Las luchas ambientales como defensa de la vida

“Que nuestra acción camine por
nuestras mentes y nuestros corazones”.


El autor

Emprender las luchas sociales por el medio ambiente constituye una necesidad inaplazable. Afrontamos una crisis ambiental y social de magnitudes catastróficas; creemos que todo lo dominamos, saqueamos sin el más mínimo respeto y sin ningún proyecto de vida ni de justicia. Hay insensibilidad y carencia de conciencia ambiental. Parece que solo empezaremos a apreciar realmente el mundo en el momento en que sintamos que nos falta.

La crisis ambiental es evidente. La verdadera naturaleza de la problemática puede centrarse en el reconocimiento de una crisis ambiental en clave social, política y geohistórica. Es indispensable entender y contextualizar la crisis desde diferentes ideologías, intereses, conceptos parciales y sesgados que proceden de los centros de poder mundial, y que se promueven y replican por los gobiernos locales en la enseñanza académica y en la educación, en general.

La sociedad, a su vez, recibe esta carga de visiones contrapuestas y equívocas a través de la información y la propaganda que la condiciona y aconducta al gran público para que consuma y acepte que todas las estrategias y todos los elementos que configuran la crisis hacen parte del desarrollo, del progreso y de las opciones de futuro. Así se concibe la crisis ambiental y de igual manera se entiende y se mantiene. La crisis se expresa en impactos severos, muchas veces irreversibles, así como en una elevada vulnerabilidad y una baja capacidad para conocer y entender que la crisis ambiental ha de ser entendida en el contexto global de una crisis social, cultural y de la civilización.

Resulta indispensable poder preservar un lugar donde vivir, teniendo en cuenta el orden del universo, los dones que brotan de la tierra y el sentido real de humanidad en su dimensión material, corporal y espiritual. Conviene contextualizar las propuestas ecologicistas y repensar el concepto de medio ambiente. Encontrar el origen y el lugar de la crisis ambiental el cual tiene como base el territorio, que es el espacio donde se desarrolla la vida e incluye lugares y costumbres; comprende las territorialidades que circundan el cuerpo, en todas las dimensiones del cosmos, la naturaleza físico-biótica, las múltiples expresiones culturales en los órdenes sociales, históricos, y geopolíticos. Las luchas para defender el ambiente requieren de la territorialización de los derechos humanos y los derechos de la naturaleza, con el fin de reclamar la esencia de la vida en su diversidad y la defensa del patrimonio ambiental que las sociedades han construido y que todos nosotros hoy heredamos.

La problemática ambiental, en su concepción, requiere más comprensión que explicaciones. Para dilucidar las complejas relaciones entre el entorno natural y social, no basta con tomar en cuenta los procesos de adaptación y transformación realizadas por los seres humanos, sino entender la capacidad de promover valores, actitudes e intereses que legitiman los usos y abusos de los bienes dispuestos para la sustentación de la vida. No han sido afortunadas ni justas las formas de intervención y convivencia con el entorno natural-social, pues encontramos desequilibrios peligrosos e irreversibles, que ponen en cuestión la supervivencia de la vida y de la cultura.

La defensa y protección del ambiente demanda acciones prontas y estratégicas de cada uno de nosotros y de los actores locales, regionales, nacionales e internacionales. Así impediremos que la entropía, la inequidad, el desgobierno, la permisibilidad, la destrucción del mundo ecuatorial, la pobreza y la retórica de los discursos hegemónicos que el Estado replica y aplica, continúen devastando de manera nefasta nuestros territorios y negando las formas ancestrales de producción material, espiritual, social y cultural que nos garantiza la vida.

Ante la crisis ambiental: percibir, pensar y actuar

“Es posible producir de otra manera,
si se piensa de otra manera y
se relaciona con el entorno de otra manera”


Mejía Gutiérrez, 2015.

Preocupa la confusión reinante en torno al concepto de lo ambiental. Se simplifican las interpretaciones y se difunden por ideologías impuestas que menoscaban la percepción real de los problemas ambientales y sus soluciones. En ese universo difuso y confuso, se pierden los valores y se renuncia a las actitudes éticas, estéticas y políticas.

En el campo de acción social, ambiental y político donde es necesario establecer límites, provocar diálogos creadores, zanjar conflictos, fijar reglas de juego y consolidar instancias colectivas frente a los abusos de poder y ante las desbordadas e irracionales formas de intervención e inversión en territorios exuberantes y bellos paisajes. Vivimos en un país único y rico al que pretenden aniquilar sin que lo podamos entender, visualizar ni impedir. Este contexto demanda una atención constante y firme ante quienes nos quieren comprar como ante quienes nos quieren vender, y ante lo que demanda la economía mundial y nuestros gobernantes.

Hay algo que no permite observar lo que vemos. El crecimiento económico, que con una estrategia de baja pero efectiva intensidad, dilapida el futuro en nombre de un desarrollo donde nuestras aspiraciones no son sostenibles. Qué hacer antes del colapso ambiental y social y el miedo que los acompaña. No perder jamás la convicción estratégica de luchar por un territorio donde el ambiente natural y social, junto con las capacidades humanas y el potencial cultural-espiritual, alimente proyectos de vida que nos permita rescatar el sentido de dignidad para toda la sociedad, tanto en lo que le pertenece como adonde se pertenece.

La imposibilidad de mirar y comprender, acompañada del miedo reinante, hace posible que aceptemos las agresiones ambientales y el deterioro de la vida como parte de la realidad y como necesidad del progreso y el crecimiento, desconociendo el bien común, las herencias patrimoniales y las necesidades de la humanidad y su entorno mundial. Los impactos negativos del crecimiento ilimitado se hacen evidentes.

Vivimos un palpable deterioro de la calidad de la vida. Hay pérdida de armonía en la salud y el no disfrute de los bienes indispensables para vivir bien. Tenemos graves conflictos ambientales que demandan respuestas prontas para impedir que se erosione más la sociabilidad, se destruya la naturaleza y continúe el descontrol racional y moral. Urge restablecer las condiciones ambientales y recuperar los espacios indispensables para que continúe la vida y el buen vivir, son motivos suficientes para luchar por entender y resolver los problemas ambientales que nos aquejan.

No hay excusa para no proteger la vida y el planeta que la ha hecho posible y para no escuchar las voces de los lugareños. La defensa de lo ambiental debe tornarse más actual y concreta. La unicidad del planeta y de la vida no se pueden volver abstractos, cuando bajo el predominio de la mundialización y la fuerza de la globalidad que pretenden homogeneizar la infinita diversidad del pensamiento, acallar las conciencias e impedir opciones propias que abriguen la cotidianeidad de las personas y las instituciones; de todo lo que hace que valga la pena ser humanos.

Los actores de la problemática ambiental

“La ciencia nos ha hecho dioses
antes que mereciéramos ser hombres”


Rostand, 1971

En qué radican los problemas, cuáles son sus orígenes, quiénes son los agentes que los representan y bajo qué motivaciones y valores actúan. Precisemos cómo logran concretar su accionar en nuestros territorios, desterritorializando la diversidad de la vida y negando a la humanidad los lugares donde pueda vivir y recrear su existencia. Esta crisis ambiental y social no tiene precedentes en el planeta.

La sabiduría y los valiosos criterios legitimados por la cultura, han aportado fundamentos esenciales para respetar la vida e integrar la naturaleza y la cultura en su complejidad, sin embargo, ha dominado un pensar y un actuar que no solo los desconoce, sino que impide dilucidar las relaciones recíprocas existentes entre la sociedad y sus entornos (Brù, 1997). Nos enfrentamos al gran vacío que ha producido la racionalidad.

Aunque es de la esencia del ser humano pensar, reflexionar, crear teorías, preguntarse ante lo que lo deslumbra, así como convertir en acciones y realidades sus ideales, se han creado interpretaciones y contextos sesgados y equívocos que se difunden e imponen desde el poder y de sus intereses particulares. Esto crea una gran confusión en torno a la identidad del ser humano con el cosmos, la tierra y la humanidad.

La problemática ambiental es imposible de concebir y entender por fuera de una visión territorial. Hay necesidad de asumir un enfoque territorial y de entender los lazos de pertenencia en espacios de sentido y convivencia. Se trata de la geograficidad de lo ambiental. Entender el lugar de lo ambiental, es decir, tener una visión actual sobre las territorialidades construidas por las sociedades a través de los tiempos. Ver los territorios ambientales no como escenarios sino como espacialidades que contienen la biografía de las gentes, ligada a la evolución de la naturaleza y la sociedad.

Las percepciones se hacen sobre territorios vividos, plenos de memoria y de recuerdos, y por tanto, de patrimonios irrepetibles y únicos. Ninguna actuación social ocurre por fuera del territorio, pues en él tienen lugar experiencias productivas y reproductivas, formas de pensar, producir saberes, estructurar espacialidades, dimensionar en forma cualitativa, todas las fuentes de la riqueza natural y cultural. Ninguna sociedad prescinde de la naturaleza ni de sus representaciones espaciales, las cuales sintetizo en la tríada: territorio-Tierra-territorialidad, una esencial integración y expresión de sentimiento y territorialización de acción de poder y de poseer territorio.

El territorio se revela en la imagen de la madre tierra con sus ritmos y aromas, con sus colores y sabores, los cuales transfieren toda la alegría y energía necesarias para dar cuenta de los paisajes naturales y de la espiritualidad de los paisajes interiores que los seres humanos recrean y potencian. En el cuerpo existe la principal territorialidad. El cuerpo es un territorio vivido, humano e interpretado. El lugar de identidad donde los seres humanos se hacen, saben quiénes son y qué es lo que tiene sentido para ellos. La identidad territorial se ancla en la pertenencia, indica el adentro, el lugar donde nadie se encuentra perdido y hay seguridad para actuar. Allí brota e ilumina la llama del hogar, espacio íntimo, de luz, cercano constitutivo, pero no separado de lo individual, lo social, lo nacional y lo universal.

El territorio, como totalidad, materializa la existencia humana. En esta dimensión planetaria-telúrica, el territorio, como producto del trabajo, es un espacio de construcción de sentido y de producción de los bienes materiales, simbólicos y espirituales que nos brindan total protección e identidad en conocimiento, reconocimiento, resignificación de los mundos de la de vida y capacidad para conformarlos y transformarlos. Es el principal nodo articulador de decisiones, discusiones y opciones en torno al ejercicio del poder, de los conflictos socio-ambientales, de las luchas colectivas, al igual que hace posible la generación de propuestas, alternativas, búsquedas y encuentros. La explotación, la soledad y la violencia tienen fuertes efectos en los planos del cuerpo, las emociones, los sentimientos.

El por qué no podemos observar lo que nos está sucediendo en términos ambientales, obedece a varios motivos: nos entregamos a la inercia de lo que nos condiciona, permitimos que otros piensen y decidan por nosotros, aceptamos la banalidad del mundo que solo ofrece entretenimiento y vende indiferencia. Todo esto es consecuencia de una economía y una ideología impuestas, que niegan la inmensidad asombrosa, misteriosa y sagrada de la naturaleza. Su fin es convertirla en una rica e inagotable despensa para intervenir, expropiar y explotar, mediante sistemas financieros y tecnológicos que tienen una gran capacidad de saquear y alterar el ambiente.

Se trata de un modelo de civilización global que lo ocupa todo y que promueve el gasto inútil de lo esencial, como el agua, el aire y de los bienes indispensables para vivir, pero que a su vez ofrece la “certidumbre” de que todo está conocido y dominado, negando la plenitud y el confort. Surge de esta manera la crisis de una cultura que no puede vivir sin destruir y sin agredir, de una sociedad enferma, carente de respeto, solidaridad e imaginación. Es una crisis ambiental esencial.

Este modelo de sociedad construido sobre criterios económicos provoca desigualdades sociales, desequilibrios territoriales y negación de espacios de identidad local. La globalización y su política neoliberal no solo afectan territorialmente países y naciones sino que interviene y modifica los Estados y borra las fronteras. Preguntémonos cómo se implementan las políticas y se intervienen los territorios periféricos. Mediante qué tipo de actores y estrategias se proyectan las formas de inversión y control que provocan tan agudas crisis ambientales en los países que supuestamente protegen e invitan a alcanzar su desarrollo.

De acuerdo con Brù (1997), múltiples actores nacionales e internacionales, con perfiles distintos y con valores e intereses específicos, concurren en un mismo territorio y plasman en él sus actuaciones, con impactos de magnitud variable en intensidad y copamiento del espacio. Los actores pueden ser públicos, y se ocupan de emitir normas, controlar su cumplimiento y suministrar servicios; también hay actores privados, los cuales agrupan diversas formas y estructuras de producción; hay actores científico-técnicos cuyo conocimiento y experiencia en el campo de la aplicación de la ciencia lo llevan a la producción empresarial, a la justificación de políticas oficiales y de proyectos de desarrollo. Otro actor colectivo es la ciudadanía, que actúa como grupo de consumidores y ejercen sus actividades en forma aislada. También, en el caso de Colombia, están los actores del conflicto, con diversos orígenes y expresiones (en general se trata de actores sociales paraestatales), los cuales disputan el cambio o la continuidad del Estado y sus políticas.

Finalmente están los actores comunes de la corrupción, de origen nacional e internacional, que toman el Estado como un botín y desangran los recursos, generando gran inequidad y pobreza en la ejecución de las políticas públicas de atención e inversión.

La concurrencia de los actores mencionados en el espacio nacional, genera cambios territoriales y expresiones diversas en términos de paisajes y lugares. Ambientalmente, la interacción e identidad de la naturaleza y la sociedad, con sus actores, valores y antivalores, desfavorecen a las poblaciones locales, al entorno ambiental y a toda la sociedad. Al no ser posible reconocer el poder que se impone, ni entender los lenguajes nuevos, se provoca una gran confusión. La información es posverdad y carece de referentes, de marcos de análisis que los ordene y descifre. El poder y el saber que alimentan la ideología del control y la sumisión, buscan manipular y legitimar ocultando las realidades territoriales emergentes y los injustos procesos de desterritorialización que tienen lugar en el país.

Es desde las acciones políticas y económicas globalizadoras donde se entienden los conflictos de intereses entre los distintos actores en el territorio. Los problemas ambientales mantienen el carácter, según Brù (1997), de los conflictos internos que se provocan por presiones externas, y se sustentan en discursos que legitiman al Estado y sus políticas intervencionistas, al tiempo que reduce la profunda identidad de la naturaleza con la sociedad a imágenes visuales reiteradas, y torna en espectáculo dicha identidad con la propaganda, introduce narraciones naturalistas que legitiman la intervención y el saqueo, en aras de superar la pobreza y el atraso, pero con la intención de ocultar las verdaderas relaciones de poder que están detrás de la problemática ambiental que padecemos.

La praxis de los actores

“Con nuestro estilo de vida
y nuestro modelo de consumo
muy pronto necesitaríamos de otro planeta”


Hawking, 1996

Los actores antes señalados tienen una manera de hacer las cosas, de interrelacionarse entre ellos, y de interactuar con la naturaleza y la sociedad para conseguir sus objetivos. A continuación, abordaremos algunos aspectos que caracterizan las acciones de los cuatro actores que consideramos principales en la problemática ambiental.

Actores privados

Las empresas de capital privado territorializan sus intereses haciendo uso de la técnica, el mercado y la propaganda, en los lugares donde puede penetrar, previo conocimiento de las materias primas, la mano de obra barata, la plusvalía ambiental, el mercado de la información, la flexibilización de las políticas estatales, la infraestructura vial, la seguridad de los territorios a intervenir, y su reconocimiento como agentes del desarrollo; toda esa es la información que la ciencia y la técnica aportan.

La actuación del sector privado pretende maximizar los beneficios y minimizar los costos ambientales sin comprometerse con los efectos e impactos de la exploración, explotación, producción, distribución y consumo. Se apoya en la ciencia y la técnica en tanto le proporciona la maquinaria y la tecnología fundamentales para la extraer y producir, y para impulsar el mercado y el consumo.

De acuerdo con Brù (1997), la tecnología permite de manera inconsciente asimilar valores relacionados con el progreso, la confianza en el futuro y el dominio del mundo, sin que el ciudadano cuente con posibilidades reales de actuación y sin ninguna responsabilidad frente a los problemas ambientales del desarrollo productivo dominante. El sector empresarial complementa esta estrategia con la publicidad y así penetra la vida cotidiana de las personas para persuadirlos como consumidores. La publicidad crea mundos simulados que organiza el mercado y que ocultan las relaciones de poder en la producción a través de posturas netamente ideológicas. Apela a la legitimación científica, avala la confianza en la empresa, pues la ciencia es considerada portadora de la verdad. La falta de capacidad crítica, el papel del control ideológico y la dejadez de la ciudadanía, permite aceptar la desbordada información que se replica, permitiendo que la publicidad y la propaganda logren inducir ideas y no solo conductas de consumo (Brù, 1997). Lo ambiental establece una relación de identidad entre la naturaleza y la sociedad, y es así que la acción empresarial no solo usa y deteriora la naturaleza, de donde obtiene las materias primas de la producción y la acumulación de capital, sino que trabaja en detalle los territorios de la corporalidad de los miembros de la sociedad, para manipular sus necesidades, las ideas, la voluntad, las conductas y dirigir las mentalidades a través de la publicidad y la propaganda.

Actores públicos

El sector público tiene como responsabilidad primera garantizar la protección del patrimonio ambiental, asumir el control de la gestión ambiental de todos los agentes y ejercer el control militar, consustancial a la esencia del Estado. Misiones complejas, pues en cada sector hay dificultades y surgen conflictos de orden regional, nacional e internacional. La dependencia en que ha transitado la vida del país, las políticas de desarrollo impuestas, el control geopolítico mundial, el constituirnos en despensa del mundo, y soporte la economía neoliberal de la globalización, permiten la presencia y acción de transnacionales.

La gestión ambiental del Estado genera conflictos con el sector privado por el desbalance entre los intereses económicos y los impactos ambientales o sobre la salud de la población, o por la escasa o nula preservación del entorno ambiental. Hay, igualmente, una fuerte dependencia del factor económico de parte del Estado, los partidos políticos, las fuerzas militares, la rama ministerial y demás corporaciones, que entre el juego democrático y burocrático, pierden toda posibilidad de trabajo conjunto para cumplir sus objetivos y establecer sinergias que preserven el potencial ambiental y social: agua, aire, culturas, biodiversidad, convivencia, seguridad, alimentos, solidaridad, salud y opciones plenas de bienestar.

La vocación ambiental y social del sector público se ve disminuida porque la planificación ambiental siempre está condicionada por el sector privado, en tanto que es él quién lo asume políticamente y lo dispone según sus intereses, tomando en cuenta la libertad de hacer empresa. De esta manera las políticas ambientales se reducen a fijar umbrales, establecer estándares, crear impuestos y multas por los daños provocados, siempre garantizando la seguridad del sector privado y el éxito en los mercados. Lo público no está en manos del público.

A nivel internacional, el Estado y el sector público que lo articula, permite de manera muy laxa y peligrosa la flexibilización de la legislación ambiental a favor de las empresas multinacionales y en detrimento de la soberanía nacional. Se trata de una intervención geopolítica transfronteriza respaldada con los tratados de libre comercio suscritos y bajo el eufemismo estatal de superar la pobreza y alcanzar el desarrollo. La inversión deviene en la forma más directa de intervención en el campo social, político y ambiental, pues prácticamente no hay formas de regular del juego de intereses internacionales y sus estrategias.

Resulta ilusorio “armonizar” lo intereses contrapuestos de países deformados y países hegemónicos, cuando hemos suscrito alianzas y tratados políticos y económicos a favor del modelo económico mundial imperante, que se basa en los avances científicos y tecnológicos que se aplican de manera inflexible y con escasos márgenes de previsión de los impactos ambientales que provocan.

La gestión ambiental, entonces, asume dos dimensiones: una, de escala internacional, que avala la extracción y expropiación de recursos y territorialidades, con base en el concepto de sostenibilidad, con el agravante de poder demandar al país si sus objetivos e intereses se ven incumplidos; otra, las políticas internas del Estado, cuya eficacia y cumplimiento resultan cada vez más difícil de aplicar y cumplir, pues la problemática ambiental se precisa en los tinglados del conflicto, donde las comunidades locales entregan su vida por defender la naturaleza y el entorno sociocultural que sustenta su existencia, so pena de sufrir la represión desterritorializante que implica perder la tierra y la propia vida.

Actores tecnocientíficos

Se ha impuesto la idea de que la ciencia es inflexible y un poderoso fundamento de la aplicación técnica. La ciencia, y el método experimental con que opera, siempre se da en condiciones muy controladas, pero difícilmente puede ser conclusiva frente a las situaciones complejas del medio. El conocimiento que la ciencia tiene del mundo real es limitado y poco previsible. La seguridad científica ha sido uno de los grandes errores en la evaluación de la gestión ambiental. No hay una seguridad completa que proporcione todas las respuestas. No hay un criterio absoluto de verdad, y se desconoce que no existen verdades.

Los científicos y técnicos con frecuencia entran en conflicto cuando asumen como propias cuestiones que son ajenas y decisiones que corresponden a instancias políticas o económicas, sin poder reconocer las soluciones de los conflictos ambientales. Una postura verdaderamente científica debe partir de reconocer conscientemente la limitación del conocimiento para dar cuenta de la complejidad del mundo y de la incertidumbre con respecto a los efectos de la aplicación técnica en él. Entendemos que ni la razón científica ni la razón técnica son suficientes. Es necesario incluir a la sociedad, sus territorialidades, sus formas de ser y de estar, a pesar de su “falta de cientificidad” (Brú, 1997).

La sociedad civil, ciudadanía e individualidades

A la ciudadanía se le puede acusar de ser la responsable del deterioro del ambiente como al igual, ser su víctima. Las formas de participación individual y colectiva son las que hacen la sociedad civil y, por un lado, puede actuar en forma irresponsable y sin conciencia y, por otro, puede ser consciente de la problemática ambiental y convertirse en interlocutor de los gobiernos. De todas maneras, su reconocimiento es parcial, pues solo se toman en cuenta ciertas asociaciones de ecologistas, vecinos y consumidores quienes realizan protestas para pedir solución a sus problemas y buscar alternativas, frente al accionar de los actores públicos y privados.

Sin embargo, la sociedad civil, en razón de la complejidad de sus miembros y sus expectativas, se constituye en un vehículo de concientización y movilización de los individuos ante agresiones y situaciones de riesgo, a través de proyectos ambientales de base y de tipo antihegemónico. Según Brù (1997), son aquellos que ostentan el poder de la desobediencia civil, dependiendo de los gestores-actores de la gestión ambiental y de los cambios de actitud en la defensa del ambiente, los que pueden influir en la definición de las políticas de control ambiental, de acuerdo con el contexto democrático o autoritario en que se desenvuelvan.

Las relaciones de la ciudadanía con los demás actores siempre resulta conflictiva, debido al impacto que producen los actores públicos y privados en el manejo de sus intereses, y por el control que imponen sobre las masas que usualmente desprecian, creando situaciones irreductibles y de crisis de legitimidad que impiden la gestión concertada en la resolución de los conflictos ambientales.

Visualizando el país y nuestras ciudades

“Viajamos para cambiar,
no de lugar
sino de ideas”


Taine, 1974

Procuremos aportar una visión de nuestra realidad territorial como país y como ciudad. La realidad ambiental-territorial nos muestra los problemas ambientales que vivimos: modernización, tecnificación, industrialización, migración, metropolización, exclusión, violencia, contaminación y conflictos. El progreso ilimitado pone en peligro la vida planetaria y las sociedades humanas.

El desarrollo avasalló las zonas rurales desplazando y desterritorializando a millares de campesinos y concentrando la tierra en manos de terratenientes, quienes la dispusieron al servicio de la agroindustria transnacional conocida como “revolución verde”. Su propósito era acabar con el hambre y, con la aquiescencia de los gobernantes, permitió el ingreso de agroquímicos letales, de abonos que destruyeron la fertilidad natural de los suelos y condicionaron la producción agropecuaria a los agroquímicos que el paquete tecnológico de las casas multinacionales ofrecían1.

La revolución verde fue una propuesta altamente tecnológica, respaldada en la química agropecuaria, en los avances en maquinaria agrícola y en la modificación genética de semillas “mejoradas”. Los impactos ambientales no dieron espera: generación de desiertos biológicos, pérdida de la fertilidad natural de los suelos, contaminación de las aguas, los aires y los alimentos, número creciente de abortos en animales y personas, concentración de la propiedad, pérdida del potencial de semillas criollas, peligrosas malformaciones genéticas y elevado número de muertes por envenenamiento, cuyos efectos se han proyectado en muchos lugares de la sociedad colombiana.

Nuestro mar Caribe y el océano Pacífico, con una incalculable riqueza de vida marina, son barridos por las grandes industrias pesqueras de las potencias del mundo, y copados por la poderosa industria turística multinacional. Vivimos de espaldas a las aguas oceánicas que conforman el territorio colombiano y carecemos de soberanía territorial.

Amedrantados y sin conciencia de lo que nos sucede, hemos aceptado todo lo propuesto e impuesto por los actores privados y públicos, que nos han garantizado el desarrollo y la superación de la pobreza. Todo sucede sin ser visto, con apariencias publicitadas, y con acciones que invisibilizan la verdad y los impactos ambientales del desarrollo: selvas taladas, ríos contaminados con mercurio y destruidos los cauces y sus fuentes, las altas montañas y los páramos deforestados, quemados e intervenidos por el extractivismo minero, cuando cerca del 85% de los colombianos dependemos del agua que nos regalan bondadosamente las montañas andinas. Colombia es uno de los países más desiguales del mundo y con una problemática ambiental que genera perplejidad e impotencia en las comunidades y en la sociedad. Gaviria Correa et al. (2014) lo sintetiza así:

El orden económico mundial no ha alcanzado los niveles esperados de justicia. Las relaciones de los países del Norte con los del Sur no se sostienen sobre fundamentos de igualdad, sino de dependencia; y los resultados de la gestión económica tienen una mayor carga negativa para los del Sur. La mundialización del mercado desconoce cada vez más las particularidades culturales y sociales de las regiones y localidades. No se ha logrado una combinación exitosa de lo global y lo local. El productivismo industrial de las economías de mercado es inconveniente, porque solo aprecia el crecimiento económico desde el punto de vista cuantitativo, siempre en incremento, sin considerar la prudencia que exigen las limitaciones de los recursos naturales, el trabajo y el propio consumo.

Desde una visión ambiental, debemos reconsiderar, de manera esencial y profunda, que la naturaleza y las territorialidades de nuestro país no constituyen una mera despensa, rica en bienes y gentes a explotar sin ninguna consideración ni respeto. Tampoco se puede reducir a una fuente de recursos para el crecimiento y la acumulación de la economía mundial. En nuestro territorio habita la vida en su máxima expresión de biodiversidad; paisajes, belleza, donde se recrearon complejas culturas del agua, de las selvas, de las sabanas y de los páramos, territorializadas desde siempre e integrando los derechos humanos con los derechos de la naturaleza.

Territorios sagrados, consagrados a la diversidad de la vida y al vivir con dignidad. Los bienes de la naturaleza y la cultura no son ilimitados y requieren ser defendidos en su integridad. El territorio, así concebido, no es un mero recurso, es parte de nuestro ser y es el fundamento de nuestras herencias patrimoniales. No podemos permitir que el desarrollo y el productivismo industrial propuesto desde afuera, genere una catástrofe de tales magnitudes y una crisis socio-ambiental impactante, como hoy la vivimos y visualizamos. El desarrollo enfrenta una crisis profunda que incluso compromete la vida y la supervivencia.

Conviene una mirada a la ciudad en este contexto de país

“No hemos descubierto ni entendido este país
y lo estamos acabando sin entenderlo”


El autor

Colombia viene de ser un país rural de larga tradición, donde cerca del 80% de su población vivía en los campos, y las ciudades de hoy eran apenas pueblos que atendían las dinámicas político-administrativas campesinas y de las haciendas. Por su parte, las comunidades indígenas y afrodescendientes desarrollaban sus territorialidades con autonomía y resistencia. El triunfo de los aliados en la Segunda Guerra Mundial creó el modelo nuevas sociedades urbanas e industriales. El campo y lo rural solo significaba para ellos atraso.

La geopolítica mundial nos asignó ese modelo de desarrollo. Tenía que acabar el atraso rural y volcar toda su población a las ciudades existentes, en tanto que las zonas rurales se dispondrían para el extractivismo y la agroindustria. Con la propaganda ideológica suficiente, el respaldo de los gobiernos, la diplomacia hegemónica, la falsa contienda entre liberales y conservadores, y la creación de ejércitos particulares aliados con la fuerza pública, creció la violencia con toda la crueldad dejando más de 300.000 muertos y millones de exilados, desplazados a las ciudades, objetivo de las políticas de posguerra, todo con la complacencia de los partidos políticos colombianos y los gobiernos de entonces.

Aparecieron las ciudades de gran crecimiento donde campesinos desplazados, que aún hoy siguen llegando, tratan de encontrar en el desarrollo urbano e industrial un lugar para recrear con dignidad su existencia. Sin embargo, todo pintó de otro color. Desde tiempos tempranos se consideró que el porvenir del ser humano tenía lugar en la ciudad y que en ella se decidían los aspectos centrales de nuestra existencia individual y colectiva, del destino y de las instituciones; en la ciudad se viabilizaban nuestras esperanzas y sueños de humanidad. Ese es un gran anhelo fallido, de un proceso de humanización, como lo conocemos y evaluamos en el país.

Hoy nuestra existencia transcurre en los lugares de la ciudad que transitamos y habitamos, que nos acogen y nos niegan. Escenarios donde las nociones de tiempo y espacio cambian drásticamente en la conducción y transformación de la vida, la cultura, el hacer y el pensar, creando exigentes condiciones y necesidades, para la búsqueda de la supervivencia en su calendario de fatalidad, opciones limitadas e imprevisión. Así, la ciudad imaginada y publicitada como el lugar de las posibilidades de crecimiento humano y de acceso a la civilización, no coincide con la cuidad que se soñó y anheló. Es muy difícil lograr un desarrollo humano integral cuando se promociona de manera incesante el consumo masivo e ilimitado de bienes, servicios y productos, que además de intoxicar la ciudadanía le genera todo tipo de ansiedades y adicciones que la enferma y deteriora. La verdadera ciudad, soñada y esperada, se ignora en de las políticas de planeación y desarrollo, ideológicamente impulsadas.

La ciudad está al servicio de la economía política del mercado y en manos de los expertos. Sin embargo, no son ellos los único que deben pensar y repensar la ciudad. Los ciudadanos seguimos presos de las decisiones que toman los expertos del poder, del capital privado o de los Estados burocráticos y corruptos (Gaviria Correa et al., 2014). Desde las decisiones de planificación, la ciudad no es concebida como el lugar central de la sociedad, la cultura, la creatividad, la libertad y el disfrute; no se entiende su esencia ni se potencia y ofrece como el lugar donde acontece la complejidad de la vida espiritual, creativa, estética, integradora, policéntrica, plena de justicia social y espacial, en términos de óptimas e indispensables calidades humanas.

Los modelos urbanos que se implementan son bastante desestabilizadores en lo social y ambiental, pues la ciudad atiende a modelos globales que demandan que sea un foco de desarrollo de la inversión, que se tenga control de los servicios públicos y de los asuntos geopolíticos regionales y continentales. Los modelos de las grandes ciudades del mundo las convierten en lugares de desencuentros y en símbolo del desprecio a las tradiciones culturales, todo lo cual destruye su identidad, personalidad e identificación.

De acuerdo con Cartay (2006), las ciudades globalizadas generan procesos obligados de terciarización e incrementan las desigualdades a través de nuevos valores dominantes: ocio, información, recursos, espacios residenciales y objetos suntuosos de consumo. Las grandes metrópolis tropiezan hoy con sus límites físicos, políticos, psicológicos y ambientales, y agotan sus formas y sus significados.

La ciudad hoy es un inmenso territorio globalizado, jalonado por las grandes plataformas, puertos marítimos o terrestres, zonas francas y parques industriales, intercalados con centros menores, barrios, conjuntos residenciales y redes de calles y avenidas que poco permiten conducir la dinámica de la ciudad. Es un espacio fragmentado donde no se conoce al otro y cada uno está solo. Lugares donde la prisa no permite el goce. En este sinsentido encontramos un mundo alucinado por lo utilitario, donde los seres humanos eclipsan su alma y rompen sus vínculos con la naturaleza y la historia, donde no hay tiempo, ni raíces, ni sueños (Cartay, 2006). Se pierde el significado profundo de la ciudad, los lugares son de paso y las calles dan permanencia a lo efímero. ¿Cómo darle sentido a lo que ignoramos?

La ciudad debe ser considerada como un organismo vivo que procesa y degrada una inmensa cantidad de alimentos, de combustibles, y transforma gran cantidad de materias primas; es una verdadera máquina entrópica. La ciudad consume recursos naturales y desechos, y mantiene una relación parasitaria con la naturaleza y el ambiente: consume la producción de amplios territorios urbanos, desechos y basuras superan la capacidad de control, las aguas residuales corren por calles, las quebradas, los ríos y los suelos fértiles se sepultan bajo construcciones, la atmósfera está cargada de gases y partículas contaminantes, y se desconocen las propias pautas de control y sus límites. Si no se identifican y se reconocen esos límites, cómo resolver tan cruciales problemas ambientales.

La planificación y los diseños, a través de proyectos, tratan de armar, desarmar y transformar todo, sin analizar los fracasos ciudadanos. Nada de lo propuesto y de las políticas tiene que ver con las gentes y sus condiciones de vida. Asimismo, los modelos y cambios nada tienen que ver con la naturaleza de la ciudad, ni con el sentido colectivo de comunidad. El experto impide que la población participe de su propio destino.

La ciudad se convierte en un negocio inmobiliario sin tomar en cuenta las capacidades, usos y funciones y las propias limitaciones del territorio urbano. La ciudad globalizada cumple la función de conectarse con el mercado mundial y con el consecuente movimiento de capitales. Hay una fuerte terciarización y crecimiento demográfico en escenarios de marginalidad, pobreza y deterioro ambiental que la tornan ingobernable. Los nuevos ordenamientos territoriales convierten las ciudades en enclaves dependientes de la mundialización de la economía.

Las ciudades y la vida ciudadana enfrentan graves retos frente al crecimiento económico. Si han de garantizar una óptima calidad de vida, un ambiente habitable y respetuoso, tendría que darse un cambio profundo en la dinámica territorial. Según Cartay (2006), hay un desenfreno en el crecimiento y la expansión de la ciudad, que ha de entenderse como un falso progreso, pues oculta y desfigura las desigualdades sociales. Los retos que nos convocan implican adquirir conciencia y conocimiento de los límites ambientales, concebir una visión integral de ciudad en lo social, territorial y ambiental, vinculando los derechos ciudadanos con el bienestar colectivo y el reconocimiento social, para así afrontar con bondad y justicia los problemas de convivencia, marginalidad y exclusión social.

La ciudad debe ser un espacio abierto, seguro, libre, habitable y con vida comunitaria real. Debe permitir soluciones y mecanismos que hagan posible la vida humana. Las soluciones no deben ser solo de orden económico; se requieren espacios para el ocio, el disfrute y el placer, antes que la circulación de mercancías y automóviles. Ante todo, una ciudad para el ciudadano individual y colectivo, donde se considere ser habitante en un sentido integral, sustituyendo aquello que se oponga a la visión de futuro trazada y que no haga una apología al desarrollo. El desarrollo que no transforme y no considere a cada ser humano en su esencia y potencial, no debe ser considerado desarrollo. La ciudad debe ser entendida y asumida como un gran centro de cultura e identidad donde es posible disfrutar de la vida social, mientras se resguardan el patrimonio y las tradiciones culturales.

El vivir en ciudades hipercomplejas obliga al ser humano a comprender y a explicar esa complejidad, con el fin de encontrar razones y vías novedosas para poder continuar sin sucumbir. Sin comunidades locales reales y simbólicas, ni lugares de encuentro, diálogo y descanso, no es viable la ciudad. Permanecemos fieles a la búsqueda de la felicidad y el bienestar de todos en la Tierra, en cada territorio, ciudad, lugar y rincón donde nos encontremos.

¿En qué medida la ciudad nos habita? ¿Por qué tan presurosa y tan desierta?, ¿por qué nos robas la luna, las estrellas y sus lluvias? ¿Por qué acabó la vida del barrio, las tiendas, las esquinas del encuentro y el diálogo, los clásicos inolvidables en las canchas de banquitas y los rincones de la felicidad donde nos enamoramos por primera, y tal vez, por última vez? Esa ciudad viva que nos acogía y daba sentido a las formas de vivir y habitar con alegría, libertad e identidad. Solo hay soledad y sed y sin la refrescante chicha.

La modernización todo lo acaba. Domina una calma chicha en las barriadas de los inmigrantes desplazados, en los sórdidos lugares donde se muele la vida con el hambre o se transita en la inseguridad del desempleo y la violencia. De acuerdo con Gómez (2013), es frecuente encontrar ciudades donde los niños abandonados duermen engarrotados en las puertas de las entidades financieras, mientras respiran el esmog de cientos de automóviles que no pueden pasar y cuyos conductores no quieren mirar el abandono del futuro de la patria. El ambiente de la ciudad se respira y adorna de insensibilidad y de basuras, en un aire contaminado de propuestas, creencias y obediencias descompuestas. Es esta la ilusión de un progreso ilimitado.

¿Cómo comprender quién pudo levantar esos palacios, demoler las viejas casas y calles, demostrar poderes que no entendemos y realidades que se tornan invisibles? ¿Hasta dónde debe penetrar una visión integral de lo ambiental, para dar cuenta de la defensa de la vida y su entorno? Tal vez, explorar caminos a través de imaginar2 unas condiciones humanas nuevas, justas y oportunas, que formen voluntades con conciencia propia, que tengan voz y no se desvinculen de las problemáticas sociales y ambientales en las que habitan. Asimismo pensar y actuar en la elaboración de herramientas teóricas desde un conocimiento práctico compartido, abarcador y profundo, para no inventar la realidad sino para transformarla y recrearla con sentido de humanidad.

El futuro no tiene sus fundamentos esenciales en los reduccionismos naturalistas, economicistas y cientificistas, sino que va de la mano de posibilidades perceptivas profundas, de abordar con conciencia crítica problemas concretos, de experimentar la realidad consigo mismo y con los otros en todos los lugares, no subordinando la vida a los intereses económicos imperantes y deshumanizantes, sino con total autonomía, amor propio y conciencia de sí, para fundar la vida y el vivir en territorialidades propias y libres.

Luego de contextualizar las condiciones de la realidad social y ambiental en que transcurre nuestra vida, encuentro muchos más motivos para proponernos afrontar los retos planteados que permitan superar la aguda crisis de humanidad que, infortunadamente, se expresa en una conmovedora apatía e inmovilidad. De acuerdo con Pérez (1999), es preciso movilizar cambios de actitud, percepción y aspiraciones en torno a los valores de la naturaleza, la vida y la sociedad, así como en nuestras actuaciones, pensamientos y creatividad para consolidar el enriquecimiento personal, la solidaridad y la pertenencia social, política y ambiental en nuestro país.

Actuar por fuera de los miedos con los cuales nos han impedido asumir compromisos y aprender a reconocer nuestras capacidades mentales, y robustecer la comprensión de la naturaleza primera y la naturaleza humana. A su vez, debemos evaluar los fuertes impactos que trae la revolución tecnológica, la cual no solo condiciona la sensibilidad social, sino que modifica las estructuras mentales. Lo virtual replica la globalidad despojándonos de los lugares donde transitamos y no nos encontramos.

Sabemos que la problemática ambiental tiene lugar en todo el territorio nacional y reconocemos quiénes son los actores nacionales e internacionales que dirigen la producción y los recursos mediante complejas interrelaciones técnicas, científicas, informacionales, financieras y geopolíticas, y nos adherimos a sus ideas sin conocer ni cuestionar qué impacto tendrán en nuestra realidad. De esta manera nos interpretan y explican con tecnicismos, abstracciones y metáforas que no hablan de lo real, mientras omiten los contenidos territoriales, culturales y espirituales (Silveira, 2006).

No hay duda de que vivimos una aguda y preocupante crisis ambiental. Cuál es la naturaleza de dicha problemática, es una pregunta que requiere no solo explicación sino mucha comprensión. Una manera de dilucidar lo que ocurre está en tener en cuenta las relaciones recíprocas entre el entorno natural y la sociedad, y la capacidad de adaptación y transformación alcanzada por los seres humanos, así como el poder que tenemos para promover valores, actitudes e intereses que legitiman usos y abusos de los dones dispuestos para la sustentación de la vida. Las formas de intervención y convivencia con el entorno natural social no han sido justas ni afortunadas. Hay impactos severos, muchas veces irreversibles, una elevada vulnerabilidad, y una baja capacidad para entender que el contexto de la crisis ambiental está en lo social y lo cultural.

Nos preguntamos por dónde andan las colectividades, el Estado, las organizaciones sociales, cuando se consolidan proyectos nocivos y se permite la apropiación privada de los bienes públicos. Estas son reglas de juego que casi todos aceptamos porque llegan cargadas de ilegalidad, de abusos de poder y violencia y se canalizan los conflictos, con los cuales, según los economistas y políticos, obtenemos ventajas competitivas. Ahí nace la crisis de legitimidad, donde tantas fisuras y juegos en la ilegalidad no permiten la integración territorial ni la protección ambiental de nuestros espacios. Se requiere otro ámbito para darle sentido a las luchas sociales por el ambiente, en tanto desciframos el laberinto que cruzamos (Gómez Buendía, s.f.). Las luchas ambientales están más alimentadas por publicidad verde que por propuestas concretas para entender la crisis y encontrar soluciones a la devastación del territorio y al grave deterioro de las condiciones y calidades humanas de nuestros pueblos y territorios.

Los elementos ideológicos de la dependencia global nos educan y estimulan a entender la sustentabilidad pero no se trata de eso. De acuerdo con Nicola Bullard, lo que hay que entender es lo que significa el desarrollo, si consideramos el estado en el que se encuentra el mundo y el fracaso sistemático en proveer alimentos, vivienda y cuidado para la mayoría de la población invisible. En ese contexto, la palabra desarrollo carece de contenido moral e incluso práctico. Es ahora cuando no hay lugar para el cansancio ni el hastío. Nuestras victorias cotidianas y colectivas consolidarán los propósitos y abrirán los horizontes de cambio e identidad. La utopía tiene lugar.

Notas

1 Hoy en día conocemos fuentes científicas verificadas que prueban que la agricultura industrializada y masiva genera productos de débil calidad nutritiva y gustativa, estandarizados y portadores de los residuos químicos dañinos, provenientes de los pesticidas y de los antibióticos utilizados para cultivar millones de hectáreas de cereales, o en la crianza de millones de aves, bovinos y porcinos.

2 La imaginación ha servido a la humanidad para encontrar el verdadero saber y saberse de y en el mundo.

Referencias