia de grandes zonas verdes o arborización masiva.
Mientras tanto, la zona norte que habitada por clases privilegiadas económicamente, presenta menos concentración de material particulado (figura 15), en parte, por sus condiciones climáticas: más húmedas, la mayor presencia de árboles y zonas verdes, y una menor presencia de transporte público/masivo o de carga.
En la figura 16, se evidencia tal situación, puesto que las estaciones asociadas a la localización de áreas industriales (Fontibón, Puente Aranda, Sony y Cazucá), que además cuentan con presencia de vivienda de bajos recursos en sus alrededores, son las estaciones con registros más altos de estas emisiones, que exceden los estándares de la OMS (2016), establecidos en 20 ugm3, o la norma nacional en 55 ugm3.
Como puede observarse en la figura 17, en donde se revisa la evolución de la presencia de material particulado en Bogotá desde 1999 hasta el 2008, la tendencia indica el aumento de este tipo de contaminación, y aunque el valor de la normativa nacional es más alto que la normativa internacional, se superan las dos normas, de forma significativa, en la mayoría los años, una situación que pone en riesgo la salud de la población y las condiciones dignas de habitabilidad.
Respecto a las fuentes móviles se ha generado una situación de caos en la movilidad de la ciudad, que a su vez se refleja en el aumento de los niveles de contaminación del aire y de ruido. Fenómeno producido por el transporte urbano, la consolidación del uso de los vehículos a motor como mecanismo de movilidad en la ciudad, y el crecimiento constante del parque automotor desde principio de siglo XX (acelerado considerablemente por la apertura de la economía en la década del noventa), y sumado a la privatización del negocio del transporte público desde la liquidación del tranvía y el trolebús.
Tabla 5. Crecimiento del parque automotor vs. construcción de red vial, 2003-2008 |
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Año | Parque Automotor | Población | Red vial (Km-carril) |
Tasa de Motorización x 1000 Hab |
Pobl/ Km-carril |
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2003 | 686.029 | 6.627.568 | 15.324 | 104 | 432 |
2004 | 767.728 | 6.734.041 | 114 | ||
2005 | 838.647 | 6.840.110 | 123 | ||
2006 | 943.550 | 6.945.216 | 136 | ||
2007 | 1.062.698 | 7.050.228 | 151 | ||
2008 | 1.168.685 | 7.155.052 | 15.708 | 163 | 455 |
Fuente: SDP (2010). |
Esta situación de caos y contaminación se potencia por el atraso en el diseño y provisión de una malla vial arterial que se encuentre a la altura de la complejidad urbana de la ciudad contemporánea (tabla 5). Muchas de las vías del área central de la ciudad no fueron diseñadas originalmente para el tránsito de vehículos automotores, lo cual amplifica el impacto de la contaminación de aire y ruido en estos sectores. Las grandes obras de infraestructura vial que se adelantan en la actualidad sólo sirven para mejorar algunos corredores de demanda y, estas obras, no están pensadas para contener los niveles de tráfico futuros de la ciudad. Vías como la Avenida Longitudinal de Occidente (ALO), fueron proyectadas hace más de treinta años y por diversos motivos, entre ellos la ineficiencia del aparato estatal, no se han construido, agravando la problemática del transporte urbano.
Mientras tanto, el parque automotor privado crece considerablemente aumentando las graves consecuencias en términos de contaminación del aire y ruido (figura 18). La solución con la que cuenta el transporte masivo en la ciudad es Transmilenio, un medio inspirado en sistemas de transporte de ciudades intermedias como Curitiba en Brasil. El cual da muestra agotamiento por el volumen de pasajeros que transitan en una megalópolis como Bogotá, y esto sumado a la implicaciones de disponer un medio de transporte masivo movilizado con diésel. Hecho que aumenta las descargas de elementos contaminantes sobre el aire, como los óxidos de nitrógeno (Ox), hidrocarburos metánicos (HC) y monóxido de carbono (CO), generadas por el transporte urbano, son las más altas y sus proyecciones a la década siguiente son de dimensiones críticas (figura 19).
Degradación ambiental de los cerros
Los cerros orientales y los cerros de Suba han sido impactados ambientalmente a través de dos actividades antrópicas. La primera, el proceso de urbanización que se ha intensificado desde la década de los ochenta del siglo XX, lo que genera una presión sobre estos ecosistemas que disminuye su área protegida e impacta ambientalmente a través de la presencia de concentraciones de población cerca de estas reservas forestales frágiles.
La actividad urbanizadora más fuerte realizada en estos espacios de protección la han desarrollado las clases más pudientes de la ciudad, quienes, en busca de mejores condiciones ambientales y paisajísticas, han desarrollado lujosos proyectos de vivienda, ocupando paulatinamente la reserva forestal. Seguidos por las clases menos favorecidas económicamente, quienes en los sectores con menor valor ambiental y paisajístico (los cerros al sur de la ciudad) han ocupado estas áreas de manera precaria y vulnerable frente a los serios riesgos de deslizamiento presentes en la zona (figura 21).
Este proceso ha generado una disminución de la áreas forestales y verdes, lo que aumenta la inequidad, que se manifiesta en la escasa presencia de árboles en el sur y occidente de la ciudad, donde habitan las clases más pobres de la ciudad (figura 20), de tal forma que
los cerros han perdido buena parte de la cobertura vegetal nativa, factor que ha determinado una disminución notoria de la biodiversidad el lugar al desaparecer especies de flora, fauna y microorganismos importantes. Según estimaciones del DAPD, actualmente existe una cobertura vegetal de un 43%, que es insuficiente para el saneamiento de los ríos y las quebradas y afecta la regulación hídrica, pues propicia que se presenten picos de crecida y de sequía, que afectan la oferta hídrica, además del incremento de los riesgos de desastre en algunas zonas de la capital. (Preciado et al., 2005, p. 329)
La pérdida de las áreas forestales y verdes de los cerros sumada a la pobre arborización de la ciudad (figuras 22 y 23) constituyen un panorama alarmante sobre la disminución de la calidad ambiental y paisajística de la ciudad. Una situación que la administración Peñalosa ignoró, e incluso promovió procesos de tala indiscriminada de árboles a través de contratos poco transparentes, investigados por intereses en relación con las intervenciones sobre el espacio público, y la corrupción asociada a su ejecución.
Sumado al proceso de urbanización en los cerros se encuentra el impacto de una segunda actividad: la minería para la provisión de materiales de construcción para la ciudad como arenas, piedra y chircales para la producción de ladrillo, la cual ha generado un gran impacto en este elemento de protección ambiental.
La explotación minera en los cerros orientales de la ciudad genera un espectro variado de impactos ambientales, entre los que se encuentran: la destrucción y tala de árboles y rastrojos nativos; la afectación de las zonas de recarga de acuíferos; la erosión en diversos grados de intensidad; los derrumbes y deslizamiento; la contaminación por polvo y gases; y la sedimentación por el arrastre de material en las escorrentías, ríos y quebradas.
Como puede observarse en la tabla 6, la actividad minera está fuertemente concentrada en las localidades del suroriente de la ciudad (Ciudad Bolívar, Usme, San Cristóbal), las cuales contienen el 76% de los predios con dicha afectación. Para los cerros orientales, el segundo lugar con este tipo de afectación situados en el norte de la ciudad, en la localidad de Usaquén, asociada a asentamientos informales, atípicos en esta zona de la ciudad.
Tabla 6. Predios con afectación minera y con permisos para tal actividad, por localidad, Bogotá |
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Localidad | No. Total de predios | No. Predios con permiso minero |
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Ciudad Bolívar | 25 | 2 |
Usme | 40 | 7 |
San Cristóbal | 13 | 0 |
Rafael Uribe Uribe | 17 | 0 |
Usaquén | 11 | 1 |
Santa Fé | 1 | 0 |
Tunjuelito | 1 | 1 |
TOTAL | 108 | 11 |
Fuente: SDP (2010). |
Los mismos habitantes de estas zonas narran las diversas alteraciones a sus condiciones de vida, como en el caso de la minería de la localidad norte de Usaquén, en donde
para algunos habitantes los cambios en el hábitat se manifiestan por el cambio en el paisaje, por la pérdida de árboles, la desaparición de especies nativas, la alteración de la capa vegetal y la generación de zonas erosionadas. En cuanto al habitar, la comunidad expresa que hay mucha presencia de polvo, lo cual ha llevado a que muchos habitantes contraigan enfermedades respiratorias. También señala la contaminación de vías por la acumulación de escombros, sedimentación de las quebradas generando inundación por los taponamientos de las alcantarillas, presencia constante de maquinarias que afectan las vías, así como el uso de explosivo para fracturar las rocas han generado inestabilidad en las viviendas. De igual forma, la comunidad afirma vivir en zozobra por el riesgo inminente de un deslizamiento que pueda afectar las viviendas y la vida, y señala estar expuesta a procesos de reubicación de personas, lo que conlleva rupturas de lazos sociales y arraigos con el territorio. Finalmente, manifiesta que las canteras son un factor de segregación en la ciudad, y son lugares no habitables. (Hernández, 2016, p. 112)
En el extremo sur de la ciudad sucede un fenómeno similar, que puede evidenciarse en los efectos negativos ambientalmente debido a la actividad minera, en los estudios realizados con habitantes de la zona se presenta:
- Afectación al suelo por perdida de estructura y relieve, erosión y resultante deterioro del paisaje.
- Contaminación del aíre, principalmente por la presencia de chimeneas de los hornos (de carbón) de producción de ladrillos y por la presencia de vehículos de carga y sus emisiones, para el uso de la explotación minera.
- Contaminación del agua, incremento de material particulado en las fuentes hídricas y vertimientos a las rondas y cauces de las quebradas, fruto de la actividad minera.
- Pérdida de la cobertura vegetal, por la etapa de explotación de los materiales de la actividad minera (Gómez, 2015).
Como se evidencia, en clave a las alteraciones de los cerros orientales de la ciudad (la principal reserva ambiental de Bogotá), tanto en las zonas acomodadas del norte de la ciudad como en las menos favorecidas del sur, se puede identificar que ambos sectores se encuentran considerablemente afectados por las dos actividades más problemáticas de este espacio geográfico: la urbanización y la explotación minera.
Conclusiones
Como se evidencia en el análisis propuesto, la trinidad conformada por la evolución en las fases de desarrollo del modo de producción, el proceso de espacialidad urbana y los impactos ambientales fruto de estas dos, presentan una fuerte interacción. Esto hace de la problemática ambiental un fenómeno multidimensional que desborda la despensa de recursos ambientales con los que cuenta Bogotá y hace que una metodología de estudio, como el materialismo histórico-geográfico, sea una visión adecuada para su análisis, por su naturaleza holística y dialéctica.
Es evidente que la urbanización es un proceso que se desprende del modo de producción capitalista, ya que desde sus orígenes de extracción y dominación colonial, el espacio urbano se ha configurado en función del dominio y control de los procesos derivados del modo de producción capitalista, así como de sus necesidades más nucleares. Entendiendo que el fenómeno de intensificación de la urbanización mundial en el último siglo, esta interconectado al dramático aumento de la influencia de los centros de poder capitalista en el mundo, soportados por la revolución computacional, de las comunicaciones, del transporte y por la consolidación de los modelos propios del discurso neoliberal y de la globalización.
Paralela a la emergencia discursiva globalizante del neoliberalismo, auspiciada por las potencias hegemónicas durante los años setenta; aparece la preocupación planetaria por los dramáticos problemas ambientales que comienzan a evidenciar el desgaste entrópico de la Tierra, fruto de los intensos procesos de urbanización e industrialización del últimos dos siglos. Esta preocupación es rápidamente asimilada por el poder transnacional, a través del discurso economicista, que plantea un discurso paliativo e ineficiente. Este discurso corresponde al desarrollo sostenible, un retorica impuesta desde las entidades transnacionales dominadas por las potencias económicas como la ONU, organismo que mantiene y defiende al desarrollo económico como estrategia para buscar las respuestas a los desafíos civilizatorios derivados del proceso de muerte entrópica del planeta.
Desde el precario discurso economicista del desarrollo sostenible se diseñan herramientas basadas en lógicas que desconocen la magnitud del problema ambiental; lo que se ha demostrado durante las cuatro décadas que se ha promulgado este discurso, ya que no ha dado resultados y, por el contrario, el planeta sigue avanzando firmemente en un proceso de destrucción de los elementos naturales que soportan la posibilidad y la permanencia de la vida en él.
Colombia y Bogotá, donde se sitúa esta investigación, han estado inmersas en estas lógicas impuestas desde los centros de poder económico mundial. Sus gobiernos, nacionales y distritales, se ha caracterizado por atender de manera sumisa las exigencias del aparato de explotación económica transnacional, asimilando dócilmente tanto el discurso del modelo económico neoliberal, como los planteamientos del desarrollo sostenible. Sometiendo a la sociedad colombiana y bogotana, a un panorama de pauperización de sus condiciones de subsistencia, habitabilidad e incapacidad de goce pleno de sus valores naturales.
La reforma ambiental dada en el país y la ciudad capital, que marca el inicio del periodo investigado, se diseñó e implantó con la confianza puesta en el desarrollo sostenible, repitiendo y calcando este concepto en todas las políticas ambientales del país y de Bogotá, hasta convertir esta noción en un elemento vacío, sin ningún significado o aplicación práctica. En la actualidad el concepto sigue siendo utilizado de forma automática en toda política pública que aborde el medio ambiente, sin siquiera reflexionar sobre su evidente fracaso o sobre los fines que realmente promueve, asociados a los procesos capitalistas de acumulación incesante y producción de bienes intensiva.
Bogotá, entonces, ha avanzado bajo la defensa de las exigencias económicas de los centros de poder económico, dando prelación al negocio inmobiliario por encima de cualquier valor ambiental presente en la ciudad (ver caso de la urbanización de la reserva Van Der Hammen) incluso al nivel de abrir espacio a estructuras de negocios del capital multinacional para la atención a las crisis cíclicas de la economía (ver caso del negocio de los rascacielos en el centro de la ciudad, para firmas constructoras españolas).
Las lógicas de la explotación del desarrollo capitalista incluso afectan la provisión de la infraestructura urbana, generando caos, desorden y degradación ambiental y de las condiciones de vida de la ciudad. Como se manifiesta en el caso del sistema de transporte masivo de la ciudad, donde la administración distrital, dando continuidad a una posición de favorecimiento hacia las transnacionales, plantea un transporte masivo dependiente de buses movidos alimentados por combustibles fósiles. Así como diseña un metro insipiente al servicio de ese sistema, condenando a la ciudadanía a un sistema de transporte ya obsoleto, altamente contaminante y de grandes costos de funcionamiento, que solo favorece a los proveedores de buses y autopartes.
Otro de los elementos que pone en riesgo las condiciones de vida en la ciudad es la problemática de provisión de vivienda, que avanza en el marco del modelo de explotación neoliberal y genera importantes impactos en la situación ambiental urbana. Puesto que el gobierno nacional y distrital, en su incapacidad y obsolescencia, se han visto superados por la intensidad del fenómeno urbanizador, asumiendo la postura que no atiende la problemática. Esto ha permitido, soterradamente, el avance y crecimiento arrollador de la ciudad informal, permitiendo y, en algunos casos, beneficiándose de los procesos de urbanización ilegal de la ciudad (por ejemplo el caso del Concejo de la ciudad, en especial el concejal Forero Fetecua).
Este proceso de legalización de predios, posterior a las invasiones informales, ha sido una fuente constante de corrupción en el aparato distrital, ya que se beneficia de las necesidades de miles de habitantes en condiciones precarias, las explotándolas como favores burocráticos y como andamiajes de cacicazgos políticos distritales.
Este fenómeno de urbanización informal, consume los ambientes y valores naturales de la ciudad, pues los asentamientos ilegales afectan áreas de protección ambiental al ocuparlas indiscriminadamente. También generan expansiones que demandan grandes esfuerzos para la provisión de infraestructura vial y de servicios públicos que hace más ineficiente y desgastante tal actividad, generando un desgaste mayor en los repositorios naturales de los cuales depende la provisión de servicios.
La situación ambiental de Bogotá durante las tres últimas décadas, evidencia una caída de las condiciones del ambientales de esta urbe y, por ende, de los indicadores de habitabilidad digna de la ciudad, un detrimento que esta puesto al servicio del negocio capitalista. Un fenómeno que hace manifiesto un negocio que enriquece agentes externos internacionales, dejando rastros en los políticos y funcionarios locales, así como una estela de afecciones negativas asociadas principalmente a la degradación de las condiciones de vida del común de los habitantes de Bogotá.
El discurso latinoamericano de la Sustentabilidad Ambiental hace un llamado a proyectar ejercicios de reflexión profunda y consciente de esta situación crítica, que permitan replantear y cuestionar la mirada eurocéntrica y anglocéntrica, que impone de discursos diseñados con el interés de mantener el statu quo actual y que garantiza la permanencia de la estructura de división mundial del trabajo, que mantiene al Sur Global como despensa de materias primas y mano de obra barata, así como repositorios de mercancías y de las graves externalidades negativas de los procesos de explotación económica.
Replantear, reflexionar y resistir, para poder constituir nuevos ordenes endógenos, intensamente conectados a la vasta tradición cultural ancestral y a la inmensa biodiversidad, desde donde se pueden producir formas y sentidos de vida sustentables, que otorguen esperanza para un nuevo futuro solidario, que garantice la continuidad de la vida en el planeta, y especial de una vida digna para los seres humanos.
Tal ideal, plantea serios retos que ameritan cambios estructurales en los modos de habitar, y que invitan a replantear profundamente el modelo urbano, en el marco de la concepción de una economía solidaria, sustentable y neguentrópica. Que abran caminos para la creatividad, que es un haz de alternativas de mundo y esta región, que puedan servir de guía planetaria, para encausar otros procesos en la corrección de rumbo que amerita la dramática crisis civilizatoria por la cual avanza la Tierra y la sociedad humana.
Referencias
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