ISBN (digital): 978-958-8994-81-9 2019
Capítulo de Investigación
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El bicentenario de la independencia visto desde una "provincia realista": patriotas y realistas en Santa Marta - Colombia, 1810-1823
Profesor catedrático de la Universidad del Magdalena (Colombia). Gerente del Centro Cultural del Banco de la República en Santa Marta.
Viloria-de-la-Hoz, J. (2019). El bicentenario de la independencia visto desde una "provincia realista": patriotas y realistas en Santa Marta - Colombia, 1810-1823. En 1819 y construcción del Estado-Nación en Colombia (pp. 43-66). UAN, Editorial Unimagdalena, Editorial Uniagustiniana, & UAO.
Introducción
Durante el período de la Independencia, provincias como Santa Marta, Panamá, Maracaibo, Riohacha y Pasto, así como las islas de Cuba y Puerto Rico, defendieron los intereses de la monarquía española. Incluso, algunas ciudades que mostraron una fuerte inclinación inicial por la Independencia como Caracas o Santa Fe, dieron una cálida bienvenida al Pacificador Pablo Morillo durante el período de la Reconquista.
Muchas de las explicaciones dadas hasta ahora sobre el realismo de Santa Marta giran en torno al rechazo a la incursión violenta del francés Pierre Labatut, enviado por el gobierno de Cartagena; a la rivalidad con esta ciudad vecina y al aislamiento a que estuvo sometida Santa Marta durantegran parte del período colonial. Aunque varias de estas explicaciones pueden ser ciertas, así sea de manera parcial, hay nuevos planteamientos y evidencias que permiten hacer una reinterpretación de este hecho histórico para Santa Marta y el Caribe colombiano. En este orden de ideas, el objetivo del presente capítulo es analizar las circunstancias en que se dio el proceso de Independencia en las provincias del Caribe colombiano, centrado en las acciones ocurridas en la provincia de Santa Marta.
La hipótesis de las rivalidades entre provincias vecinas la ha trabajado la historiadora Rebecca Earle (2000). Según la autora, ciudades como Pasto y Santa Marta se inclinaron a favor del realismo cuando desde Quito y Cartagena sus élites les trataron de imponer sus ideas republicanas. En efecto, en 1811 Pasto fue ocupada por tropas enviadas desde Quito, mientras Santa Marta fue tomada en 1813 por las tropas del coronel Labatut, enviadas desde Cartagena. Quiteños y cartageneros cometieron toda clase de atropellos “que todavía hoy se recuerdan con rabia” (Montenegro, 2002, p. 53). Esta explicación, aunque incompleta, puede ayudar a entender algunas lealtades durante la independencia en las provincias caribeñas y otras latitudes. De todas formas, estos enfrentamientos se remontan a tiempos coloniales.
Las rivalidades entre Santa Marta y Cartagena son anteriores al período de la Independencia: desde el lejano siglo XVII, se observa cómo Cartagena era la ciudad integrada a la Carrera de Indias y la ruta de los galeones, al igual que La Habana, Portobello o Veracruz, mientras Santa Marta queda subordinada dentro de ese orden jerárquico. Igualmente, como relata Amaya (2018), en 1634, el Procurador de Cartagena pidió anexar la provincia de Santa Marta a su jurisdicción, situación que generó resistencia y resentimiento por parte del Cabildo samario. Durante el siglo XVIII, de acuerdo con Meisel (2003), Cartagena era la principal caja real del Virreinato de la Nueva Granada, recibía las transferencias del Situado16, monopolizaba el comercio exterior y recaudaba los derechos de aduana del Virreinato. Los dineros del Situado y las obras del Consulado resentían a muchas provincias, entre ellas Santa Marta, toda vez que los recursos canalizados por esta vía beneficiaban casi que exclusivamente a Cartagena. El Situado que llegaba a Santa Marta provenía de las arcas de Santa Fe y Quito, pero debía pasar obligatoriamente por Cartagena. Esta ciudad no siempre despachaba el Sitiado a Santa Marta, argumentando falta de recursos. Esta situación de dependencia e incumplimiento de Cartagena pudo ser otro de los motivos originales de la rivalidad entre las dos ciudades.
El monopolio que ejercía el puerto de Cartagena dejó a Santa Marta por fuera del comercio interoceánico, quedando la ciudad aislada no solo por la falta de mercancías, sino del intercambio cultural y de nuevas ideas que se movían a través de los puertos. Hacia el interior de la provincia y del virreinato, el aislamiento de Santa Marta también era evidente.
Es posible que la elite samaria pensara de manera ingenua que, al apoyar régimen colonial, su esfuerzo y sacrificio serían recompensados, convirtiendo a Santa Marta en el principal puerto del Caribe neogranadino. Siguiendo a Laffite (1995), las cifras muestran que la ingenuidad samaria les dio algunos beneficios de manera transitoria. En los años previos a la Independencia, Cartagena era el puerto dominante en el Virreinato de la Nueva Granada, con exportaciones que superaban en más del 600% el valor de lo exportado por Santa Marta y Riohacha juntos. Durante el período de la Reconquista y primeras luchas por la Independencia, entre 1815 y 1820, el puerto de Santa Marta tuvo mayor movimiento que el de Cartagena, dada su condición de ciudad leal al rey. Durante este período, el movimiento portuario de Santa Marta (entrada y salida de embarcaciones) se elevó a 22 barcos de diferente tipo, mientras por Cartagena se redujo a siete (Laffite, 1995; Ortiz, 1963).
Otra explicación debe buscarse en las relaciones entre las élites criollas, los gobernantes coloniales y las autoridades de los comunes en Cartagena y Santa Marta al momento de las primeras juntas de gobierno. Así, por ejemplo, a partir de 1809 el Cabildo de Cartagena se enfrentó al Virrey de la Nueva Granada, porque este prohibió a sus comerciantes hacer negocios con británicos y norteamericanos.
En Santa Marta, para la misma época, ocurría un caso opuesto: los indios de Mamatoco tenían una querella por los límites de su territorio contra el coronel José Francisco Munive y Mozo, miembro de la Junta Suprema de 1810 y partidario de una mayor autonomía. El Oficial y Administrador de las Rentas Reales José María Martínez de Aparicio intercedió a favor de los intereses de los indígenas, quienes con este hecho y otros similares se empezaron a inclinar a favor de las autoridades coloniales locales en un momento tan decisivo como 1810.
En el caso de Riohacha, la ciudad nació y creció con mayor autonomía que sus vecinas, alrededor de los perleros, contrabandistas, negros cimarrones e indígenas. Según Saether (2005), es probable que el miedo a perder esta autonomía, hiciera a los riohacheros más monarquistas. Factores como los arriba señalados, pudieron incidir para que las elites o los naturales de la región respaldaran abiertamente la monarquía.
En síntesis, este trabajo no trata de reivindicar a Santa Marta ni a los samarios por el papel que desempeñaron durante el período de la Independencia y la Reconquista. En el discurso tradicional se condena a Santa Marta por su condición de ciudad realista, pero se dan pocas referencias de lo que sucedía en otras ciudades: por ejemplo, casi no se menciona la bienvenida que le ofrecieron a Pablo Morillo en Caracas, Santa Fe o el Socorro, que antes habían sido plazas patriotas. Tampoco se estudia mucho la alianza que hicieron los patriotas de Santa Fe en épocas de Nariño, para enfrentar al ejército federalista de las Provincias Unidas. Aunque éstos últimos se tomaron a Santa Fe bajo el mando de Bolívar, el enfrentamiento entre patriotas llevó a que la capital cayera de nuevo en poder de los realistas.
Lo irónico es que Bolívar salió de Santa Fe con la intención de liberar a Santa Marta de los españoles, pero a los pocos días aquella ciudad del Altiplano cayó de nuevo en manos de los chapetones. Así mismo, cuando Bolívar se acercaba a Santa Marta se encontró que su principal enemigo se encontraba parapetado dentro de las murallas de Cartagena, Manuel del Castillo y sus seguidores, por lo que decidió sitiar esa ciudad para que le dieran el apoyo necesario para atacar Santa Marta. Por estos enfrentamientos el mismo Bolívar denominó este período como la Patria Boba. Pero en este documento se muestra que esa etapa de la historia más que “boba” fue de intensa actividad política, de lealtades cambiantes, de errores tácticos y estratégicos, de aprendizaje a las carreras, de proliferación de constituciones, de la derrota como aprendizaje; en fin, fue el preámbulo para la Independencia definitiva de España una década más tarde.
La condición racial en los albores de la Independencia
Durante los períodos de la conquista y primeras décadas de la colonización, en Santa Marta la guerra entre los españoles y los indígenas taironas se prolongó a lo largo de todo el siglo XVI. En el año 1600, el gobernador español organizó un contingente bien armado que enfrentó a los indígenas confederados de Jeriboca, Mamatoco, Bonda, Masinga, Durama, Origua, Dibókaka, Donama, Masaka y Chengue, bajo el mando de Cuchacique, cacique de Jeriboca. A finales del 1600 los indígenas salieron derrotados de manera contundente: 73 de sus caciques fueron ejecutados, entre ellos Cuchacique, así como quemadas sus casas y repartidas las pertenencias de toda la población entre los victoriosos soldados españoles. Los indígenas que sobrevivieron fueron obligados a construir sus pueblos en lugares planos, alejados de las montañas, de fácil acceso desde Santa Marta (Restrepo Tirado, 1937).
Por su parte, los indígenas chimila y wayuu continuaron con sus incursiones sobre las poblaciones españolas en las provincias de Santa Marta y Rio de la Hacha durante los siglos XVII, XVIII e incluso la primera década del XIX (Polo, 2005; Rey, 2012). Por el contrario, los indígenas de la Provincia de Cartagena ofrecieron muy poca resistencia a la conquista y colonización españolas, situación que debió favorecer la elección de esta ciudad como el puerto por donde se movería casi todo el comercio exterior de la Nueva Granada.
Luego de la derrota de los taironas en el primer año del siglo XVII y la pacificación de los chimila en la segunda mitad del siglo XVIII, los españoles impusieron su sistema sobre la población nativa, que consistió en la concentración de los indígenas y los arrochelados17 en pueblos, el pago de impuestos, la aceptación de la religión católica y el idioma español o castellano.
A estas alturas del documento surge la pregunta: ¿Por qué los indígenas de Santa Marta apoyaron a los españoles en la época de la Independencia? ¿Cuál fue el comportamiento de los mulatos?
La historia de la provincia muestra que en la segunda mitad del siglo XVIII y las dos primeras décadas del XIX las autoridades coloniales favorecieron en ocasiones los intereses de los indígenas, ante el avance arrollador de los hacendados locales. También debe tenerse en cuenta que la autoridad de los caciques cercanos al régimen fue respetada por el gobierno colonial. De acuerdo con Saether (2005, pp. 127-128), “aunque los caciques eran nombrados formalmente por las autoridades españolas, éstos debían acreditar que tenían derecho hereditario al título”. A diferencia de los resguardos del interior del virreinato, los indígenas de Santa Marta “mantenían el control sobre las instituciones políticas locales”. Esto jugó a favor de los españoles al momento de las lealtades de los indígenas de Santa Marta durante el período de la Independencia18.
Varios casos documentados respaldan las anteriores afirmaciones, pues en la última etapa del período colonial algunas querellas se resolvieron a favor de los indígenas de Santa Marta. José Francisco Núñez Dávila, dueño de la hacienda Santa Cruz de Papare, reclamó ante las autoridades coloniales la inclusión de 28 fanegas de tierras que se habían entregado a los indígenas de Ciénaga. En 1757 el virrey falló a favor de los cienagueros, asignándoles en total 5 caballerías, 44 fanegas y casi 10 almudes de tierra para la agricultura, pastos y salinas (Sánchez, 2012).
En 1810 surgió otro conflicto entre los indígenas de Ciénaga y Félix Palau, vecino de Cartagena y propietario de la hacienda San Antonio Rompedero de Pestagua. En verano los indígenas pasaban su ganado por tierras de Palau, el cual se quejaba porque no pagaban el servicio y el ganado dañaba sus potreros. Los indígenas argumentaban que el paso del ganado por la isla de Salamanca lo venían haciendo de tiempo atrás y, en contraprestación, en época de lluvias los ganados de la hacienda Rompedero utilizaban las tierras de los indígenas. También decían que, si no se permitía el paso de sus ganados por las tierras de Palau, se verían obligados a utilizar las tierras de cultivo ubicadas en El Palmar, sembradas con maíz, yuca y otros frutales, lo que podría originar desabastecimiento en Santa Marta. La decisión final de las autoridades coloniales fue a favor de los indígenas de Ciénaga, quienes podían pasar sus ganados por la isla de Salamanca (Sánchez, 2012).
De otra parte, está el conflicto entre los indígenas de Gaira y la familia Díaz Granados, una de las más poderosas y tradicionales de Santa Marta desde los primeros años de la Colonia. En 1771 el virrey ordenó se midiera y se entregara a los indígenas de Gaira “una legua en cuadrado de terreno útil” y que tuviera fuentes de agua. A pesar de la orden del virrey, el gobernador tardó 20 meses en iniciar el proceso que se siguió dilatando durante dos décadas, hasta que en enero de 1790 otro gobernador les otorgó a los indígenas las tierras “desde el cerrojo de la iglesia por cada lado, ya que no pueden recibir las tierras a la otra banda del río […] [seguir] el lindero antiguo, que corre desde el cerro de las Guacas, hasta el Horno, de cuyas tierras han tenido posesión antigua […]” (Sánchez, 2012, p. 275). Esta decisión se fundamentó en una medición de tierras que se había hecho casi medio siglo atrás, en 1744. Finalmente está el caso emblemático del conflicto entre los indígenas de Mamatoco y el coronel José Francisco Munive y Mozo. En 1810, en pleno fervor por el surgimiento de las Juntas de Gobierno, los mamatoqueros entablaron una querella por los límites de su territorio contra el coronel Munive, hombre prominente de la ciudad. Munive era propietario de la hacienda de caña y trapiche Santa Cruz de Curinca y miembro de la Junta Gubernativa, dentro de la cual era partidario de un gobierno más independiente. El caso quedó en manos del Oficial y Administrador de las Rentas Reales José María Martínez de Aparicio, quien conceptuó a favor de los indígenas.
Con este hecho y otros similares, tal como se mencionó anteriormente, los indígenas se empezaron a inclinar a favor de las autoridades coloniales locales en un momento tan decisivo como 1810. La decisión de Martínez de Aparicio fue estratégica para el apoyo de los naturales de Mamatoco al bando realista: por un lado, como oficial real éste no perdía nada, pero en cambio, se ganaba la confianza de los mamatoqueros, tan decisiva en esos momentos en que los dos bandos necesitaban las lealtades del común. Por el otro lado, lograba desprestigiar al patriota Munive ante los indígenas.
No hay que llamarse a engaños y pensar ingenuamente que los indígenas samarios vivían en condiciones de igualdad con los españoles. Lo que se quiere resaltar en esta sección es que los indígenas de esta zona del virreinato, una vez dominados por la fuerza o a través de alianzas en los siglos XVII y XVIII, aceptaron el sistema jurídico colonial y con el tiempo empezaron a conocerlo y aprovecharlo a su favor, en la medida de sus posibilidades.
Al momento de la Independencia, los indígenas se inclinaron por el sistema que conocían, el cual los había favorecido en algunas ocasiones, aunque en otros casos pasaron por interminables dilaciones, como queda demostrado en este capítulo. A los jóvenes que defendían la Independencia los veían con recelo, como impulsores de un nuevo régimen desconocido para los indígenas, que podría privarlos de los escasos beneficios conseguidos durante el período colonial. Esta fue la lógica de los indígenas de Santa Marta y Ciénaga, muy aferrados al territorio y a las creencias religiosas que muy bien supieron aprovechar las autoridades coloniales para su beneficio.
Estos argumentos han sido ignorados por algunos autores, quienes dan explicaciones de corte racista sobre la Independencia, aunque no lo hagan de manera explícita. Según esta corriente, los negros y mulatos fueron defensores de la independencia (Pedro Romero y sus lanceros de Getsemaní, así como “el mulato” José Padilla y sus infantes de marina) mientras los indios y zambos fueron tildados de ignorantes y sumisos, de fácil manipulación por parte de los realistas. Según esta explicación controvertida, Cartagena fue republicana por sus negros y mulatos, mientras Santa Marta fue monarquista por su población indígena y zamba.
Estos razonamientos se caen por su propio peso: el zambo José Padilla (hijo del negro libre Andrés Padilla y la indígena wayuu Josefina Lucía López) fue uno de los grandes héroes de la independencia, mientras el mulato Narciso Crespo fue el héroe de los realistas en Santa Marta. Así mismo, los paeces del Cauca y los malambos de Barranquilla fueron “indios patriotas”, mientras los mulatos y negros del Patía fueron férreos opositores a la Independencia. Ejemplos como estos son apenas una muestra de la inconveniencia de reducir la explicación de la Independencia a las condiciones raciales de las regiones.
En aquella época y circunstancia, José Padilla y Pedro Romero representaban una clase social emergente que, junto con los criollos, se levantaron en contra de los españoles, pero en condiciones diferenciadas: los criollos se convirtieron en la élite de la Independencia, mientras los pardos, aunque ascendieron socialmente, no llegaban a competirle a los primeros por los altos cargos.
Mulatos como Manuel Piar y José Padilla ascendieron en la jerarquía militar republicana hasta el grado de general, pero su condición étnica les generó resistencia dentro de la oficialidad blanca, mantuana o cachaca de la Gran Colombia. Bolívar siempre recordaba cómo en Venezuela la participación de negros y mulatos liderados por el español José Tomás Boves había dado al traste con los dos primeros intentos de república en Venezuela, entre 1812 y 1814. En 1817, Bolívar hizo fusilar al general pardo Manuel Piar, bajo el cargo de deserción y promover la guerra étnica en Venezuela: “la celeridad con se llevó el juicio y la ejecución de Piar mediaron otros elementos, principalmente el miedo a Haití, un fantasma que recorría el Caribe” (Conde, 2009, p. 183). Más tarde, en 1828, se ordenó el fusilamiento de Padilla, acusado de participar en un atentado contra Bolívar.
De acuerdo con Helg (2004) la condición de negro o mulato en el ejército patriota fue de menor prestigio que el de milicianos de color dentro del ejército realista. Luego de la Independencia y ante las dificultades de conseguir reclutas voluntarios, la mayoría de soldados del ejército libertador fueron campesinos e indígenas reclutados a la fuerza, con escasas posibilidades de ascenso dentro del estamento militar.
Los archivos muestran de manera explícita los temores que Bolívar, Santander, Montilla, Restrepo y otros próceres criollos tenían de un posible ascenso de la “pardocracia”, sistema de gobierno como el de Haití sustentado por el poder creciente de negros y mulatos. Era tal el temor hacia lo haitiano, que en 1824 un Consejo Extraordinario de Gobierno celebrado en Bogotá negó la posibilidad a Colombia de establecer relaciones con Haití. Así mismo, el gobierno colombiano, encabezado por Bolívar y Santander, organizó en 1826 el Congreso Interamericano de Panamá, al que fueron invitados todas las naciones del continente, con excepción de Haití (Helg, 2004).
Pese a lo anterior, la reivindicación racial en la Nueva Granada no fue un hecho de tal significancia como en Haití o incluso Venezuela. Thibaud (2003) precisa que “Sin duda es ésta una de las razones de la baja intensidad de las guerras de la Patria Boba. La pertenencia al pueblo […] fue fundadora de la identidad de los granadinos”. En estos casos se habla de una lealtad al pueblo, no tanto a las condiciones raciales o al grupo social, por lo que se considera más una rivalidad entre provincias que a diferencias ideológicas. Como ejemplos se tienen los enfrentamientos entre Santa Marta y Cartagena, Pasto y Popayán o Bogotá y Tunja, para solo citar algunos casos.
Las primeras juntas de gobierno
A nivel de las autoridades coloniales había temores por la propaganda libertaria procedente de otras regiones, las cuales ante la coyuntura de la invasión napoleónica a España reclamaban mayor autonomía. Palacios y Safford (2002) relatan que, en Quito y Caracas, los criollos conformaron sus Juntas de Gobierno en julio de 1809 y abril de 1810 respectivamente. Venezuela proclamó su independencia absoluta de España el 5 de julio de 1811, mientras en Cartagena se declaró el 11 de noviembre del mismo.
La Junta de Caracas envió emisarios a las otras ciudades de Venezuela, donde se organizaron juntas provinciales en Barcelona, Margarita, Barinas, Guayana, entre abril y mayo. Por su parte, Coro y Maracaibo se negaron a aceptar lo que disponía Caracas. La revolución empezó en las Colonias Españolas como un movimiento tímido que reclamaba mayor autonomía para los criollos en 1810 y desembocó en la Independencia absoluta de España entre 1819 y 1824.
A la Nueva Granada la formación de juntas llegó con cierto retraso, ya que la de Santa Fe apenas se instaló el 20 de julio de 1810, aunque para esa fecha ya se habían constituido las de Cartagena (10 de mayo), Cali, Pamplona y Socorro (3, 4 y 9 de julio respectivamente). También en Santa Marta se instaló una Junta Superior Provincial el 10 de agosto de 181019, a instancias de lo que había sucedido en Cartagena (véase Tabla 1).
Tabla 1.Junta Superior Provincial de Santa Marta, 10 de agosto de 1810 | ||||
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Nombre | Funcionario | Cargo en la Junta | Origen | Parentesco |
Víctor Salcedo | Gobernador | Presidente | España | Padre del Ten. José Salcedo, acusado de patriota |
José Francisco Munive y Mozo | Coronel de milicias | Vicepresidente | Santa Marta | Cuñando de Basilio García |
Dr. Antonio Viana | Teniente de Gobernador | Vocal nato | Honda | - |
Dr. Pedro Gabriel Díaz Granados | Arcediano de la Catedral | Vocal | Santa Marta | Cuatro sobrinos son de la Junta |
Pascual V. Díaz Granados | - | Vocal | Santa Marta | Sobrino de Pedro Gabriel |
Francisco Díaz Granados | Subteniente de milicias | Vocal | Santa Marta | Hermano de Pascual |
José Ignacio Díaz Granados | Subteniente de milicias | Vocal | Santa Marta | Sobrino de Pedro Gabriel |
Dr. Plácido Hernández | Provisor vicario capitular | Vocal | España | - |
Dr. Ramón de Zúñiga | - | Vocal | Santa Marta | Tío de Rafael, de la Junta |
Rafael de Zúñiga | Teniente coronel de milicias | Vocal | Santa Marta | Sobrino de Ramón |
Pedro Rodríguez | Tesorero Real Hacienda | Vocal | - | - |
José M. Martínez de Aparicio | Adm.Aguardientes y Naipes | Vocal | España | Padre de Miguel |
Miguel Martínez de Aparicio | - | Vocal | Río Hacha | Hijo de José |
José Sánchez y Gálvez | Contador principal de Aguardientes | Vocal | Campeche, México | - |
Basilio García | Oficial Real jubilado | Vocal | España | Suegro de Manuel Dávila y cuñado de José de Munive |
Manuel Dávila | - | Vocal | Cartagena | Hijo de Francisco Pérez Dávila. Yerno de Basilio |
Dr. Agustín Gutiérrez Moreno | Abogado | Vocal secretario | Santa Fe | - |
Dr. Francisco Jácome | - | Diputado del Cabildo de Ocaña | Ocaña | - |
Dr. Esteban Díaz Granados | Asesor del Cabido de Santa Marta | Diputado del Cabildo de la villa de Tenerife | Santa Marta | Sobrino de Pedro Gabriel |
José Antonio Pumarejo | - | Diputado del Cabildo de Valledupar | Valledupar | - |
Dr. Basilio del Toro Mendoza | Fiscal Interino de la Real Hacienda | Fiscal | - | - |
Fuente: Elaboración propia con base en Ministerio de Educación Nacional (2009, pp. 32-37) y Martínez y Gutiérrez (2010). |
Las Juntas de Cartagena y Santa Marta no entraron en grandes contradicciones en el segundo semestre de 1810: las dos ciudades fueron leales al Consejo de Regencia, al igual que Riohacha, hecho que las distanció de la Junta de Santafé. En 1812 llegó a Santa Marta ayuda militar tanto de Cuba como de Cádiz, lo que le permitió a esta provincia recuperar el control de la ribera oriental del río Magdalena. En efecto, como señala Albi (1990), ese año llegaron 308 soldados del Regimiento de 2° de Albuera enviados desde Cádiz, ciudad que en ese momento resistía el sitio impuesto por la invasión napoleónica (1810-1812). Ese mismo año se firmó la Constitución de Cádiz, popularmente conocida como La Pepa, promulgada por las Cortes Generales Españolas el 19 de marzo de 1812.
En el vecindario la situación se hacía aún más compleja. En Venezuela, luego de proclamar su Independencia absoluta de España en julio de 1811, se presentaron levantamientos y resistencia monarquista en Valencia, Maracaibo, Coro y Aragua. Esta contrarrevolución tomó forma y fuerza, al recibir apoyo de San Juan de Puerto Rico y Cádiz. En efecto, en marzo de 1812 zarpó de San Juan y desembarcó en las costas venezolanas el capitán Domingo Monteverde, con tres compañías de infantería española. Rápidamente y sin mucha resistencia doblegó a los patriotas, por lo que Venezuela retornó al Consejo de Regencia en julio de 1812. Ese primer semestre de 1812 fue de violencia extrema, al respecto, Segovia (2013) afirma que “Los sangrientos episodios de Venezuela se caracterizaron por la guerra viva, con ribetes de lucha de clases que se acentuaron después de la contrarrevolución de Monteverde”.
La derrota de los patriotas en Venezuela, puso en alerta a los cartageneros, quienes en el mismo año nombraron a Rodríguez Torices como Dictador de Cartagena. Pero esta situación tuvo su lado favorable para Cartagena y la causa de la Independencia: varios patriotas venezolanos y de otras nacionalidades que habían sido derrotados por Monteverde, fueron recibidos como refugiados en el Estado Libre de Cartagena durante el segundo semestre de 1812. Entre los refugiados se pueden mencionar algunos nombres como Simón Bolívar, Carlos Soublette, Mariano y Tomás Montilla, Pedro Gual, Manuel Palacio Fajardo, Miguel Carabaño, Pierre Labatut (francés) y Manuel Cortés Campomanes (español), entre otros.
Se radicalizan las rivalidades
Con la llegada de los militares venezolanos a Cartagena y la ayuda militar gaditana y cubana a Santa Marta, el conflicto entre las dos provincias aumentó su intensidad. A finales de 1812, el gobierno de Cartagena decidió emprender una campaña militar para liberar la ciudad de Santa Marta y su provincia de los realistas. Esta ofensiva fue encomendada al militar francés Pierre Labatut, quien salió de Cartagena en noviembre de 1812 al mando de 48 embarcaciones para el transporte de tropas, armas y víveres.
El coronel francés llevaba bajo sus órdenes al entonces coronel Simón Bolívar, recién llegado a Cartagena. Bolívar fue obligado por Labatut a quedarse con 30 soldados en el pequeño pueblo de Barranca, ubicado en el Bajo Magdalena. De manera inconsulta, el joven coronel Bolívar emprendió la campaña del Bajo Magdalena con la toma de Tenerife, hazaña que lo catapultó dentro de los militares patriotas tanto en Nueva Granada como en Venezuela. Luego siguieron la toma de Mompox y Tamalameque. Su rápida y exitosa campaña por el Bajo Magdalena, se covertiría en el preámbulo de la Campaña Admirable, en la que Bolívar se tomó Ocaña, Pamplona, Cúcuta y Caracas. En esta campaña, Bolívar tuvo la colaboración del joven militar cartagenero Juan Salvador Narváez, quien luego va a ser un destacado militar y diplomático durante los primeros años de la República20.
Por su parte, el 6 de enero de 1813 entraron triunfantes a Santa Marta las tropas del coronel francés Labatut al servicio del gobierno de Cartagena (Gaceta Extraordinaria de Cartagena de Indias, 1813; O’Leary, 1981). La llegada de Labatut generó una migración considerable desde Santa Marta hacia otras plazas realistas: en su huida hacia Portobelo, el Gobernador realista se llevó soldados, familiares y otros civiles en unas 16 embarcaciones. De acuerdo con Guerra (2010) y Correales (1883), para la misma época también llegaron a Santiago de Cuba al menos dos embarcaciones procedentes de Santa Marta con 115 personas, de los cuales 26 eran oficiales y soldados realistas. Por lo anterior, puede colegirse que de Santa Marta salieron por lo menos 700 personas para cuatro destinos en el Caribe como Panamá, Cuba, Jamaica o Riohacha. Estos emigrados correspondían a cerca del 25% de la población total de Santa Marta (Correales, 1883, pp. 854 y 863).
Mientras los realistas se refugiaban en Portobelo y otras ciudades realistas, Labatut se enseñoreaba en Santa Marta. Según Restrepo Tirado “no hubo exceso que no cometieran” sus soldados (1975, p. 529). El pillaje y las humillaciones a que sometió Labatut a los habitantes de Santa Marta, pudo ser un ingrediente más para que esta comarca continuara apoyando a las fuerzas realistas.
Los indígenas de mamatoco y el pacificador Morillo
Cuando las noticias de la ocupación de Santa Marta llegaron a Cuba, el capitán general Juan Ruíz de Apodaca organizó la retoma con una fuerza militar al mando del mariscal de campo Francisco de Montalvo, nombrado capitán general de la Nueva Granada, quien recibió poderes similares a los de un virrey (Cuño, 2008, 49; Guerra, 2010, p. 169). Restrepo Tirado (1975) y Seather (2005) relatan que el capitán general llegó a Santa Marta a finales de abril de 1813, pero ya desde el mes anterior los indios de Mamatoco y Bonda, encabezados por el cacique Antonio Núñez, habían expulsado a Labatut y su tropa, con el apoyo de algunos criollos adeptos a la monarquía. Sobre la reconquista de Santa Marta, como describe Guerra (2010), el Capitán General de Maracaibo le informó a Apodaca, su colega en La Habana: “Tengo el gusto de participar a V.S. la plausible noticia de la recuperación de la ciudad y plaza de Santa Marta verificada el 6 del corriente por los Naturales del pueblo de Mamatoco y los de Bonda […]” (p. 170). En consecuencia, siguiendo a Elías (2010b, 16), a su llegada a Santa Marta, el Capitán General Montalvo encontró la ciudad despejada de patriotas y contaba con el apoyo de tropas enviadas desde La Habana, Maracaibo y Cádiz, así como con recursos proporcionados por Panamá.
Al otro lado del océano, los españoles no se habían quedado quietos durante la ocupación francesa. Luego de la derrota de Napoleón en 1815, una de las primeras acciones del rey Fernando VII fue la reconquista de sus antiguas colonias americanas, para lo cual despachó un poderoso ejército de más de 10.000 hombres al mando del general Pablo Morillo. La expedición española desembarcó en Venezuela el 7 abril de 1815 y en julio del mismo año llegó a Santa Marta. En esta ciudad El Pacificador condecoró con una medalla de oro al cacique de Mamatoco Antonio Núñez, quien había expulsado con sus indios de Mamatoco y Bonda a las tropas de Labatud21. Al parecer la famosa medalla no fue más que un halago que el General Morillo le quiso hacer al veterano Cacique Núñez, ya que ésta nunca le fue entregada. Morillo dijo que la medalla venía en la embarcación que había naufragado antes de llegar a Venezuela.
Para Sourdis (1994), el siguiente paso de Morillo era tomar a Cartagena, ciudad amurallada donde se concentraba gran parte del espíritu republicano de la época. Por su parte, Segovia (2013), relata que la ciudad resistió heroicamente 105 días, hasta el 5 de diciembre de 1815, cuando embarcaron desesperadamente un grupo de dirigentes venezolanos y criollos con rumbo a Jamaica y Haití. Por su parte, Cuño (2008) reseña que cuando entraron triunfadores los realistas el 6 de diciembre, la ciudad había acumulado durante el bloqueo cerca de 6.000 muertos por el hambre, las enfermedades y la guerra, lo que equivalía a un tercio de su población.
Criollos y extranjeros en la etapa final de la independencia
La derrota de Napoleón generó dos consecuencias directas sobre Hispanoamérica: la expedición de Pablo Morillo para la Reconquista de las antiguas colonias españolas y la llegada de legionarios británicos para enrolarse en el ejército patriota. En efecto, la derrota de Napoleón en 1815 disolvió la alianza entre Inglaterra y España, por lo que la primera se vio en libertad de apoyar la Independencia de las colonias hispanoamericanas.
Derrotados los patriotas en Cartagena y toda la Nueva Granada en 1815, los puntos de encuentro para los expatriados fueron las islas de Jamaica y Haití. En esta última, el presidente Alexander Petion ofreció a Bolívar y demás patriotas recursos importantes para emprender una campaña libertadora en Tierra Firme. Además de Petion, colaboraron en esta empresa los comerciantes Robert Sutherland, Luis Brion (también armador) y Juan Bernardo Elbers. Las primeras campañas navales de los patriotas se registraron en 1816, logrando romper el cerco español sobre la isla Margarita. De modo que, haciendo referencia a lo postulado por Conde y Helg (2011), en estas batallas salieron triunfantes los patriotas, por lo que Bolívar les confirió el ascenso tanto a Luis Brion como a José Padilla.
Al terminar las guerras napoleónicas, el ejército libertador recibió miles de legionarios extranjeros, principalmente británicos, irlandeses, franceses y alemanes. De acuerdo con Hasbrouck (1969), entre 1818 y 1821 llegaron a la isla de Margarita (Venezuela) cerca de 4500 combatientes de la Legión Británica y más de 2000 de la Legión Irlandesa. Antes de llegar a Margarita, por lo general, estas embarcaciones hacían escala obligada en la isla sueca de San Bartolomé: “La primera expedición de voluntarios ingleses e irlandeses llegó a San Bartolomé a principios de 1818 y las operaciones de trasbordo a barcos (patriotas) fueron supervisadas por el almirante Luis Brion” (Viloria, 2005, p. 14). En diciembre de 1819, Bolívar nombró a su amigo y compatriota Mariano Montilla comandante del ejército libertador del litoral Caribe neogranadino.
Durante el mismo año, se organizó la primera expedición de mercenarios extranjeros sobre el Caribe Grancolombiano, que buscaba liberar de España este territorio que sería integrado a la naciente república de Colombia. Esta expedición fue encabezada por el inglés Gregor McGregor, quien en abril de 1819 intentó tomarse Portobelo, esta resultó un desastre militar para los mercenarios patriotas. Luego, en octubre del mismo año McGregor al mando de 300 mercenarios se tomó la ciudad de Riohacha, que quedó a merced de los extranjeros, quienes la saquearon e incendiaron. A este respecto, Lecuna (1950) expone que, ante los desmanes de los ingleses e irlandeses, los habitantes de Riohacha, en alianza con los indígenas wayuu, se enfrentaron a los mercenarios, los persiguieron y le dieron muerte a cuchillo: de los 300 asaltantes, apenas 46 se salvaron.
Entre el intento fallido de la toma de Portobelo y el incendio de Riohacha por parte de McGregor, entre abril y octubre de 1819, Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander planificaron la liberación de la Nueva Granada. De acuerdo con la Constitución de Angostura firmada el 15 de febrero de 1819, la República de Colombia estaría constituida por Venezuela, Nueva Granada y Quito, una vez liberado estos territorios. Se inicia así la marcha de las tropas libertadoras, que partiendo de los Llanos del Casanare ascienden la cordillera de los Andes y libran la Batalla de Boyacá, de la cual salen victoriosos el 7 de agosto de 1819. En diciembre del mismo año, todavía en Angostura, Bolívar planeó la liberación del Litoral Caribe.
La segunda expedición naval sobre costas neogranadinas o grancolombianas la organizó el entonces coronel venezolano Mariano Montilla, quien, siguiendo instrucciones de Bolívar, se alistó en la isla Margarita con 261 legionarios irlandeses (O’Connor, 1915; Cochrane, 1994; McGinn, 1991). En ese momento la situación era crítica en la isla, por la falta de alimento y medicina, la proliferación de enfermedades y muerte, lo que llevó a desórdenes y deserciones por parte de la tropa superviviente. Las dificultades se complicaban aún más por la incomunicación entre su comandante y la tropa: el primero no hablaba inglés y los segundos no hablaban español, por lo que era necesario siempre la intermediación de un traductor.
O’Connor (1915) relata que las tropas al mando de Montilla desembarcaron en Riohacha el 12 de marzo de 1820 y una vez en esa ciudad se internaron tierra adentro hasta llegar a Valledupar. A su regreso hacia Riohacha los hombres de Montilla, junto con el contingente organizado por el capitán José Padilla, enfrentaron a los españoles en el combate de Laguna Salada, de la cual salieron victoriosos los patriotas. Ante la inconformidad por la falta de paga y la escasez de agua, el 4 de junio de 1820 los irlandeses se amotinaron, se emborracharon con el licor robado a los riohacheros e incendiaron la misma ciudad que cinco meses atrás había sido destruida por los mercenarios ingleses al mando de MacGregor. Los irlandeses amotinados fueron expulsados por Montilla del ejército libertador y remitidos a Jamaica.
Luego del segundo incendio de Riohacha, Mariano Montilla y los otros oficiales con su tropa salieron de la ciudad y se tomaron el muelle de Sabanilla, el 11 de junio de 1820, con cerca de 210 hombres, de los cuales 60 extranjeros, en su mayoría ingleses e irlandeses. Para esta época Bolívar llegó a Barranquilla y se reunió con Montilla y los demás comandantes que operaban en la zona del Bajo Magdalena para instruirlos sobre sus prioridades en las provincias del litoral: el primer objetivo era asegurar el control del río Magdalena; el segundo, ocupar la ciudad de Santa Marta y su provincia, luego bloquear la ciudad de Cartagena y, por último, lanzar la campaña contra Maracaibo.
Montilla dispuso que el ataque para liberar Santa Marta fuera por todos los frentes. En la campaña final contra Santa Marta, las tropas libertadoras se enfrentaron a los realistas en la batalla de Ciénaga, de la cual salieron victoriosos los primeros el 10 de noviembre de 1820. Esta fue una de las contiendas más sangrientas de la Independencia, al dejar en el campo de batalla cerca de 700 muertos, la mayoría indígenas que luchaban del lado realista22.
Tabla 2. Algunas batallas de la Independencia de la Gran Colombia por número de bajas | ||||
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Nombre de la batalla | Fecha | Número de muertos en combate | ||
Ayacucho, Perú | 9 de diciembre de 1824 | 687 | ||
Ciénaga, Colombia | 10 de noviembre de 1820 | 661 | ||
Pantano de Vargas, Colombia | 25 de julio de 1819 | 620 | ||
Carabobo, Venezuela | 24 de junio de 1821 | 601 | ||
Junín, Perú | 6 de agosto de 1824 | 395 | ||
Bomboná, Colombia | 7 de abril de 1822 | 368 | ||
Boyacá, Colombia | 7 de agosto de 1819 | 113 | ||
Subtotal 7 batallas | - | 3.504 | ||
Fuente: El autor, con base en Henríquez (1920). |
Según el Archivo General de la Nación (1821), el 11 de noviembre de 1820 entraron victoriosas a Santa Marta las tropas libertadoras, encabezadas por los coroneles José María Carreño, José Padilla, Hermógenes Maza y José María Córdova, así como por el almirante Luis Brión. En la batalla de Ciénaga, donde participaron cerca de 4.000 combatientes, Granados (1975) rastreó apenas los nombres de 92 de ellos, la mayoría desconocidos. De éstos, 30 nacieron en el exterior, 29 en el Caribe neogranadino (provincias de Cartagena y Riohacha) y 25 en el resto de la Nueva Granada (sin las provincias del Caribe).
Una vez liberada la plaza de Santa Marta, el coronel José Padilla y otros militares recibieron la misión de trasladarse a Cartagena, plaza que seguía en poder de los españoles. Después de un bloqueo de 15 meses (julio de 1820 – octubre de 1821), las tropas libertadoras entraron a Cartagena el 10 de octubre de 1821. Las tropas y los oficiales realistas evacuaron la ciudad rumbo a La Habana, por acuerdo honorable entre las partes.
Luego de liberada Santa Marta y Cartagena, el siguiente paso era Maracaibo El general mulato José Padilla se llenó de gloria en la batalla naval del lago de Maracaibo, acción ocurrida el 24 de julio de 1823, liberando esa ciudad y a Venezuela definitivamente de las tropas españolas.
En Santa Marta, Cartagena y todo el Caribe grancolombiano la Independencia se consolidó de la mano de militares y políticos extranjeros. Durante la guerra de Independencia y primeros años de la República, los altos mandos militares y políticos en las provincias del Caribe colombiano fueron oficiales de diferentes nacionalidades, en su mayoría venezolanos, aunque éstos últimos formaron parte de la Gran Colombia hasta 1830: Montilla, Soublette, Lara, Carreño, Jiménez, Clemente, Valdés, Bermúdez, Luque, Carmona, Gual (venezolanos), O’Connor, Sander, Chitty, Illingroth (británicos), Aury, Rieux, Reimbold, Vincendon (franceses), Sardá, Clemente (español), Brion (curazaleño), Rasch (alemán), Martin (polaco), Carbonó (italiano) y Adlercreutz (sueco), entre otros (Viloria, 2015).
En la sola campaña libertadora del Bajo Magdalena, desarrollada en las provincias de Cartagena, Santa Marta y Riohacha entre 1820 y 1821, participaron cerca de 240 oficiales vinculados al ejército y la marina colombiana, de los cuales el 30% eran de otras nacionalidades, en su gran mayoría, de origen venezolano (Presidencia de la República de Venezuela, 1982).
Comentarios finales
En Santa Marta, Cartagena de Indias y la Nueva Granada en general, la década entre 1810 y 1820 estuvo marcada por el enfrentamiento entre dos bandos que luchaban por objetivos diferentes: los que querían conservan el antiguo régimen y aquellos que luchaban por alcanzar un nuevo sistema político.
Las fuerzas realistas de Santa Marta la conformaban en su mayoría los comerciantes y funcionarios españoles asentados en la ciudad, muchos de ellos catalanes, así como los indígenas de Ciénaga, Mamatoco y Bonda principalmente. Los indígenas apoyaron el sistema monárquico y lucharon a su favor, como una manera de aferrarse a lo establecido, ante los temores de un nuevo régimen que podría hacerles perder los escasos logros alcanzados dentro del Antiguo Régimen.
Lo que sucedía en Europa repercutía en estos territorios de ultramar, sus colonias o antiguas colonias. Así, la invasión a España por parte de Napoleón generó una agitación política y social que dio como resultado la conformación de las Juntas de Gobierno en todo el territorio hispanoamericano, entre 1810 y 1814. Luego, la derrota de Napoleón en 1815 generó dos consecuencias directas sobre Hispanoamérica: la expedición de Pablo Morillo para la Reconquista de las antiguas colonias españolas y la llegada de legionarios británicos para enrolarse en el ejército patriota.
De otra parte, la derrota de Napoleón también generó el fin de la alianza de Inglaterra con España, por lo que la primera se vio en libertad de apoyar a los ejércitos rebeldes en las colonias españolas. A partir de 1816, se constituyó un nuevo ejército disciplinado y jerarquizado al mando de Simón Bolívar, empezó a romper el equilibrio en 1819, con el triunfo sobre los realistas en las batallas de Boyacá (7 de agosto de 1819), Carabobo (1821), la toma de Cartagena en 1821, la batalla del lago de Maracaibo en 1823 y la campaña del Sur que finalizó con el triunfo en 1824. En esta nueva etapa de la Independencia se había pasado de una guerrilla local a un ejército regular con presencia en todo el territorio, con el cual se buscaba formar una identidad nacional.
Con su tropa mayoritariamente venezolana y anglosajona, Bolívar organizó la estrategia de guerra para las provincias del litoral Caribe, al mando del coronel Mariano Montilla: el primer objetivo militar era asegurar el control del río Magdalena; luego tomarse Santa Marta, después bloquear la ciudad de Cartagena hasta su rendición y por último lanzar la ofensiva contra Maracaibo. Esta campaña fue muy efectiva y se realizó tal como lo había planeado Bolívar entre 1820 y 1823.
La historia de Santa Marta muestra que fue en principio una ciudad y provincia mayoritariamente realista, hasta cuando fueron derrotados los partidarios del rey en 1820. En la década siguiente la ciudad fue abiertamente bolivariana, por la proximidad de dirigentes venezolanos y de otras nacionalidades adeptos a Bolívar como Montilla, Carreño, Sardá, De Mier, Ujueta y Maza, entre otros, así como el hecho mismo de su muerte ocurrida en la ciudad (Viloria, 2002). Luego de la muerte de Bolívar, la ciudad y el país en general pasaron a perseguir y expulsar a sus copartidarios, imponiéndose la corriente santanderista (seguidores del general Santander) o anti-bolivariana.
En síntesis, el tema del realismo en Santa Marta ha sido analizado de tiempo atrás con los prejuicios propios del patriotismo decimonónico. Con este capítulo se buscó llegar un poco más allá de las conclusiones tradicionales, para entender mejor la historia económica y política de Santa Marta y el Caribe colombiano durante el período de la Independencia.
Notas
16 El situado era una transferencia de recursos fiscales que durante el período colonial se enviaba desde las cajas reales más dinámicas de los virreinatos españoles, hacia aquellas plazas que tenían que construir o mantener las defensas militares de las colonias (Meisel, 2003).
17 Durante el período colonial la “rochela” era el caserío donde vivía población libre de todos los colores (los arrochelados) como mulatos, mestizos, negros libres, zambos y blancos pobres. Estas poblaciones estaban alejadas de las ciudades y villas coloniales, por lo que su autoridad no llegaba hasta aquellos lugares apartados. Para una mayor información sobre las rochelas, véase: Herrera, M. (2002).
18 La familia Núñez ejerció el cacicazgo en Mamatoco por lo menos desde los primeros años de la Colonia. En 1743 el cacique era Luís Núñez y su hijo, el capitán Cosme Núñez (Saether, 2005, pp. 127-128).
19 Además de los miembros del Ayuntamiento y los posesionados, el Acta fue firmada por los vecinos presentes en la Junta: Salvador Vives, Silvestre Díaz Granados, Pablo de Oligós, Juan J. Ujueta, Nicolás Viloria, Lázaro de Robles, Abdón Altafulla, Leandro Jiménez, Agustín J. de Sojo, Juan B. Núñez, Manuel González, Claro Medina, Blas Noriega, Hipólito Ibarra, José Almanza y Francisco de Hita. Ministerio de Educación Nacional (2009, pp. 32-37) y Martínez y Gutiérrez (2010).
20 Juan Salvador era hijo del ilustre militar e ingeniero cartagenero Antonio de Narváez y La Torre, gobernador de Santa Marta, Rio Hacha, Panamá y Cartagena, así como firmante del Acta de Independencia de esta última ciudad el 11 de noviembre de 1811 (Ortiz, 2010). El 22 de enero de 1813, el mayor general J. S. Narváez firma una carta desde el “Cuartel General de Ocaña Independiente”, en la que relaciona las victorias de Simón Bolívar en Zapote (Zispata) y Mancomoján en las Sabanas; en Sitionuevo, Platanal, Guáimaro, Cerro de San Antonio y Tenerife, así como la toma de Guamal, El Banco, Chiriguaná, Tamalameque y Puerto Nacional (actual Gamarra), en el Bajo Magdalena; también la toma de Ocaña, la población más importante al sur de la Provincia de Santa Marta (Corrales, 2011, 870-871).
21 En 1804 el cacique Antonio Núñez tenía 59 años, por lo que a la llegada de Morillo en 1815 debía tener 70 años. (Archivo General de la Nación, 1804; Bermúdez, 1997, 72).
22 En la batalla de Ciénaga los realistas tuvieron las siguientes bajas: 621 muertos, 257 heridos y 633 prisioneros. Por su parte los patriotas tuvieron 40 muertos y 114 heridos. Al sumarle las bajas de los combates previos en Fundación, el número de muertos asciende a 720 y los heridos a 431 (Blanco y Azpurúa, 1977; Lecuna, 1950).
Referencias
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