ISBN (digital): 978-958-8994-81-9 2019
Capítulo de Investigación
1
La idea de libertad en el marco del proceso de independencia: una historia de apropiación en la figura de Antonio Nariño
eduardmorenot@javeriana.edu.co
Licenciado en Ciencias Sociales de la Universidad Pedagógica Nacional. Magíster en Historia de la Universidad de Los Andes. Doctor en Historia de la Pontificia Universidade Católica de Río Grande do Sul (PUCRS). Docente de la Facultad de Derecho de la Universidad Antonio Nariño.
Moreno-Trujillo, E.E. (2019). La idea de libertad en el marco del proceso de independecia: una historia de apropiación en la figura de Antonio Nariño. En 1819 y construcción del Estado-Nación en Colombia (pp. 15-41). UAN, Editorial Unimagdalena, Editorial Uniagustiniana, & UAO.
El objetivo de este capítulo es rastrear, en el marco de una historia de las ideas, el proceso de apropiación de la idea de libertad construido por Antonio Nariño como ascendiente ideológico del proceso de independencia de la Nueva Granada. Para esto asumiremos la apropiación como un proceso en el cual converge la recepción, la interpretación y las prácticas de las ideas. Proceso del cual la trayectoria de Nariño es un caso particular e importante, debido a que en su trasegar se pueden evidenciar todos los aspectos de dicha apropiación.
El capítulo se estructura en cinco secciones de la siguiente manera. Primero, presento la idea de apropiación a partir de la propuesta del historiador francés Roger Chartier y la perspectiva de libertad como concepto abstracto. En segundo lugar, abordo la manera práctica de la recepción realizada por Nariño en el marco de su función como librero y epicentro de diálogos ilustrados con una comunidad determinada. En la tercera sección, me acerco a las interpretaciones sobre la libertad desarrolladas por Nariño y expuestas en sus principales textos, en diferentes periodos de su trayectoria, sin olvidar las particularidades de sus experiencias y lo complejo de alguna de ellas, como la cárcel y las enemistades en el campo político. En otras palabras, en este apartado intento exponer la manera cómo las experiencias definieron las formas de interpretación del precursor. El cuarto apartado se ubica en el campo de las prácticas. En la manera cómo Nariño practicó, en el plano político, su idea de libertad. Esta reflexión me permite pensar en las diversas formas en que se materializó la lucha por la libertad como razón de ser de la misma libertad. En otras palabras, la libertad, en el contexto estudiado, fue lucha por ella, fue resistencia. Se resiste en libertad y tras su búsqueda. La libertad, entonces, en su sentido de apropiación práctica se traduce en resistencia. Finalmente, el capítulo concluye con algunas preguntas en torno a los procesos de apropiación de las ideas, específicamente de la idea de libertad, y el papel que jugó la trayectoria de Antonio Nariño como un caso de apropiación de las ideas en el contexto revolucionario que derivaría en la independencia de la Nueva Granada.
Este capítulo es un ejercicio ensayístico, por lo tanto, el lector no se encontrará con un tratamiento exhaustivo de fuentes primarias, ni con una exaltación de la persona de don Antonio Nariño. Así, las siguientes páginas se valen, principalmente, pero no exclusivamente, de fuentes secundarias que dan cuenta de la trayectoria del Nariño, ya sea desde una perspectiva hagiográfica (Vergara y Vergara, 1867; Groot, 1953) o crítica (Vanegas y Carrillo, 2016). Propongo, entonces, un acercamiento a la literatura –y a la misma fuente primaria– desde una postura que no privilegiará al sujeto, sino a su posición y funciones dentro de un campo social determinado por los avatares particulares del deseo de independencia. Deseo que estuvo determinado por un habitus, constituido por los ilustrados de la nueva granada, en el que se reivindicaba la idea de independencia de España, pero se acudía al discurso ilustrado para justificar el sostenimiento del poder por parte de la élite local (los propios ilustrados), como único sector social capaz de llevar a la naciente republica a la mayoría de edad (Castro-Gómez, 2010).
A partir de este posicionamiento, el análisis se centra en la manera cómo en la trayectoria de Antonio Nariño se hace evidente un proceso de apropiación de las ideas que nos dice algo no solo del sujeto, sino de un contexto amplio que determinó el proceso de independencia a partir de los posicionamientos de los ilustrados frente a las ideas que llegaban de las metrópolis.
La libertad y su apropiación2 en el marco revolucionario
El eje de este ensayo es la apropiación como un mecanismo concreto en el que se pone en juego la recepción, la interpretación y las prácticas de las ideas. Es la configuración de ese mecanismo lo que intentaré describir. Pero, ¿cómo materializar ese sentido de apropiación para transformarlo en un lente de observación? La respuesta a este cuestionamiento de orden metodológico está mediada por el uso de las propuestas del historiador francés Roger Chartier en torno a la idea de apropiación. De este modo, a partir de una transposición “temeraria”, bajo la venia de una “ambigua” relación entre el texto y la idea, transpondré sobre la palabra texto de Chartier, la noción de idea. Así, la pregunta que cabría formular, en torno a la apropiación de las ideas, será: ¿Cómo las capacidades, expectativas y prácticas propias de una comunidad construyen un sentido particular de la idea [texto]? (Chartier, 1992).
Chartier sostiene que el texto es producido por la imaginación y la interpretación del lector (u oyente) (Chartier, 1992, p. vi). Desde esta perspectiva, y si se acepta la transposición que he propuesto, la relación entre texto y contexto en el campo de la historia de las ideas se complejiza y enriquece. La relación ya no sólo se centra, como lo sugiere Skinner (2000), en la determinación del “sentido locutivo” y la “fuerza ilocutiva” de un texto que parte de un “gran intelectual” (Palti, 1999, p. 264), sino que el foco se desplaza hacia las diversas interpretaciones que de un texto-idea3 se dan, por parte de los diversos sujetos o colectivos que se apropian de ellas. De ahí que sea tan importante la categoría de apropiación. En la propuesta de Chartier se plantea una tensión entre las “intenciones” que hacen que un texto-idea sea propuesto y las “recepciones” de este texto-idea. Afirmación de la que parte una historia cultural e intelectual definida como una historia de construcción de significados.
Tomando distancia frente a una perspectiva centrada en lo cultural, pero sin desconocer el papel de la cultura en los procesos de apropiación, la definición adoptada por Chartier permite sostener que, tanto en el plano de las ideas como en el de la cultura, se presenta una dupla relación entre lo intelectual y lo popular, o en un sentido más específico, la relación entre la producción del centro y las asimilaciones realizadas en la periferia. Así, la cuestión cultural puede articular dos significaciones que se entrecruzan: “[…]. La primera designa las obras y los gestos que, en una sociedad, atañen al juicio estético o intelectual. La segunda, certifica las prácticas cotidianas ‘sin calidad’, que tejen la trama de las relaciones cotidianas […]” (Chartier, 1992, p. xi).
De esta manera, y arriesgando en la perspectiva que nos propone Chartier, este trabajo intenta posicionarse en el intersticio de la tensión que genera la construcción de nuevos significados entre los binomios creación/consumo, centro/periferia. Transgrediendo, en medio de esta disputa, la ya antigua discusión de las “ideas fuera de lugar”4. En este sentido, las ideas se mueven, a partir de las diversas formas de apropiación, entre el centro y la periferia, en una constante retroalimentación dialéctica y semántica.
En el mismo sentido, la apropiación pasa por las prácticas y por “las maneras de usar los productos culturales” (Burke, 1996, p.86). Para Chartier, la noción de apropiación “apunta a una historia social de los usos e interpretaciones, relacionados con sus determinaciones fundamentales e inscritas en las practicas específicas que los producen” (Chartier, 1992, pp. 52-53).
Simultáneamente, junto a la lógica que indican los usos que se hacen de las ideas, el campo de la historia cultural intenta rescatar los medios a través de los cuales se producen y transmiten las “ideas” (Barros, 2005, p. 130). De esta forma, la propuesta de Chartier, tomando como un punto de referencia la antigua historia de las mentalidades, me permite vislumbrar el papel de las ideas dentro de las cosmovisiones, los sistemas de valores y los sistemas normativos del mundo de la élite criolla que, a su vez, se encontraba en la periferia de la producción de las ideas. Tenemos, entonces, una dualidad en la condición en la que Antonio Nariño y sus contemporáneos estructuraron el proceso de apropiación de las ideas. Una condición que, desde la perspectiva de Bourdieu (2002), obedeció a la lógica dominado-dominante. Lógica que responde a la intención de promover un proceso de independencia sin modificar las estructuras sociales que privilegiaban a la élite criolla en las tierras americanas.
Por otro lado, en el marco de la apropiación, la frontera entre las prácticas y las representaciones hechas por los sujetos es difusa. Así, uno de los aspectos que me interesa de la propuesta de Chartier es el sentido de lo “practico” con el cual dota a la noción de apropiación. Esto debido a que por ese medio se pueden llegar a definir los ritmos de recepción, interpretación y práctica de las ideas al interior de los universos ilustrados de la Nueva Granada.
La apropiación de las ideas implica –además de lo que ya se ha dicho– entablar relaciones de tensión entre las condiciones materiales que posibilitaron las prácticas sociales de las sociedades del pasado con su sistema de representaciones sociales que, de cierto modo, pretendieron modificar dichas condiciones (Duby, 1999, pp. 68-69). En otras palabras, implica pensar la tensión entre las condiciones materiales de las prácticas sociales, en este caso la movilidad y la ascendencia de Antonio Nariño, para articular en torno a su imagen una práctica ilustrada de lectura e interpretación con la circulación del libro, frente a las ideas de transformación o reordenamiento social que en ese mismo contexto se gestaron, o por lo menos, se pensaron.
Vemos aparecer, en el horizonte de los procesos de recepción, en el campo de las ideas, la forma de constitución de ideologías, asumidas como formas de interpretación social cargada de un thelos político y social. La apropiación reorganiza las representaciones ya existentes para alcanzar determinados objetivos (Barros, 2005, p. 138). En medio de ese reorganizar las representaciones ya existentes aparecen interpretaciones y lecturas que modifican las ideas y las enriquecen hasta constituir nuevas prácticas que responden a las necesidades e intereses de las colectividades que ven en su accionar político una posibilidad para la resistencia o la consolidación de su estatus social, político y económico.
En el punto de convergencia entre las ideologías, las representaciones y las prácticas de los colectivos del pasado, estas últimas van más allá de las formas de consumo o recepción. Las prácticas generadas por la apropiación de las ideas se sumergen en una dialéctica en la que se ponen en juego tanto las formas de recepción, como las de interpretación que los sujetos hacen de las ideas. Esta dialéctica implica comprender las prácticas, en el marco de las ideas defendidas por los ilustrados neogranadinos, como una praxis con intención transformadora, que se traduce en la capacidad asociativa y socializante de los sujetos que se adscriben a dichas ideas, y que encarnan complejas pugnas discursivas a partir de las cuales se estructuraron las fuerzas del campo político durante el proceso de independencia de la Nueva Granada.
Como el lector pudo ver, la apropiación, como elemento metodológico, está cargada de múltiples sentidos en los cuales se interrelacionan, de manera dinámica y, podríamos decir, dialéctica, la recepción, la interpretación y las prácticas sociales de las ideas. Aspecto que exige, respetando el sentido de coherencia –y como lo sostuve al iniciar el capítulo–, el abordaje metódico de cada uno de estos aspectos de la apropiación. Abordaje que haremos en las próximas secciones. Sin embargo, antes desdoblar el análisis, es importante observar la idea en que centraré la mirada, en este caso la libertad, y el contexto sociopolítico e ideológico en el que ella fue apropiada en la trayectoria de don Antonio Nariño.
En un texto ya clásico, y que inauguró la “escasa” tradición historiográfica en torno a la historia de las ideas en Colombia, Jaime Jaramillo Uribe (1982) expone el pensamiento intelectual del siglo XIX como un largo y lento proceso de crítica y crisis. SI bien el autor no utiliza estas categorías, creo que son pertinentes para representar el proceso de configuración del pensamiento en el que Nariño fue una figura destacada –ya fuera por sus interpretaciones o prácticas concretas de circulación frente a las ideas–, pero que además fue el marco en el cual se reestructuró la idea de libertad desde una perspectiva política. Es decir, que su uso estuvo mediado por la discusión sobre la organización del Estado y la estructura social.
Bajo la perspectiva de crítica y crisis a la cual se suma posteriormente la noción de revolución, Nariño puede ser ubicado en la vertiente que inicia un proceso de crítica al sistema colonial en un escenario muy marcado aún por las referencias al modelo escolástico español y al cuidado con los límites que permitía la crítica dentro del respeto por lo religioso y la misma idea de soberanía del rey. En ese sentido, y como veremos más adelante, a la figura de Nariño no se le puede atribuir una posición revolucionaria en términos ideológicos, de hecho, en muchos de sus escritos demuestra ser refractario a las ideas radicales de la revolución francesa (Jaramillo, 1982, p. 114). No obstante, en un escenario de transición, la generación de Nariño puede ser ubicada en un lugar que inició la crítica a la tradición española, desde sus aspectos culturales y económicos, y que veía con admiración la idea de progreso que se extendía en el mundo anglosajón.
Al iniciar una crítica sistemática a la tradición española, teniendo como punto de inflexión la traducción y publicación de los derechos del hombre (1793) realizada por Nariño, los ilustrados de la Nueva Granada iniciaron un proceso de apropiación que estuvo determinado por el utilitarismo, la lectura de románticos y pragmáticos, así como el cultivo progresivo de las ciencias, que derivó en un ideal positivista y racional que terminó por configurar lo que Santiago Castro-Gómez llama una “sociología espontanea de las elites” (Castro-Gómez, 2010, p. 73). Esta sociología es definida como una serie de representaciones que tuvieron la pretensión de objetivar la realidad a partir de la justificación “racional” científica de la superioridad criolla (Castro-Gómez, 2010).
En este sentido, la libertad como idea se reestructuró bajo el peso de la razón que es asumida, por las élites criollas, como el progresivo caminar hacia el lugar ideal de las sociedades avanzadas. Esta mirada de admiración, específicamente a la sociedad francesa en términos políticos, y la inglesa y norteamericana en términos económicos y pragmáticos, fue lo que exigió la crítica a la tradición española, asumida como una administración rezagada frente a las potencias europeas y la joven nación norteamericana.
El pensamiento de la élite criolla neogranadina en ese proceso de crítica, crisis y revolución imaginó un nuevo hombre; un homo economicus basado en la utilidad pragmática de la organización y las relaciones sociales. Un nuevo hombre que, bajo los preceptos utilitaristas “no solamente […] elevará el placer y la felicidad al rango de principios éticos fundamentales, sino [que también] representará los ideales de una clase media comerciante e industrial, pragmática y racionalista […]” (Jaramillo, 1982, p. 32). En la misma vía, la libertad era asumida como una condición para acceder al dominio de la razón. Alcanzar la mayoría de edad dependía de la independencia, el individualismo y la iniciativa personal. Se asumía que la consciencia plena de nuestra libertad nos permitiría la constitución del “hábito del cálculo, de la creación y del esfuerzo propio” (Samper, 1861, citado en Jaramillo, 1982, p. 47).
Sin embargo, a pesar de estas referencias sobre la estructura de pensamiento en la que se insertó el proceso de apropiación realizado por Nariño, no podemos perder de vista la distancia que existía entre la predica intelectual y la realidad social, política y económica que determinaba la cotidianidad del virreinato de la Nueva Granada. Desde esta perspectiva, la idea de libertad a la cual haré referencia, especialmente en el campo de las prácticas acometidas por Antonio Nariño, no dan cuenta de una idea anclada en la mera crítica y en el intelectualismo, tan característico de las élites colombianas a lo largo del siglo XIX. Por el contrario, la libertad estará constituida en el plano de las experiencias del Nariño y su condición de sujeto perseguido que, si se quiere, bajo la noción de intelectual comprometido (véase Moreno, 2016), apropió una idea de libertad con un fuerte sentido de la resistencia, ya fuera en el desdoblamiento de la crítica al mundo colonial o a la falta de realismo de los líderes de la naciente república con visos de independencia.
Esta última afirmación, a modo de advertencia, denota un sentido crítico impregnado en la estructura metodológica de la apropiación como herramienta de análisis histórico. Este sentido me permite definir que la apropiación de las ideas no es un proceso que se ejecuta en el plano trascendental, o en un mundo espiritual al cual solo se accede por vía de la retórica y la reflexión especulativa. Por el contrario, la apropiación, como la entiendo, permite rastrear la configuración de las ideas en el plano de la práctica, de la cotidianidad y de la concreción material. Así, encontramos que aunque en términos ideológicos y de pensamiento don Antonio Nariño no fue un hombre avanzado, un revolucionario puro, sus prácticas de apropiación, por el contrario, develan una posición fundamental para todo un proceso que abrió el periodo revolucionario de la independencia nacional.
La recepción: El papel de los libros y las Redes
Generalmente, cuando se habla de recepción de las ideas se piensa en un espacio constituido por una compleja red de relaciones entre las ideas, los sujetos y la forma de circulación de las mismas. De hecho, para muchos autores, la recepción en sí misma implica un acto de interpretación de las diversas formas de texto en las que circulan las ideas (Ricoeur, 2004, 2006; Jauss, 1986). Sin embargo, como lo expliqué en la introducción de este trabajo, asumo la apropiación de las ideas como un fenómeno determinado por tres acciones concretas: la recepción, la interpretación y la práctica.
La recepción, al interior de la apropiación, da cuenta de la manera como circulaban las ideas en sentido material. La recepción nos permite hablar de la circulación de libros y de hombres como portadores de idearios. En este terreno, la figura de Nariño fue destacada. Por lo tanto, en esta sección me centraré en un rápido análisis de Nariño como librero y como líder en la conformación de redes de debate y discusión, que sirvieron como espacios de formación y crítica de la realidad colonial.
Los libros son artefactos de consumo y de socialización por medio de los cuales las ideas se desplazan y se plantan para su germinación. Nariño, desde 1785, empezó a ser una figura destacada en el comercio de libros en la Nueva Granada, y para la fecha de su juicio por la publicación de los Derechos del Hombre tenemos noticia de su autodefinición como comerciante de libros. Pero, ¿qué significa comerciar libros y qué implicaciones pudo tener en el contexto que intentamos analizar? Las respuestas a estas preguntas pueden ser encontradas en el trabajo del profesor Renán Silva (2008), quien sostiene que entre finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX las lecturas y las formas de lectura sufrieron grandes transformaciones en el virreinato. Transformaciones que iban de la mano con la configuración de una comunidad de interpretación conformada por los criollos que se apropiaron del discurso de la ilustración, y del cual, por lo menos como figura iniciadora, se encontró a Antonio Nariño.
Así, en un proceso de transformación intelectual, el profesor Silva (2008, p. 282) reconoce dos fenómenos importantes con relación a la circulación del libro. En primer lugar, el libro es un artefacto que pasa de mano en mano y es susceptible de ser prestado y de recorrer, por lo mismo, grandes distancias. De este modo, un libro que había sido leído en Santa fe podía ser encontrado en la provincia de Popayán, siendo utilizado por otro ilustrado. Este fenómeno, de algún modo, nos permite pensar en las sociabilidades que se construyeron al interior del virreinato en torno al conocimiento. Por otro lado, al fenómeno del préstamo y la circulación del libro se suma su estructuración como negocio. El comercio de libros “se trata de una actividad […] en que se invierten recursos de alguna importancia, para la cual se realizan contactos con los comerciantes importadores y sobre el cual se llevan precisas contabilidades” (Silva, 2008, p. 282). En este sentido, el comercio de libros implica una constante actualización de lo publicado en las metrópolis, pero además la configuración de redes internacionales que permitan superar las barreras del censo. Desde estos dos fenómenos en torno a la lectura, Nariño ocupó el lugar de articulador, como prestamista y como conocedor de una vasta obra extranjera.
Por las manos de Nariño pasaron textos de autores como Cicerón, William Pitt, Jenofonte, Washington, Tácito, Raynal, Sócrates, Rousseau, Plinio, Buffon, Solón, Montesquieu, Platón, Quintiliano, Franklin y Newton; ya fuera porque los adquirió en la Nueva Granada y los comercializó, o porque los conoció y adquirió en su exilio europeo (Ruiz, 1990, p. 69). Se cuenta que al momento de su captura (1794), Nariño poseía alrededor de 2000 títulos (Ruiz, 1990). La circulación de esta cantidad exagerada de libros –exagerada si se tienen en cuenta los niveles de analfabetismo de la época–, pone a Nariño como figura principal de la recepción de las ideas que circularon en el virreinato en la década del noventa del siglo XVIII.
Ahora bien, a esta actividad de prestamista y comerciante de libros, que creó la imagen de Nariño como un “hombre de letras” y aficionado a la lectura (Silva, 1999, p. 104), se suma su papel como organizador de sociedades, redes de lectura y discusión de los textos. Espacio que era su propio hogar, que constituyó un ejercicio de sociabilidad sobre la base de la interpretación y que derivó en un evidente proceso de crítica.
Bajo este fenómeno de configuración de un espacio de sociabilidad intelectual y de constitución de comunidades de interpretación, encontramos la transformación del sentido de lo público y lo privado (Silva, 1999, p. 103), así como un sentido de resistencia frente a las prohibiciones y vigilancia que la administración virreinal ejercía sobre los criollos y la sociedad colonial en general. La constitución de un espacio de asociación colectiva en el marco de la cotidianidad del hogar, en este caso en la residencia del propio Nariño, terminó siendo un ejercicio de resistencia. Además, continuando la idea del profesor Silva (1999) el surgimiento de estos espacios hizo evidente la “carencia […] de instituciones para la utopía, que se combinó, de otra parte, con una gran riqueza de prácticas dispersas y difusas que se mueven en esa dirección, y que encontraron sus apoyos centrales en el ámbito de lo privado y en la práctica de la lectura” (p.103).
Nariño creó la Sociedad de literatos, un lugar pensado para la discusión y abierto al aprendizaje. Pero también, como ya lo mencioné, un espacio que escapó a los controles del gobierno. En una carta enviada por Nariño a Mutis en 1778, éste proyecta la sociedad de literatos:
Me ocurre el pensamiento de establecer en esta ciudad una suscripción de literatos […] esta se reduce a que los suscriptores se juntan en una pieza cómoda, sacados los gastos de luces, etc., lo restante del dinero se emplea en pedir un ejemplar de los mejores diarios y gacetas extranjeras, los diarios enciclopédicos y demás papeles de esta naturaleza, según la cantidad de suscriptores. A determinadas horas se juntan (los socios), se leen los papeles, se critica y conversa sobre aquellos asuntos, de modo que se pueda pasar un par de horas divertidas y con utilidad. (Archivo Nariño t. 2, p. 72, citado en Silva, 1999, p. 104)
En última instancia, Nariño se constituyó en un centro receptor de ideas por medio de la circulación de libros, ya fuera por el préstamo o su comercio, y por la creación de espacios de sociabilidad intelectual por los que ingresaron las ideas y el vocabulario del pensamiento ilustrado que transitaba en Europa. No obstante, en el plano de las discusiones historiográficas, debemos tomar algunas precauciones frente a esta última afirmación, advirtiendo que Nariño era hijo de su época, lo que no nos permite mostrarlo como un líder revolucionario. De esta manera, más que sus posturas ideológicas, fueron sus prácticas concretas en torno a la circulación de libros e ideas las que le otorgaron un papel preponderante en el proceso de apropiación y crítica, que derivarían en la independencia.
Las interpretaciones: el lugar de La Bagatela
Toda apropiación implica una interpretación y, a su vez, toda interpretación implica la intencionalidad de superar un alejamiento, de acortar una distancia cultural (Ricoeur, 2006). A partir de esta premisa se puede afirmar que, en medio de cualquier ejercicio de apropiación de las ideas, se presenta un fenómeno particular de interpretación que hace posible configurar un sentido determinado a las ideas-textos, con el objeto de acercarse a la cosmovisión del otro (las ideas que llegaban de afuera) a partir de la identificación de las particularidades de lo propio (los contextos vividos). De ahí deviene un sentido de interpretación que intenta ser más que mera repetición (Moreno, 2017, p. 236).
En este apartado intentaré rastrear las maneras y los diversos sentidos que Nariño dio a la idea de libertad a partir de sus interpretaciones, expuestas especialmente en el periódico La Bagatela, que circuló entre 1811 y 1812. Un periodo en el que las disputas por la mejor interpretación de la forma ideal de gobierno estuvieron al orden del día en la llamada Patria Boba.
Antes de iniciar el análisis, debo advertir tres características que hicieron particular el proceso de interpretación agenciado por Antonio Nariño:
[…] dignos de este nombre, postergaos conmigo ante la imagen augusta de la Libertad, para expiar nuestras culpas! Invoquemos los manes de esos ilustres varones que tan fielmente la sirvieron. ¡Sombras respetables de Bruto, de Catón, de Aristides, de Cincinato, de Marco Aurelio, y de Franklin, venid en nuestro socorro! [...] Nosotros la hemos adornado con las insignias del despotismo: nosotros hemos manchado su hermoso rostro con los sucios colores del libertinaje: nosotros hemos confundido sus dones con la codicia y la ambición [...] ¡Libertad Santa! ¡Libertad amable, vuelve a nosotros tus benignos ojos!5
De entrada, y sin mucho tacto, Nariño abrió el prospecto de su nueva publicación advirtiendo, por medio de un cuento, que aunque el público no lo comprendiera, el papel de La Bagatela intentaría “hacer música frente a un burro”6. Demostrando un sentido interpretativo pasado por la constitución de un habitus criollo que, de acuerdo con Santiago Castro-Gómez (2010), pretendió sentar las bases de un punto cero de la interpretación a partir de un saber-poder que legitimaba su interpretación de la realidad social y política como superior y verdadera. De esta forma, Nariño cerraba la presentación de su periódico diciendo:
Bien había yo soñado, dijo el músico al salir, que tocaría delante de un burro.
Pase este cuenteado, y el que se lo aplicare con su pan se coma: la culpa será suya, y no del músico.7
No obstante, este sentido de superioridad ilustrada hace que Nariño se preocupe por la manera como se acerca, por medio de la escritura, a sus posibles lectores, que en todo caso no son meros “burros”. Así, por la estructura de la publicación, es evidente un afán didáctico que lo lleva a presentar sus interpretaciones por medio de metáforas como la correspondencia entre personajes ficticios, o la voz de un soberano dirigiéndose a sus representantes. En esta línea La Bagatela reprodujo las “cartas del filósofo sensible a una dama su amiga”. En la primera entrada de estas metáforas Nariño sostuvo que “el desorden en que vivimos ocho o nueve meses, y algunas cosillas de que aún no nos vemos libres, han hecho pensar a algunos que nuestra transformación fue prematura”.8
Proponiendo, así, una relación directa entre libertad y orden en un sentido que se asemejaba a la política escolástica en la que el gobierno se caracterizaba por el orden y el punto medio entre la aristocracia y la democracia, tan defendida por Santo Tomás (Jaramillo, 1982, p. 111).
La libertad, comprendida como un ejercicio mediado por el orden, venía referida por la razón de un gobierno real y centralizado que era el más adecuado dadas las características de la población de la Nueva Granada.
En la disputa por la organización del gobierno de la joven república, la libertad expuesta por Nariño se apoya en un sentido restrictivo de sumisión por vía del patriotismo. Para el letrado santafereño, la libertad solo se podía alcanzar desde la constitución moral de un sentimiento patriótico y soberano. En su acostumbrado uso de la metáfora, en medio de una discusión entre el soberano y sus representantes, Nariño representa su argumento de la siguiente manera:
Venimos, pues, a echarnos en vuestros brazos por última vez, y a suplicaros: que conciliando los decesos de las Provincias, sus justos derechos á gozar de toda libertad posible, y la urgencia de las circunstancias que nos demandan un pronto remedio; nos dictéis vos mismo el modo con que nos debemos organizar, para no perder hasta la libertad de podernos dar una forma de gobierno que es la única que hasta ahora tenemos. Ofreciéndoos á nuestro nombre, y de todas nuestras Provincias que no nos apartemos un punto de lo que vuestra elevada y santa Soberanía nos dicte.9
A este pedido angustioso, el soberano responde desde su sentimiento patriota y su superioridad moral dictada por el saber:
[…] muy lejos de embarazar este lenguaje a mi soberanía […] me alentó, y comencé á sentir en mi corazón la dulce esperanza de que la Libertad se sentaría entre nosotros. Y como mi Soberanía no me la he apropiado para mi interés personal sino para proporcionar la utilidad de todos, a pesar de mis altisonantes títulos; creí que ya era llegado el caso de manifestar mi dictamen tratando con unos hombres que penetrados por el verdadero interés de la Patria, solo desean lo que más nos convenga á todos […].10
De este modo, la libertad solo podrá ser conseguida bajo los dictámenes de un soberano que utiliza su poder en beneficio de la mayoría, lo que en este caso solo podría ser realizado por la élite criolla, preocupada por el progreso de la naciente nación. Y en una apropiación evidente del lenguaje de la ilustración, Nariño acude a la categoría de utilidad para desplazar los intereses personales tan marcados en las formas de actuar de las administraciones españolas y anteponer los intereses colectivos al personal.
Desde otra perspectiva, la retórica de Nariño esta cruzada por la denuncia. El número tres de La Bagatela, por ejemplo, denuncia la persecución a la que están siendo sometidos algunos hombres de letras a quienes se les abre su correo. Esto lleva a que Nariño asuma la crítica como un rasgo significativo de la condición de libertad de los sujetos. En una especie de respuesta a su interlocutor imaginario el letrado santafereño afirma:
A usted le parece que el patriotismo está en alabar a ojo cerrado cuanto los gobernantes hacen, sea bueno o malo; y a mí, al contrario, me parece que el verdadero patriotismo consiste en advertir lo malo, no para zaherir a nadie, sino para que nos corrijamos, y que los defectos de uno y otro gobernante no se le imputen a la pobre ciudad de Santafé.11
Si bien los avatares de la coyuntura independentista no permiten ver con claridad las formas contradictorias del pensamiento de individuos de la élite que como Nariño corrieron tras las afujías del periodo12, en el ilustrado santafereño podemos encontrar –más allá de su personalidad contradictoria– un sujeto que con su erudición y dedicación a la circulación de ideas, aportó al proceso de revolución a partir de sus prácticas ilustradas.
Así, en su interpretación de la libertad se produce un sentido de la libertad –ordenada y centralizada en el poder de un soberano– que no es precisamente la del pueblo, sino la de sus representantes, y hasta la de un poder monárquico –debemos recordar que bajo su presidencia, Cundinamarca se gobernó como una monarquía representativa–. La interpretación de la libertad agenciada por Nariño esta imbuida de un apego profundo a la independencia. En un punto medio entre la utopía y la practicidad, más allá de las formas de gobierno, la independencia nos abriría el camino al progreso y el reinado de la razón, de los cuales eran testigos los anglosajones.
En esta medida, Nariño, como bien lo afirma Jaramillo (1982), no puede ser asumido como un liberal del siglo XIX (p. 111), pues en su formación y en sus interpretaciones aun pesaba el escolasticismo de la colonia. Pero esto tampoco nos imposibilita para comprender a Nariño como un hombre dotado de una “gran comprensión histórica y de un sentido de la realidad propia del político práctico y del estadista” (Jaramillo, 1982, p. 111).
Un letrado para quien la libertad de América debía ser defendida con todas las herramientas que se tuvieran al alcance, incluyendo las armas. Sobre esto, el mismo Nariño escribió:
Al americano, al Europeo, al Demonio que se oponga a nuestra libertad, tratarlo como nos han de tratar si la perdemos. Que no haya fueros, privilegios ni consideraciones: al que no se declare abiertamente con sus opiniones, con su dinero, y con su persona a sostener nuestra causa, se debe declarar enemigo público, y castigarlo como tal.13
Finalmente, digamos que la interpretación que hiciera Nariño de la idea de la libertad estuvo mediada por tres características fundamentales. En primer lugar, Nariño interpretó las ideas pasándolas por el filtro de un sin número de lecturas eclécticas. Como vimos, su defensa por la libertad podía ir desde la cita de los clásicos griegos y latinos, pasando por la admiración de la organización política norteamericana, hasta sugerir la configuración de un nuevo sujeto basado en el homo economicus y su razón práctica. En segundo lugar, y como veremos con más detalle en el próximo apartado, la interpretación no solo se centró en el material que ofrecían los libros y los intercambios intelectuales, sino que también estuvo mediada por la emergencia de la cárcel, la persecución y la clandestinidad. Esta condición permitió que Nariño aprehendiera de primera mano la idiosincrasia de las gentes de la Nueva Granada, así como las condiciones de posibilidad real para la realización de un proceso revolucionario. Finalmente, como ya lo he dicho, la interpretación del Nariño atendió a un habitus. Las reflexiones en torno a la libertad y las formas de gobierno obedecieron a un imaginario de razón ilustrada que escondía un sentido de superioridad racial de los criollos frente a los demás sectores sociales. Este sentido de superioridad, basado en el discurso de la razón, derivó en la configuración silenciosa del punto cero, entendido como “el imaginario según el cual, un observador del mundo social puede colocarse en una plataforma neutra de observación que, a su vez, no puede ser observada desde ningún punto” (Castro-Gómez, 2010, p. 18). Pretendida neutralidad, que, a los ojos de los ilustrados, legitimaba sus afirmaciones. De ahí que para Nariño la libertad fuera lucha por la independencia, sin importar si eso equivalía a adoptar un sistema de gobierno monárquico, ya que sus afirmaciones nacían de su gran erudición, elocuencia y del conocimiento de la realidad, Lo que, a sus propios ojos, y los de muchos historiadores posteriores, legitimaba su opinión.
Desde otra perspectiva, y si acudimos al sentido más teórico que presenta el pensamiento de Nariño, no podemos dejar de observar el problema concreto con el cual se enfrentó en el ámbito de la organización política del Estado, y la manera como su respuesta marcó una silenciosa interpretación de la libertad. Al debatir sobre las formas de gobierno que se ajustaran a la realidad de la Nueva Granada, y al asumir la idea de la República democrática, Nariño se planteó el problema sobre la capacidad de participación activa del pueblo. Es claro que a lo largo del proceso de independencia, la soberanía pasó de las manos del rey soberano al pueblo como soberano. Pero, ¿todos los sujetos estaban en la capacidad de participar en los asuntos públicos? Como la mayoría de los criollos de la época, Nariño “nunca ocultó su temor a la beligerancia popular” (Jaramillo, 1982, p. 114). Por esta razón, y guiado por su sentido práctico, Nariño plantea la idea de la representación y el papel de la vanguardia erudita. De este modo, la libertad, traducida en independencia y plena soberanía, debía pasar por una suerte de etapas de progresivo crecimiento que llevaran al uso de la razón plena. La vanguardia consistiría en la apropiación “de cierto número de hombres, de luces y de créditos, [de] una parte de la soberanía para dar los primeros pasos y después restituírsela al pueblo” (Vergara y Vergara, 1946, p. 101). Luego, Nariño plantea el avance de la vanguardia con las acciones de las Juntas Provinciales, y se pregunta
¿No será más propio, más natural, más sencillo, más conforme a justicia y razón, que dando un paso más las Juntas Provinciales nombren cada una su diputado para que estos, con una aproximación a la legitima soberanía, prescriban las formulas, modo y sitio del Congreso General? [En esta perspectiva] aunque por los grados que percibe la necesidad, [se] llega al goce pleno del derecho [soberano]. (Vergara y Vergara, 1946, p. 102)
Acudiendo a una idea que destallaba en el horizonte del discurso ilustrado, y que sostenía la necesidad de acceder progresivamente a la mayoría de edad, es decir al uso de nuestra razón, Nariño interpretó que la libertad, concebida como soberanía plena del pueblo, debía ser ganada en un proceso complejo. Proceso en el que la élite criolla debía dar el primer paso, como efectivamente lo dio. De este modo, la libertad de los sectores populares debía estar, por lo menos al comienzo del proceso revolucionario, en el marco de la representación que de ellos podía hacer la clase dirigente.
Las prácticas: La libertad como resistencia
Todo ejercicio de apropiación implica, en última instancia, la puesta en juego de una serie de prácticas, tanto sociales como discursivas, que exteriorizan las formas en que se recibieron e interpretaron las ideas. En ese sentido, intentar identificar las formas en que estas fueron apropiadas, exige reconocer, finalmente, las prácticas que hicieron posible la constitución de una estructura interpretativa. De este modo, las prácticas serán comprendidas como formas de disposición social que, como estructuras, estructuradas y estructurantes, determinaron los medios, los ritmos y los modos de constitución de dicha estructura de interpretación. En otras palabras, las prácticas generadas por las lecturas y la circulación de las ideas hicieron posible una apropiación determinada por dos fenómenos: 1) Los procesos de construcción de sentido de las ideas, materializados en las formas de su recepción y circulación. 2) La articulación entre dichas prácticas y las representaciones propuestas.
En primer término, entonces, podemos decir que el mundo intelectual que configuró el proceso de independencia, y en el que Nariño fue una figura destacada, estuvo marcado por la preocupación de la comunidad de ilustrados por generar espacios, ya sea en ámbitos privados o públicos, que les permitiera socializar sus ideas, lecturas y críticas (Silva, 1999). Así, la circulación de las ideas obedeció a la configuración de redes intelectuales que, además de debatir cuestiones que llegaban con la literatura y la ciencia de las metrópolis, también atisbaron la posibilidad de estructurar, en un espacio de experiencias conflictivo, un ideario de nación independiente; pero fue justamente una práctica marcada por la búsqueda de nuevos y mejores ideales lo que arrastró a Nariño a enfrentar la persecución, la cárcel y el exilio. Digamos, pues, que la apropiación de la idea de libertad estuvo marcada por una práctica de resistencia, evidente en el itinerario del ilustrado santafereño.
En segundo lugar, podemos sostener que la articulación entre las prácticas de circulación de las ideas y la resistencia configuraron un conjunto de representaciones de lo social, lo político y lo económico que nunca perdieron el habitus propio de las élites ilustradas de la Nueva Granada. Es decir, que a pesar de las afujías que experimento Nariño, su apropiación nunca se alejó de una visión de mundo estructurada a partir del ideal de superioridad y responsabilidad patriótica. Actitud que le permitió asumirse, en todo momento, como forjador de libertad y soberanía nacional. Veamos, entonces, cómo las experiencias de Nariño determinaron una práctica de la liberta cargada de cierta resistencia.
Nariño nació en 1765 en el seno de una familia de la élite santafereña. Condición privilegiada que le permitió formarse, inicialmente, en uno de los mejores claustros educativos del virreinato y acceder a una inmensa literatura heredada de su padre, lo que lo llevó a abrazar la práctica de la rutina como un ejercicio cotidiano. Esta práctica se vio reforzada cuando, por condiciones adversas de salud, se vio obligado a abandonar el Colegio de San Bartolomé, para entregarse a un excelso proceso de autodidactismo guiado por la lectura voraz y la “formación entre compañeros” (Silva, 2008).
En términos generales, se puede decir que la vida de Nariño se desenvolvió en dos grandes etapas que tuvieron su punto de quiebre en una coyuntura determinada por la triada crítica, crisis, revolución, como sucediera con el propio proceso de independencia. En la primera etapa, desde su nacimiento hasta los años previos a la publicación de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, la vida de Nariño no se alejaba de las comodidades y posibilidades de la elite criolla muy cercana al poder del virreinato. En este periodo, Nariño ocupó importantes puestos administrativos, mientras configuraba su imagen de hombre letrado. La segunda etapa inicia con la publicación de los Derechos del Hombre y su posterior proceso de juzgamiento, que lo llevó al exilio y la cárcel. Esta fue la etapa en la que se forjó, a partir de las afujías cotidianas, el revolucionario y el hombre conocedor de las realidades concretas de la Nueva Granada.
Estas dos etapas, como dije, tienen como bisagra la coyuntura que se presentó en la forma de crítica, crisis y revolución. Veamos cómo se desdoblaron las prácticas de libertad y resistencia de Antonio Nariño en esta coyuntura.
La crítica apareció en el horizonte como una necesidad. En el proceso de surgimiento de una generación de jóvenes criollos que se relacionaban con las ideas ilustradas que llegaban de Europa gracias al impulso de las reformas borbónicas, la búsqueda de espacios de debate y discusión ajenos al control del virreinato era una necesidad. En este contexto, Nariño se preocupó por articular espacios de tranquilidad y esparcimiento con sus compañeros de formación, en los que la lectura de literatura general y periódicos sirvieron de caldo de cultivo para “formas de discusión y crítica de mayores exigencias” (Silva, 2008, p. 334). Fue en estos espacios donde los nuevos ideales de búsqueda de la prosperidad, la utilidad y la virtud empezaron a ser definidos en términos sociales y como crítica social (p. 334).
Estos espacios de cotidianidad, que Nariño definió como lugares de esparcimiento para “[…] leer papeles, [para] criticar, para conversar sobre aquellos asuntos [y] para pasar un par de horas divertidas […]” (Archivo Nariño, citado en Silva, 1999, p. 104). Se constituyeron en pequeños escenarios de libertad incrustados en la cotidianidad de los jóvenes ilustrados. Y es en la escala de esta cotidianidad, en la práctica del encuentro para la lectura y la crítica, donde hallamos resistencias. Las resistencias son silenciosas. Son “tácticas” que confrontan la obediencia (Giard, 1996, p. XXIII). En este sentido, destaco las palabras del historiador francés Michel de Certeau quien advirtió que “siempre es bueno recordar que a la gente no debe juzgársela idiota” (1996, p. 189), y en ese sentido, todos los sujetos crean mecanismos de escape del poder. La resistencia acude, entonces, no a la confrontación directa con el poder –ejercicio que se irá constituyendo poco a poco–, sino a las tácticas “silenciosas y sutiles” que se “insinúan” en las “estrategias” del orden impuesto (De Certeau, 1996, p. XLIII). Además, la resistencia, inmersa en las diversas “formas de hacer” de los ilustrados, se encontraba preñada de una suerte de “creatividad cotidiana” (De Certeau, 1996, p. XLV), amarrada a la libertad que ofrecía la lectura de nuevas ideas y mundos otros (Moreno, 2017, p. 151).
Por otro lado, la crítica, convertida en práctica de libertad y resistencia, fue vehiculada por el uso de la imprenta, por la posibilidad de publicar papeles periódicos, en un escenario en que ser escuchado o leído era de vital importancia. Cuando se habla de imprenta en el contexto americano, la figura de Antonio Nariño sobresale. Superando las dificultades propias del contexto, en 1793 Antonio Nariño adquiere una imprenta con la que se propuso publicar todo tipo de documentos. Pero, más allá del hecho, ya conocido ampliamente, de la publicación de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, quiero acercarme al papel de la imprenta como un artefacto que implicó el relacionamiento directo de los ilustrados con las ideas. Es decir, la configuración de una práctica, centrada en el hacer, en la cual se expone un espíritu de libertad y resistencia.
De este modo, Nariño, recurriendo a las palabras de Bentham, defendió en su Bagatela una libertad de imprenta como saber:
I. Las ventajas de la libertad de la imprenta son iguales a las ventajas del saber. Siendo la libertad de la imprenta la causa más poderosa de la existencia y de la difusión del saber, todo lo que disminuya las ventajas que nacen de la libertad de la imprenta, disminuyen las que nacen de la existencia y propagación del saber.14
Desde esta perspectiva, imaginemos por un momento la fotolitografía que reposa en el Museo Nacional, en la que se muestra a Antonio Nariño junto a Francisco Zea en torno a la imprenta. La imagen, allende de la intención de exaltación del autor, es interesante en tanto nos permite imaginar un encuentro plagado de libertad y resistencia. Los trabajadores, artesanos con la camisa remangada, atienden a las directrices de un Antonio Nariño en diálogo con Zea. Discutiendo, analizando la información, eligiendo de modo preciso lo que debía ser publicado. Acto que se vuelve cotidiano y que permite pensar que la publicación de los Derechos del Hombre y del Ciudadano poseía una intención crítica.
La crisis devino con la publicación de Los Derechos. A pesar de su defensa conservadora y repleta de referencias eclesiásticas y monárquicas, como sabemos, Nariño fue juzgado culpable y enviado a una cárcel africana. Si bien, al final no llegó a su destino, las peripecias que lo llevaron a Europa y a Norteamérica forjaron en su espíritu un ideal revolucionario. Pero, como hombre de letras, su práctica no se desplegó en la acción inmediata. Por el contrario, como ya lo sostuve, tras su retorno clandestino a la Nueva Granada, Nariño se preocupó por conocer el ambiente popular que le podría servir de asidero para sus ideas. Así, en 1797 Nariño, clandestino, perseguido, solo, recorre los pueblos de las provincias de Tunja, el Socorro y Girón hasta los confines del reino neogranadino en un recorrido con objetivos sediciosos:
El plan sedicioso que terminó concibiendo en esta correría, Nariño mismo se lo describió a las autoridades. Consistía en una cierta reedición de la rebelión de los comunes del año 1781. Iría a un sitio específico ubicado entre Barichara y Simacota, reuniría mediante promesas a un pequeño número de hombres decididos, de quienes se haría escoltar hasta una de las poblaciones de las cercanías durante un día de fiesta. Una vez llegado allí arengaría en la plaza a la población y la convencería de sumarse a la insubordinación y organizarse al efecto, lo cual incluiría la recolección de armas. Desde esta posición establecería vínculos y trataría de que se le fueran sumando los pueblos contiguos. El plan de Nariño suponía el gusto de los pueblos por los desórdenes y su descontento con las contribuciones fiscales, aunque no tanto con su monto sino más bien con los mecanismos arbitrarios que eran usados para su recolección. (Vanegas; Carillo, 2016, p. 18).
En la práctica, la libertad se radicaliza por la emergencia de la resistencia. Las prisiones y la persecución habían provocado, por la fuerza de la concreción, una postura que asumía la violencia como única salida. Si bien este ideal fue apagado y Nariño retornó a la cárcel en el periodo de mayor agitación, estas experiencias me permiten mostrar la manera cómo las prácticas dotan de sentido, y configuran estructuras interpretativas complejas. De este modo, la apropiación que intento describir no es un acontecimiento que se produce en el mundo de las ideas, sino que se arraiga en la dialéctica de lo pensado y lo vivido.
La revolución apareció en el horizonte como una realidad, una concreción que debía ser empujada por todos los agentes inconformes de la sociedad colonial. Nariño retorna con nuevos bríos, pero la situación era otra, y las prácticas reacomodaron las interpretaciones. La libertad apaga su espíritu bélico por unos años y la razón ilustrada retoma el protagonismo. En este nuevo escenario, en el que Nariño contaba con una posición privilegiada pero inestable, la libertad es presa de un sentimiento de defensa que se mueve en el plano de la organización política.
La práctica de Nariño se centró en el debate, la argumentación retórica y la defensa de la razón. La resistencia ya no es privada, ya no es violenta, ahora es pública. La libertad es medida por la capacidad para defender la independencia, y Nariño libró su batalla en el terreno más público de todos, el político. Es en este momento, entre 1811 y 1817, en el que el santafereño construye, como ya lo expuse, su idea de una libertad basada en el orden y la obediencia. Y en el corazón de su espíritu letrado, su sentido práctico se asume con la potestad de llevar la libertad al pueblo.
Conclusiones
No hay en este texto una intensión de exaltación hagiográfica, ni la pretensión de construir un relato cronológico de una figura tan disputada en el altar patriótico como la de don Antonio Nariño. Por el contrario, y el lector lo pudo constatar en el ir y venir temporal de este ensayo, mi preocupación va más allá del sujeto. El objetivo fue exponer la materialidad de un proceso de análisis tan usado al interior de las ciencias humanas y sociales como lo es la noción de apropiación. Pero, además de una intencionalidad metodológica, el texto buscó explorar otras formas de comprensión del proceso de independencia, en la coyuntura que nos ofrece la celebración de sus doscientos años.
Sea esta, pues, una oportunidad para reapropiarnos de este acontecimiento histórico desde las posibilidades que nos ofrece la imaginación, aunque sin olvidarnos de la vigilancia epistémica propia de todo ejercicio de exploración histórica. Al abordar el proceso de apropiación de las ideas desde las experiencias de Antonio Nariño quise demostrar que, en el terreno de la materialidad histórica, así se hable desde las ideas, no existe una pretendida linealidad y coherencia. Por el contrario, los procesos históricos son contradictorios, confusos. Son una amalgama de representaciones, determinada por los intereses de los ínvidos y las condiciones de posibilidad de sus prácticas. La intención, guardando las proporciones, fue abordar el pasado desde una perspectiva desmitificadora. Lo que a mi entender es una misión urgente en sentido pedagógico. En muchas ocasiones, para comprender un acontecimiento debemos despojarlo de su categoría de “mito fundacional” y llevarlo al terreno de la simplicidad.
Así, lo que podemos ver es un proceso de emancipación vertiginoso, que se desenvolvió en la compleja relación entre la crítica, la crisis, y la revolución, pero que se movió a ritmos distintos en las diferentes capas de la sociedad. Lo que nos permite preguntarnos, hasta dónde penetraron los ideales de la elite criolla, como los de don Antonio Nariño, en la realidad de los excluidos. Pregunta difícil, y que no intentaré responder, pero de la cual solo se puede dar cuenta a partir de la desmitificación y la compresión de las contradicciones de los sujetos y sus prácticas.
Finalmente, retornando a las intenciones originales del texto, puedo sostener que los procesos de apropiación de las ideas solo se materializaron en la interpretación de las recepciones, las interpretaciones y las prácticas, trazadas por los sujetos. En este caso, la trayectoria de Antonio Nariño es muestra de este proceso en el que florece toda la riqueza de las contradicciones.
Quise, entonces hacer un pequeño análisis de las contradicciones que, de algún modo, marcaron las condiciones de posibilidad de nuestro proceso de independencia. Una contradicción que no debe ser asumida como catastrofismo, sino complejidad.
Notas
2 La idea de apropiación que expongo en las siguientes líneas, y que sustentan todo el texto, parten de mi tesis doctoral defendida en el año 2017 en la Pontificia Universidade Católica de Río Grande do Sul (PUC-RS). Aunque los contextos de examen son diferentes, la apropiación como andamiaje metodológico me permitirá acercarme a las diversas realidades históricas. Véase Moreno (2017).
3 Utilizo unidas estas palabras solo para dar sentido al argumento, pero a lo largo de este trabajo el foco está en la noción de idea.
4 Aquí me refiero al debate levantado por el historiador Elías José Palti en torno del famoso texto de Roberto Schwarz escrito en 1973 “As ideias fora do lugar”, al asumir la complejidad inherente a los procesos de intercambio entre las ideas, ya que no existe un “lugar de la realidad” en el que se pueda determinar taxativa y objetivamente que ideas se encuentran “fuera de lugar” y cuáles no. Este debate se presenta en el texto El problema de “las ideas fuera de lugar” revisitado. Más allá de la “historia de ideas”. Disponible en http://shial.colmex.mx/textos/EliasPalti-Enero2002.pdf
5 La Bagatela, citado en Garrido (1993).
6 La Bagatela, 14 de julio de 1811
7 La Bagatela, 14 de julio de 1811
8 La Bagatela, 14 de julio de 1811
9 La Bagatela, 4 de agosto de 1811
10 La Bagatela, 4 de agosto de 1811
11 La Bagatela, 28 de julio de 1811
12 A lo que además se suma un sin número de discursos historiográficos que sepultan la contradicción del hombre para privilegiar la configuración hagiográfica de héroe.
13 La Bagatela, 19 de septiembre de 1811.
14 La Bagatela, 1 de diciembre de 1811.
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