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ISBN (digital): 978-958-8994-81-9 2019
Capítulo de Investigación
3
Ceremonias festivas y fúnebres en honor a los miembros del Ejército Libertador en el Caribe Neogranadino después de los hechos de 1819
Sociólogo; magíster en Educación-Filosofía Latinoamericana; magíster en Historia de América Latina. Mundos Indígenas; doctor en Historia, Universidad Pablo de Olavide, Sevilla, España; docente ocasional de la Universidad del Magdalena.
Rey-Sinning, E. (2019). Ceremonias festivas y fúnebres en honor a los miembros del Ejército Libertador en el Caribe Neogranadino después de los hechos de 1819. En 1819 y construcción del Estado-Nación en Colombia (pp. 67-110). UAN, Editorial Unimagdalena, Editorial Uniagustiniana, & UAO.
Preliminares: los patriotas también celebran
Se ha repetido muchas veces que la conquista española trajo consigo todo su armario cultural y religioso a América. Prueba de ello es el carnaval, una de las tantas fiestas profana/religiosas y demás celebraciones populares y de las elites que se vivieron con emoción en nuestro continente. De todos esos fastos se da cuenta en los documentos consultados en el Archivo General de Indias y en el Archivo General de la Nación, entre otros.
Adicionalmente, desde el siglo XVII se celebraron en Santa Marta y Cartagena las llamadas “ceremonias regias”, es decir, fiestas ordenadas por las cortes españolas para celebrar eventos tales como la proclamación de un rey o las honras fúnebres a la muerte del monarca; la preñez de la reina, el nacimiento de un infante o una infanta, el matrimonio de familiares de la familia real o la realización de exequias por la muerte de un familiar o un allegado a las cortes. Igualmente, la Corona exigía celebrar los triunfos por la victoria de las armas de Su Majestad, como sucedió en 1808, cuando el ejército español derrotó a las tropas napoleónicas el 19 de julio, en la célebre batalla de Bailén. Al ser notificadas las autoridades de Santa Marta sobre este suceso, los regocijos se sintieron en toda la ciudad:
Con este motivo se celebraron en Santa Marta, a principios de febrero de 1809, grandes festejos con misa solemne, tedeum, repiques de campanas e iluminaciones. Los miembros del Ayuntamiento renovaron sus votos de fidelidad y sumisión y concurrieron en medio del entusiasmo del pueblo a todos los actos públicos. A renglón seguido se hizo un novenario, sacando la virgen [Santa Marta] en procesión para pedir el triunfo de las armas españolas. (Restrepo Tirado, 1953, pp. 303-304)
Así como sucedió en Santa Marta y Cartagena, es posible que aconteciera en otras ciudades, no solo del Nuevo Reino de Granada, sino en todas las capitales provinciales y de los virreinatos en Hispanoamérica.
Igual sucedió en la ciudad de Santa Marta con las juras de la Constitución de Cádiz en 1812, donde se permitieron todo tipo de regocijos: hubo misa cantada, tedeum, asistieron todas las autoridades civiles, eclesiásticas, el tribunal en pleno y los miembros de la elite samaria. El acto religioso se efectuó en la iglesia de los predicadores. La misma escena se repitió en Riohacha y Chiriguaná, ciudades pertenecientes a la provincia de Santa Marta. También se juró la Constitución de Cádiz en Panamá, Portobelo y otras ciudades en el Caribe neogranadino, exceptuando Cartagena de Indias, pero sus autoridades enviaron representantes a las cortes en Cádiz para ventilar los asuntos políticos de esa provincia (Gutiérrez y Martínez Garnica, 2008).
Ahora bien, la Constitución de Cádiz se publicó el 19 de marzo de 1812. Al año siguiente, las Cortes de España ordenaron que, a partir de 1813, se festejara ese día con “besamanos e iluminaciones, galas, salvas de artillería y tedeum el aniversario del día en que se publicó la constitución política de la Monarquía Española” (Archivo Histórico de la Diócesis de Santa Marta [AHDSM], 1813, ff. 219-220). Estas órdenes sucedieron mientras Santa Marta estuvo tomada por el soldado francés Pierre Labatut en nombre de las autoridades cartageneras. El rey Fernando VII insistió, en 1815, solicitándole a todas las autoridades del Nuevo Reino de Granada que “en todas las iglesias de mi monarquía se cante un solemne Te Deum con asistencia de los cuerpos y comunidades que lo tengan de costumbre en las iglesias catedrales” (AHDSM, 1815, ff. 183-184); pero el festejo lo trasladaron para el 24 de marzo, fecha en la que el monarca volvió al trono.
A las fiestas religiosas colectivas trasplantadas desde España, se le sumaron las nuevas fiestas políticas y cívicas de la época de la República, aunque muchas de las antiguas celebraciones impuestas a la sociedad samaria en el siglo XVIII perduran en el espíritu festivo de sus pobladores. En particular en Santa Marta, a la alegría del ser caribe se le unirá un renacer de la actividad portuaria, dinámica comercial que generará mayores ingresos y el mejoramiento de la calidad de vida de sus habitantes. Los festejos populares, religiosos y patrióticos estaban al orden del día, originando una cultura festiva, rica en expresiones culturales y espirituales que involucraban a todos los estratos socioeconómicos.
En general, las provincias neogranadinas en el Caribe jugaron un papel importante en la conformación de la nueva nación. Por ello, las celebraciones conmemorativas de los triunfos en el campo de batalla, las juras de nuevas constituciones y las honras fúnebres de los patriotas caídos en combate por la independencia fueron realizadas, según lo ordenado, desde los poderes Legislativo y Ejecutivo. Pero Santa Marta tuvo dos conmemoraciones únicas: los funerales del Libertador Simón Bolívar (1830) y la ceremonia de exhumación y repatriación de sus restos a Venezuela (1842).
Ese protocolo heredado de la Colonia fue asumido por los nuevos dirigentes políticos que reemplazaron al virrey, a la Real Audiencia y a las otras autoridades civiles, militares y eclesiásticas que sustituyeron su discurso de sumisión a la monarquía por uno que enalteció el espíritu independentista y la causa republicana. Desde 1819, las nuevas autoridades constituidas en San Fe de Bogotá tuvieron presentes los triunfos de los patriotas en las batallas del Pantano de Vargas (25 de julio de 1819) y del Puente de Boyacá (7 de agosto de 1819), esta última muy significativa para la derrota definitiva de los ejércitos borbones en el territorio del Nuevo Reino de Granada. Conociendo la importancia del hecho político-militar de las tropas patrióticas encabezadas por el general Simón Bolívar, presidente de la naciente república, la Asamblea de Cundinamarca ordenó que el pueblo de Santa Fe de Bogotá realizara la primera celebración republicana en honor al Libertador y a su ejército vencedor. Ese fue, sin duda, el inicio de una cadena de triunfos en batallas en los hoy conocidos como países bolivarianos (Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Panamá y Bolivia). Esos triunfos fueron motivo para que el congreso de la naciente república (La Gran Colombia) exaltara la memoria de los vencedores en las batallas realizadas para liberar al continente americano de la presencia española.
Los documentos consultados muestran un sinnúmero de festejos a lo largo y ancho de las provincias de la Nueva Granada, Ecuador y Venezuela. Por supuesto, ciudades como Santa Marta y Cartagena (sobre todo esta última) celebraron varias de las ceremonias que se ordenaron. Cartagena fungía como la capital del departamento del Magdalena, integrado por las provincias de Cartagena, Santa Marta y Riohacha, lo cual le permitió cumplir un papel protagónico en la construcción de nuevos símbolos que reemplazaran a los del antiguo régimen en el imaginario de cartageneros, samarios, riohacheros, valduparenses, ocañeros y otros pueblos del caribe neogranadino. No obstante, Santa Marta, que mantenía cierta rivalidad con Cartagena, siguió celebrando las liturgias católicas y las nuevas liturgias republicanas como en el pasado reciente.
A lo largo de este trabajo, se dará cuenta de los fastos que se organizaron en las ciudades de Cartagena y Santa Marta entre 1819 y 1830 con motivo de conmemoraciones patrióticas por el triunfo de las armas de los ejércitos libertarios. Asimismo, las juras, las fiestas en homenaje a San Simón, patrono de Simón Bolívar, y las honras fúnebres en honor a los soldados caídos en combate en las batallas libradas contra el ejército realista, incluidas las que organizó Santa Marta en 1830, al morir el Libertador Simón Bolívar.
Las nuevas fiestas republicanas se incluirán en el nuevo calendario festivo de la nación y seguirán siendo recordadas cada año. Son conmemoraciones ordenadas mediante normas que establecen los órganos del poder con sede en Bogotá y replicadas en todo el territorio. Guardaban similitudes con las fiestas que antaño se hacían para celebrar el poder de la Corona española.
La fiesta en la república temprana se apropió de las celebraciones típicas del mundo antiguo y colonial, dándoles nuevos sentidos, sustituyendo las rogativas por la victoria del Rey por aclamaciones a los vencedores en las batallas de la independencia; recibiendo a los Libertadores como otrora recibían a las autoridades reales y celebrando sus cumpleaños como antes se hacía con los cumpleaños de la familia real. (Bridikhina, 2013, p. 106)
Con el correr de los años, Cartagena y Santa Marta institucionalizaron liturgias patrióticas que recordaran la participación de sus habitantes en las tempranas guerras de la Independencia. Cartagena festejará el 11 de noviembre, fecha en la que pueblo forzó a las elites locales a romper vínculos con la Corona. Por el contrario, solo hacia la mitad del siglo XIX, Santa Marta fijó la fecha del 11 de febrero, el día en que el cabildo de la ciudad, en 1813, rechazó la intromisión y el vasallaje de las autoridades cartageneras, y días más tarde, el pueblo samario expulsó a Pierre Labatut. Esa decisión desconoció los acontecimientos del 10 de agosto de 1810, cuando fue organizada la Junta Superior Provincial de Santa Marta, siguiendo la tónica de otras ciudades de la Nueva Granada ante el vacío de poder en España.
Fastos por los triunfos en el campo de batalla
Si bien la conocida Ley Emiliani (Ley 51 del 22 de diciembre de 1983) trasladó los días festivos para el siguiente lunes, el 7 de agosto, cuando se conmemora el aniversario del triunfo de las armas patrióticas contra el ejército realista, no sufrió ninguna modificación; así mismo le sucedió al 20 de julio. Empero, el 11 de noviembre sí fue trasladado, aunque, en los últimos años, la administración del distrito de Cartagena ha recuperado la fecha y los festejos se realizan el día 11 y no el lunes siguiente, así la ley lo señale.
Estas celebraciones, que inicialmente tuvieron un carácter local, luego adquirieron categoría nacional y fueron agregados como “días de fiestas” o días festivos, en el lenguaje popular. De tal manera que hoy toda la República de Colombia conmemora los acontecimientos políticos de ese lejano 20 de julio de 1810 en la capital del Virreinato de Nueva Granada, Santafé de Bogotá. Igual acontece con el 7 agosto de 1819, la batalla de Boyacá, que selló el inicio del fin del dominio español en estas tierras americanas.
La primera gran celebración fue la fiesta de El Triunfo, en homenaje al Libertador Simón Bolívar, por las victorias obtenidas en el Pantano de Vargas, hoy corregimiento de Paipa, Boyacá, y en la batalla del Puente de Boyacá. La fiesta del “trionfo” posee como símbolo esencial el carro, práctica que “procede del antiguo triunfo de los emperadores romanos” (Burckhardt, 1982, p. 323). Quien decidió rendir el homenaje fue la Asamblea de Cundinamarca, que tenía su sede en Santa Fe de Bogotá. Si bien es cierto que las tropas españolas solo van a salir del territorio el 10 de octubre de 1821, los ánimos y los aires independentistas inundaban la sociedad neogranadina. Todavía en 1819, España tiene el control de vastos territorios, y los patriotas se mueven buscando la forma de expulsar del país a los invasores.
Los resultados de esas victorias patriotas originaron fastos que se convirtieron en símbolos de la nueva república. Batallas como la de Boyacá (Colombia), Carabobo (Venezuela), Junín y Ayacucho (Perú) fueron significativas para lograr la independencia de las seis repúblicas, incluida Panamá, liberadas por Simón Bolívar del yugo español. Como homenaje a esa heroicidad, el Congreso de Colombia decretó honores a él y a su ejército. En las ciudades del Caribe, después de la salida del ejército realista de Cartagena, varias de esas celebraciones se organizaron siguiendo las orientaciones emanadas de la capital, como lo registró la prensa local.
En primer lugar, la celebración por los dos triunfos claves para la independencia de Hispanoamérica: Pantano de Vargas y Puente de Boyacá, que tienen un profundo valor simbólico para la historia nacional e hispanoamericana. El gobernador José Tiburcio Echeverría, de la provincia de Cundinamarca, convocó una asamblea en el Colegio Mayor de San Bartolomé el 9 de septiembre de 1819, a la que asistieron los miembros de “los Tribunales Civiles y Eclesiásticos, Corporaciones y personas notables, y habiéndolo ejecutado; verificada la reunión en la Sala Rectoral del Colegio Mayor de San Bartolomé, compuesta del mismo Sr. Gobernador, del Tribunal de Justicia, Cabildos Eclesiástico y Secular, Director General de las Rentas, Ministro del Tesoro público, Prelados de las Comunidades, Curas Rectores de las Parroquias con el demás Clero, y las personas notables” (Gazeta extraordinaria de Santafé de Bogotá, 1819, p. 48) de Santa Fe de Bogotá. Allí se aprueba, a instancia del señor gobernador, rendir un homenaje merecido al Libertador Simón Bolívar y a su ejército vencedor.
Echeverría inició la asamblea con un discurso que destacó el valor y arrojo de Bolívar y su ejército. Al final del mismo, afirma con contundencia:
La fuerza íntegra que oprimía a nuestra Patria, que tuvo el arrojo de medirse con el Ejército Libertador, o fue destruida, o quedó prisionera. Jamás ha presentado la Historia una victoria más decidida, ni un suceso más feliz en las Campañas. Jamás se presentará a la Nueva Granada un objeto más digno de nuestra admiración, de nuestra gratitud y reconocimiento. ¿Pero de qué modo podremos manifestarnos dignamente, haciendo salir fuera de nosotros mismos estos sentimientos, para que ese ejército de héroes que han peleado por nuestra Libertad, con un valor sin ejemplo, queden persuadidos de que ya que no podemos recompensar, bienes tan inapreciables, sabemos por lo menos reconocerlos? No es posible encontrar, Señores, ni palabras que expliquen adecuadamente el beneficio de que somos deudores, ni honores, ni premios que satisfagan nuestra gratitud. Es sin embargo de nuestro deber hacerlo en lo posible y al intento, he convocado esta respetable Asamblea, para que impuesta del objeto de su reunión, discuta, medite y acuerde lo conveniente, exponiendo cada individuo de los que la componen, su dictamen con entera franqueza y libertad. Yo voy a manifestar mis ideas en la materia, esperando que mis Conciudadanos les den impulso, las ilustren y reformen. (Acta de la asamblea popular…, 1819, p. 49)
Terminado el discurso, le solicitó al secretario de la asamblea que leyera su propuesta de siete puntos, que después de ser discutidos y examinados por los asistentes, fueron aprobados en su totalidad. En los mismos se expresa con mucha precisión el mensaje enviado a todos los neogranadinos del reconocimiento y los honores que se deben rendir a quienes dieron su vida por la libertad.
Al revisar el articulado aprobado, es taxativo que lo expresado en el primer capítulo, donde la asamblea “declara solemnemente […] que los guerreros que en la inmortal jornada de Boyacá destruyeron la fuerza de nuestros tiranos, son libertadores de la Nueva Granada” (González Pérez, 1995, p. 55), es el acto de creación de una fiesta. Los neogranadinos no olvidarán a los verdugos y recordarán perennemente a los héroes nacionales que lucharon ese día.
Para que quedara claro el reconocimiento que la Asamblea de Cundinamarca hizo al Libertador y a los miembros del ejército patriótico, el artículo segundo del Acta de la asamblea popular presidida por el gobernador político de Bogotá, para acordar los honores que se habían de rendir a Bolívar, a sus generales y a las tropas liberadoras, estableció:
[…] decreta al Excmo. Señor Presidente y General en jefe de los Ejércitos de la República SIMÓN BOLÍVAR, un triunfo solemne y una Corona de Laurel, que le será presentada a nombre de la ciudad por una diputación de señoritas jóvenes. Otra comisión arreglará los preparativos y solemnidades necesarias. (Acta de la asamblea popular…, 1819, p. 50)
En el tercer artículo se decreta:
Todos los individuos que se hallaron en aquella gloriosa batalla y los ilustres heridos que por haberlos sido en las precedentes no pudieron combatir en la última llevarán por insignia al pecho una cruz pendiente de una colonia verde con el mote: Boyacá. Las del Excmo. Sr. Presidente y de los Señores Generales de División, Anzoategui, Santander y Soublette, serán de piedras preciosas; las de toda la oficialidad, de oro; y las de los soldados, de plata. (Acta de la asamblea popular…, 1819, p. 50).
Es claro el mensaje de los legisladores cundinamarqueses al comprender el acto sublime del triunfo en Boyacá y el papel de los soldados, los hombres que van al campo de batalla a pie y posiblemente mal trajeados, de los que normalmente nadie habla ni escribe: los subalternos, como lo definiría Antonio Gramsci (1970). Sin duda, la decisión obedece al sentir de los cundinamarqueses por su ejército triunfador, que los liberó del yugo español: ya no serán más vasallos ni súbditos de la monarquía española, en cabeza de Fernando VII. El resto del articulado decide varios aspectos atinentes a los actos que deben realizarse, la construcción de algunos emblemas efímeros que se colocaron cerca de San Victorino y los lugares por donde pasó el desfile.
El artículo 6° ordena: “El día siete de agosto de todos los años, se celebrará el glorioso aniversario de aquella jornada” (Acta de la asamblea popular…,1819, p. 50). Desde entonces, todos los 7 de agosto se celebra el día de la batalla del Puente de Boyacá y el día del Ejército de Colombia, decisión que fue ratificada más tarde.
Al día siguiente de la asamblea, se le comunicó al general Bolívar de tales decisiones. Este inmediatamente respondió:
El Ejército Libertador acepta con transporte los sentimientos y demostraciones de gratitud que a nombre de esta Provincia me ha transmitido V. S. en su Oficio de 16 del corriente. El exterminio de los Tiranos y la Libertad de los Pueblos oprimidos siendo el único objeto y ambición del Ejército Libertador, son también la única recompensa a que aspira. Así, él ser halla satisfecho con haber hecho desaparecer a los opresores de esta bella porción de nuestro Continente, y con haber repuesto en sus derechos y restituido a la dignidad de hombres a los Granadinos que por tres años habían sido degradados en ella. La gratitud y reconocimiento que ha manifestado el Pueblo de Cundinamarca por su Libertad, ha multiplicado sin embargo nuestra satisfacción, y con testimonio de ella, que permitió el uso de la Cruz decretada en la Acta del 9 a favor de los Vencedores de Boyacá. Este permiso será provisional como lo es su institución hasta que el Congreso General la apruebe, reforme o anule. De todos modos los sentimientos del virtuoso Pueblo de Cundinamarca hacia sus bien hechores le harán un honor eterno, y se conservarán indelebles en nuestros corazones. (Acta de la asamblea popular…, 1819, pp. 47-48)
Conociéndose la aceptación del homenaje por parte de El Libertador, el gobernador Echeverría puso en marcha todo lo dispuesto para tal fin. Entre ellos la elaboración de las medallas y demás. Los actos se realizaron al día siguiente, 18 de septiembre. Lo importante era tener presente que los homenajeados estaban vivos y actuarían en persona, no como en el pasado reciente, en el que se hacía la proclamación de los reyes sin su presencia; en su lugar, estaban representados en el estandarte, el pendón real, el retrato y el sello real.
Solo para ilustrar los actos de aquel día, apreciemos el inicio del recorrido hasta llegar al lugar de la ceremonia organizada:
Llegó el día del Triunfo. Su Excelencia con sus Oficiales y Ejército se trasladaron desde las dos de la tarde a la entrada de la Ciudad en la plazuela de San Diego. Allí se le había preparado una Casa adornada con gusto y decencia, donde debía aguardar. El Señor Gobernador Político Echeverría que presidía a esta función a nombre de la Ciudad y su Provincia se reunió en la Plaza mayor a las tres de la tarde con los individuos de todos los Tribunales Seculares y empleados, y los particulares que concurrieron en grande número. Todos venían vestidos de gala, y montados sobre soberbios caballos adornados de ricos y preciosos jaeces. Inmediatamente siguieron en buen orden hacia San Diego. Allí ya estaban formadas en dos alas todas las Tropas compuestas del Batallón de Granaderos de la Guardia de Honor del Excmo. Señor Presidente, del de Rifles, y del de la Legión Británica. Habiéndose hecho alto, el Señor Gobernador Político acompañado del Señor Presidente de la A. Corte de Justicia se adelantó hacia donde estaba Su Excelencia. Y echando pie a tierra le invitó a que marchase. En efecto el General BOLÍVAR montó inmediatamente a caballo y comenzó el paseo triunfal. (Acta de la asamblea popular…, 1819, p. 48)
La procesión patriótica triunfadora estuvo encabezada por cuatro clarinetes que con sus tiques anunciaron el inicio del desfile, inmediatamente alinearon todos los participantes y cada uno fue ubicándose en el lugar que le correspondía en la jerarquía social y política. Luego de este recorrido por las calles santafereñas, abarrotadas de vecinos que querían ver de cerca al Libertador, el desfile llegó a la plaza Mayor y luego fue trasladado a la catedral, donde se celebró un tedeum y se tributaron adoraciones al Todopoderoso o “la Divinidad tutelar del Universo”. Terminada la ceremonia, volvieron a la plaza Mayor, donde se realizaron actos llenos de música y rituales diseñados para el evento, tales como la colocación de la corona de laurel al héroe libertador y las cruces definidas para los señores generales que participaron en las batallas del Pantano de Vargas y Puente de Boyacá.
Durante toda la tarde de ese 18 de septiembre de 1819, los santafereños vitorearon el nombre del Libertador. La Gazeta destaca que tanto las calles de la ciudad como las casas lucieron impecablemente aseadas, pintadas hermosamente: “En sus diversos colores adornaba las puertas, ventanas y balcones de los edificios que estaban colmados así como las calles de un Pueblo inmenso” (Acta de la asamblea popular…, 1819, p. 49) que no cesaba de dar vivas y hurras a los triunfadores, sobre todo a Simón Bolívar. La misma Gazeta recoge los pormenores de la ceremonia realizada, destacando el compromiso y el protagonismo de las elites políticas, las autoridades civiles, eclesiásticas y militares; asimismo, enalteció los discursos que fueron pronunciados honrando la valentía del Libertador, sus generales y los miembros del ejército patriota. Esta ceremonia se constituye en la expresión de nuevos festejos en los que se transita del gobierno colonial al republicano, produciéndose, sin duda, una ruptura con el pasado reciente, aunque se mantiene un elemento clave: el componente religioso. El historiador Marcos González Pérez (1995) no duda en afirmar: “El Triunfo es la celebración más representativa de las festividades patrióticas posteriores a la independencia de la Nueva Granada, sellada con el triunfo militar obtenido en la batalla de Boyacá el 7 de agosto de 1819” (p. 50). A renglón seguido, asevera de la celebración lo siguiente:
Se constituye en una fiesta patriótica por excelencia en cuanto refleja ruptura con ciertas formas tradicionales de la celebración religiosa porque introduce, transforma y crea elementos de tipo ritual, discursivo y simbólico que nos permiten interpretar formas distintas de concebir el mundo y aproximarnos a la comprensión de los imaginarios sociales y políticos representativos de la sociedad neogranadina de comienzos del siglo XIX. (González Pérez, 1995, pp. 50-51)
Ahora bien, en las ciudades del Caribe y tal vez en otras ciudades de la naciente nación, no se organizaron actos conmemorativos a este hecho histórico trascendental, porque aún existían varios lugares del territorio ocupados por el ejército realista y autoridades virreinales. Pero el 7 de agosto de 1824, Cartagena de Indias conmemoró el quinto aniversario de la victoria de las tropas patriotas sobre el ejército realista, hazaña que se evaluó como sublime al expulsar a los verdugos de Fernando VII y que aseguró “para siempre la independencia de Colombia” (Corrales, 1889, p. 329). Además de estas declaraciones sobre la gesta patriótica, fue el momento oportuno para bendecir las banderas del batallón Paya. Los cartageneros se unieron a la ceremonia y rogaron a Dios que bendijera las insignias que se colocaban delante de Él. Todo el ritual religioso, tedeum incluido, se celebró en la catedral. Como retribución a los fieles católicos cartageneros, “el mismo batallón Paya y el de Tiradores dieron por la tarde un acto aún más lúcido, ejecutando en la plaza del Matadero los diferentes fuegos de infantería. El jefe del departamento mandó las evoluciones, y con la misma concurrencia y el mismo placer se terminaron estas diversiones consagradas a la memoria del día memorable de Boyacá” (Corrales, 1889, p. 329). La Gaceta de Cartagena de Colombia, de donde extrae la noticia Corrales, lanza esta advertencia a las generaciones presentes y futuras:
No dejen marchitar los laureles que plantó el valor y regó la sangre de sus padres, pero de pie al celebrarlo no olviden tampoco las generaciones que Bolívar, el hijo primogénito de Boyacá, fue quien dio a Colombia tan glorioso día. (Corrales, 1889, p. 329)
No conocemos de otras ceremonias celebrativas antes de esta fecha en el Caribe neogranadino en homenaje a la batalla de Boyacá. Sin embargo, el registro de prensa muestra la importancia que cinco años después tiene este hecho para el Ejército y para los cartageneros, confirmando con ello la obediencia a lo aprobado por la Asamblea de la Provincia de Cundinamarca de septiembre de 1819 en su artículo sexto, al definir que todos los 7 de agosto se debían realizar actos conmemorativos para recordar el triunfo en Boyacá.
Ahora bien, dos años después, el Congreso y el poder Ejecutivo de la República de Colombia ordenaron festejos nacionales por los triunfos del Libertador y sus ejércitos. Es evidente que las autoridades no querían perder la oportunidad de convocar a los ciudadanos para seguir celebrando por otros triunfos como el de Boyacá. La valoración que hicieron para continuar celebrando victorias en el campo de batalla y otros hechos históricos fue creando en el imaginario colectivo unos nuevos fastos:
Las fiestas patrias de nuestros países desempeñaron desde su origen un papel fundamental en la transmisión de las nuevas ideas de nación, la creación de la identidad nacional y la representación y comunicación de una determinada imagen del poder y de la sociedad. (Ortemberg, 2013, p. 16)
Los festejos patrios y cívicos serán una constante en Colombia en todo el siglo XIX. En el caso particular de dos ciudades caribeñas, Santa Marta y Cartagena, entre 1819 y 1830, periodo que cubre este capítulo, son expresión de la necesidad que tienen los nuevos dirigentes políticos, elites comerciales e intelectuales de construir una simbología nueva que acentuara con “nitidez las continuidades y rupturas con las fiestas del poder coloniales” (Ortemberg, 2013, p. 15) en el imaginario colectivo de los colombianos.
Así entendido, los nuevos gobernantes definieron otras celebraciones importantes para los pueblos hispanoamericanos que luchaban para liberarse del yugo de la monarquía española. Después del triunfo de Simón Bolívar en Carabobo, el Congreso de Colombia (territorio de la Nueva Granada y capitanía General de Venezuela) expide una disposición que en su encabezamiento dice “Congreso, Decreto de Triunfo”. El triunfo de Bolívar y su ejército fue el 24 de junio de 1821, por lo que el Congreso consideró “que por esta batalla ha dejado de existir el único Ejército en que el enemigo tenía fincadas todas sus esperanzas en Venezuela” (Congreso de la República de Colombia, 1821, p. 78.), y después de tres considerandos más, decretó el 28 de julio de ese año en su artículo primero que deben rendirse “los honores del triunfo al Gral. SIMÓN BOLÍVAR, y al Ejército vencedor bajo sus órdenes” (p. 79). Así, el Congreso de Colombia decreta honores al héroe, al más grande patriota de la América Latina.
El segundo artículo señala
No pudiendo verificarse en la Capital de la República, tendrán lugar en la Ciudad de Caracas, quedando a cargo de sus Autoridades, y particularmente de su Ilustre Ayuntamiento, acordar las disposiciones necesarias a fin de que haga esta manifestación nacional, con la pompa y dignidad posibles.
Todo el articulado es una exaltación a la memoria de los héroes que vencieron y cayeron en el campo de Carabobo. Se decide, además, colocar una columna ática en el Campo de Carabobo, con frases como: DÍA 24 DE JUNIO DEL AÑO 11º, SIMÓN BOLÍVAR VENCEDOR; al general José Antonio Páez se le ascendió al cargo general en jefe y los soldados vencedores debían llevar en el brazo izquierdo “un escudo amarillo, orlado con una Corona de Laurel, con este mote: Vencedor en Carabobo año 11º” (p. 79). Así a todos los protagonistas ganadores en la batalla les fueron reconocidos sus méritos y honores.
No encontramos información sobre si los actos que se autorizaron para todo el territorio se cumplieron en Santa Marta, el periódico no nos lo cuenta, pero publica un poema escrito por el fray seráfico Antonio Vidal (1821), natural de España. En uno de sus versos dice:
la república exaltada
se va haciendo respetada
con bastante emulación:
si hacemos memoración
del héroe que la sostiene
patente a la vista viene
que pronto decidirá
acción y nos pedirá
las albricias que previene (p. 84).
Como puede apreciarse, el ambiente de libertad que se vive en lasciudades del Caribe neogranadino es evidente, como lo recoge la prensa samaria publicando los decretos y otros aspectos por la alegría que produjo la expulsión del ejército español. De tal manera que los vecinos de la ciudad se enteraron de los triunfos y homenajes a través de la prensa y los bandos que se leían en las plazas de la ciudad y las esquinas más concurridas por ciudadanos comunes y corrientes. Esa misma situación se vivió en Cartagena de Indias, hacia 1825, por los triunfos del ejército patriota en Junín y Ayacucho, ambas batallas escenificadas en territorio peruano en 1824.
Por lo anterior, se decretaron honores a los vencedores el día 12 de febrero de 1825 por decisión del poder Ejecutivo, en cabeza del vicepresidente encargado de la presidencia, Francisco de Paula Santander, y su secretario de Marina y Guerra, Pedro Briceño Méndez. En el texto se destacan algunos artículos, como el segundo, que ordena la elaboración de una medalla de platina de 28 líneas de diámetro.
[La medalla] contendrá en el anverso a la victoria coronando al genio de la libertad con una corona de laureles: este llevará en la mano izquierda las fases colombianas y en rededor de este emblema, la siguiente inscripción Junín y Ayacucho 6 de agosto y 9 de diciembre de 1824; en el reverso, una guirnalda formada por una rama de oliva y otra de laurel, y en el centro la siguiente inscripción. A SIMÓN BOLÍVAR LIBERTADOR de Colombia y del Perú, el Congreso de Colombia: año de 1825. (República de Colombia, 1825)
Según la disposición del Congreso, se acuñó la medalla en plata y fue enviada a los municipios, al museo nacional, a los colegios y universidades para que fuera conservada como testimonio de gratitud nacional a los héroes de Junín y Ayacucho. Adicionalmente, al general Antonio José Sucre se le entregó una espada en oro con la inscripción: “El Congreso de Colombia al general Antonio José Sucre, vencedor en Ayacucho el año de 1824”. Los reconocimientos también fueron para las tropas patriotas: a los oficiales se les condecoró con un escudo bordado sobre fondo de oro; para los sargentos y el resto de la tropa, el escudo bordado en seda amarilla. En ambos se inscribió esta leyenda: “Junín y Ayacucho en el Perú”.
En los últimos artículos de la disposición del Congreso, se señaló que el poder Ejecutivo definirá en qué día se celebrarán los homenajes al Ejército y sus superiores, con grandes regocijos y, sobre todo, con una fiesta religiosa para darle gracias “al Altísimo” por la protección brindada a “las armas defensoras de la libertad”. Pero el decreto de honores no olvida a los caídos en combate, por lo que ordena que el Ejecutivo debe designar un día para los funerales en todo el territorio nacional.
Ahora bien, en el Caribe neogranadino se celebraron ceremonias para las fiestas de honores y los funerales, atendiendo lo ordenado en el decreto en mención. Así se desprende de la noticia aparecida en el periódico Correo del Magdalena (1825), que se publicaba en Cartagena en la imprenta del señor Juan Antonio Calvo. El título de la nota es “Fiestas en celebración de las victorias de Junín y Ayacucho y honras fúnebres de los que expiraron combatiendo por la libertad del Perú”. En Cartagena, capital del departamento del Magdalena, los habitantes fueron convidados a aportar algunos dineros para desarrollar los festejos por parte de los militares; pero fueron muy pocos los recursos recaudados. A pesar de ello, el periódico reseña que para dar cumplimiento a las órdenes dadas, se dio un desfile militar. Al final del mismo, debían darse unos “ejercicios de fuego, que no permitió verificar la lluvia” (Fiestas en celebración de las victorias…, 1825) que cayó en los días señalados para los festejos.
Sin embargo, el 24 de junio, a las cinco de la mañana, los cartageneros fueron convocados a la santa misa en la iglesia de San Francisco, donde se cantó el tedeum de acción de gracias por los triunfos del ejército patriota en los campos de batalla en Junín y Ayacucho, victorias decisivas para lograr la expulsión de los españoles del territorio americano.
El periódico Correo del Magdalena destaca el sermón que pronunció el padre guardián, fray Gerónimo Caro, por su elocuencia. Asimismo, “recomendó debidamente las hazañas de los soldados de la libertad americana” (Fiestas en celebración de las victorias…, 1825). Luego de los oficios religiosos, los cartageneros se entregaron a toda clase de regocijos populares, vitoreando al Libertador Simón Bolívar, Antonio José Sucre y a los valientes miembros del ejército patriota vencedor en el Perú.
No puede dejarse pasar por alto una sencilla ceremonia organizada en Cartagena para conmemorar el Cuarto Aniversario de la expulsión del reducto del ejército realista que se había apoderado de la ciudad, hecho acaecido el 10 de octubre de 1821, y que la prensa samaria y cartagenera registraron. Pues bien, el 10 de octubre de 1825, en medio de las muchas celebraciones y fastos organizados para festejar los triunfos del ejército libertador, el general Mariano Montilla y las autoridades civiles, militares y eclesiásticas llevaron a cabo una ceremonia para recordar la importancia de ese día en la historia de la ciudad y la naciente nación. Ese día de 1821, Montilla había tomado posesión de la plaza, por eso en el aniversario recordó los hechos. El ritual festivo comenzó en la catedral con la santa misa y el tedeum, momento que fue aprovechado por el rector del colegio de Cartagena de Colombia, el doctor José Joaquín Gómez, para dirigirse a los participantes de los oficios religiosos con una elocuente oración alusiva a la toma de la ciudad por las tropas patrióticas. Con este homenaje, las autoridades municipales hicieron un reconocimiento al patriotismo de los bravos vencedores para el bien de los magdalenenses.
Por otra parte, el general Montilla convocó a sus compañeros de armas a su casa y les tributó unas palabras en nombre de los pueblos del Magdalena en reconocimiento al heroísmo y las virtudes marciales. La recepción se engalanó al llegar el general de brigada José Padilla, jefe de la Marina en el departamento, recibiendo de los asistentes el homenaje justo y expresivo a sus luchas por la libertad de los colombianos y venezolanos. Hubo palabras elocuentes de Montilla a Padilla, e igual respuesta de este al general. La ceremonia terminó con saludos de artillería, fusilería, vivas y hurras a los vencedores. Por la noche se autorizaron diversiones públicas. Así finalizaron los festejos ese 10 de octubre, “mas no su eterna memoria” (Corrales, 1889, p. 332).
Primera fiesta republicana y sus festejos en el Caribe neogranadino
Las elites políticas que comenzaron a actuar apenas sucedieron los hechos de la batalla de Boyacá, entendieron el papel que les correspondía en la organización del nuevo Estado y la necesidad de proclamar la independencia de España. Para ello, utilizaron los mismos símbolos puestos en práctica por las autoridades monárquicas.
El 17 de diciembre de 1819, el Congreso de Venezuela sesionó en Angostura y aprobó la Ley Fundamental de la República de Colombia. En dos de sus artículos se refiere a los festejos republicanos y se expresa taxativamente:
La República de Colombia será solemnemente proclamada en los pueblos y en los ejércitos, con fiestas y regocijos públicos, verificándose en esta capital el 25 del corriente diciembre en celebridad del nacimiento del Salvador del mundo, bajo cuyo patrocinio se ha logrado esta deseada reunión, por la cual se regenera el Estado. (Restrepo, 1969, p. 396)
Interesante la propuesta de estos revolucionarios que desconocen a un amo, el rey de España, pero no al otro amo, que desde Roma impone la fe de un Dios soberano no terrenal. Es un homenaje a Él, por eso se escoge esa fecha para proclamar el nacimiento de la nueva República de Colombia.
Ese mismo Congreso sesionó en Cúcuta y el 12 de julio de 1821 aprobó la Ley Fundamental de la Unión de los Pueblos de Colombia. El último artículo de esta ley definió:
La fiesta nacional se celebrará todos los años en los días 25, 26 y 27 de diciembre, consagrándose cada día al recuerdo especial de uno de estos tres gloriosos motivos; y se premiarán en ellas las virtudes, las luces y los servicios hechos a la patria. (Restrepo, 1969, p. 396)
Parece ser que la única razón para celebrar el nacimiento de Colombia el 25 de diciembre es que el cristianismo estableció el nacimiento de Jesús en esa fecha. No conocemos otras razones para haber escogido esos días, ya que ni en la historia de Colombia ni en la de Venezuela existen reportes de acontecimientos históricos que tengan que ver con la derrota de la Corona española a manos de los neogranadinos u otros hechos relacionados con el tema. Esta fecha desapareció del calendario festivo y son pocas las noticias que dan cuenta de ella; sin embargo, se alcanzaron a organizar dichas celebraciones en Cartagena, Santa Marta y algunos de los pueblos del Magdalena.
La decisión de la celebración de esta fiesta nacional fue acogida en Cartagena y se conocen registros de que efectivamente sucedió en 1826, no solo para cumplir la norma, sino también por la necesidad de celebrar el acontecimiento festivo debido a la interpretación simbólica que las elites políticas en el poder le dieron. Los fastos se organizan a pesar de la situación política y algunos acontecimientos negativos en el proceso de conformación de la naciente nación.
El patriótico pueblo de Cartagena, que en medio de su disgusto recordaba la emancipación o independencia de los pueblos de Colombia, su unión en una sola República, el establecimiento de su Constitución, y los grandes triunfos o inmortales victorias con que se han conquistado y asegurado estos bienes, creyó que, dando treguas al sentimiento que le causaban unas disensiones de familia que habrán de desaparecer con la presencia sola de su Padre y Protector, debía celebrar, con las más expresivas demostraciones de júbilo, el aniversario glorioso de tan faustos sucesos. (Corrales, 1889, p. 343)
Las ceremonias patrióticas iniciaron el día 25 de diciembre, como estaba ordenado por la Ley Fundamental. En el cielo cartagenero se escuchó la salva de artillería en la plaza a las 6 de la mañana, anunciando la solemnidad del día. La música se oía por las calles, las canciones patrióticas y los vivas a los padres de la patria fueron entonados en alta voz para que todos se levantaran a festejar. El entusiasmo se sintió en todos los rincones de la ciudad. La misma actitud del público indicaba el objeto de la fiesta y a quién se consagraban los regocijos.
El ritual festivo continuó en la catedral. Se ofició la santa misa, una acción de gracias con su tedeum. A la ceremonia religiosa asistieron las autoridades civiles y militares, los empleados civiles y ciudadanos particulares, encabezados por las elites comerciales y políticas. El tablado construido en la plaza de la catedral para la ceremonia de la Junta de Manumisión fue el escenario para desarrollar el programa establecido.
En primer lugar, se produjo la manumisión de varios esclavos, entre ellos Francisco Gallardo, Fernando Gálvez, Francisco Solano, Luis Marimón, Antonio María Isaza, Teresa Paut, Petrona Posada, Josefa Corrales, Lorenzo Canabal y María Antonia Gálvez. El acto fue presidido por el regidor municipal y encargado de las funciones de alcalde, primer voto Pedro Miranda, quien hizo entrega de los documentos que acreditaban la libertad de los manumisos. Inició su discurso diciendo: “Desde este momento sois libres, y este don precioso lo debéis a la República” (Corrales, 1889, p. 343). Terminada esta parte del programa con vivas a la libertad y al Libertador Simón Bolívar, continuaron los juegos pirotécnicos y de entretenimiento, bailes, máscaras y otras diversiones públicas permitidas. Todo transcurrió en orden y regularidad.
Por su parte, en Santa Marta se celebraron estas fiestas en 1827, según se deduce del oficio de 20 de diciembre de ese año, en el que las autoridades municipales le solicitan autorización al gobernador don José Francisco Madrid. El texto dice:
Aproximándose las pascuas de navidad en cuyos días deben celebrarse las fiestas nacionales prevenidas por ley, ha dispuesto la municipalidad, suplicar a vuestra señoría se sirva mandar se publique un bando permitiendo al pueblo toda clase de diversión honesta en ellas. (Archivo Histórico del Magdalena Grande [AHMG], 1827, blq. 1, bandeja 1, ff. 125)
Era costumbre realizarlas por lo menos en la ciudad y la provincia. Durante las mismas, solían realizarse manumisiones de esclavos. Un oficio del 2 de enero de 1840, firmado en Plato, informa al gobernador que “en las fiestas nacionales del 25 de diciembre último no ha habido manumisión de esclavos por no haber fondos cuya noticia aunque con sentimientos pongo en conocimiento de vuestra señoría” (AHMG, 1840, blq. 1, estante 2, bandeja 3, f. 78). Se entiende entonces que la fiesta había logrado asentarse en el imaginario colectivo de los habitantes de la ciudad y de las villas, cantones y parroquias. Igualmente, es interesante resaltar el fracaso de la institución de la manumisión, debido a la situación económica de la provincia.
Celebraciones por la jura de la primera Constitución y otras normas republicanas
A pesar de que aún existían reductos del ejército realista en algunos lugares del territorio nacional, el 30 de agosto de 1821 se aprobó la Constitución de la República de Colombia, que entre las atribuciones especiales lista la de “decretar honores públicos a lamemoria de los grandes hombres” (De Mier, 1987, p. 18). Los nuevos legisladores han aprendido la lección de homenajear a los héroes y mártires. Eso explica decisiones que anteriormente se reseñan y que tienen un gran peso en la formación de la conciencia de los nuevos ciudadanos en cierne. Es clave entender el papel de los símbolos en la construcción de la flameante nación, cosa que entendieron muy bien los otrora rebeldes de la Corona española, ahora convertidos en autoridades de estas tierras. Así como festejaron las exaltaciones de los reyes en la lejana España y juraron por la Constitución de Cádiz, ¿por qué no hacerlo para la nueva Constitución que unía a todos los neogranadinos? Entonces se organizaron grandes festejos en su honor. Estos actos se constituyeron en símbolos fundantes que ayudarían a transitar hacia unas nuevas liturgias, ya no católicas sino republicanas. Al respecto, los historiadores Conde y Monsalvo (2008) señalan:
Las fiestas de jura de la Constitución, celebradas con motivo de la promulgación de una nueva carta constitucional, adquirieron en algunas ocasiones un carácter electoral. Principalmente porque ellas eran promulgadas por los actores civiles y militares victoriosos luego de guerras civiles o golpes de Estado […]. En las juras de la constitución participaban las autoridades civiles, las tropas, el pueblo y el clero. Los funcionarios municipales se encargaban de la preparación de la fiesta, la decoración de la plaza en donde se llevaría a cabo la juramentación, y la organización de los actos de clausura durante cada uno de los tres días en que transcurrían las celebraciones. (pp. 302-303).
En las ciudades principales de la nación se sintieron las expresiones de vivas a la libertad y a la república. Es la ocasión para convocar a los nuevos ciudadanos republicanos a definir el futuro de la nación. Por eso, cada acto va a estar cargado de imágenes alegóricas a los héroes, tratando de olvidar el reciente pasado. De esta primera Constitución no se conoce documento que permita asegurar que en Santa Marta o Barranquilla fueron realizados tales actos, pero hay noticias de que se celebraron con mucha pompa en Cartagena de Indias desde el 7 de enero de 1822 y durante los dos días siguientes, dato recogido por Corrales (1889). Lo cierto es que cuando el Gobierno del departamento del Magdalena, que como sabemos tiene por capital a Cartagena, recibe la Constitución de 1821, redactó un bando estableciendo su promulgación e invitando a los cartageneros a participar en un evento preparado que se verificó solemnemente en la plaza de armas entre San Francisco y Santo Toribio, donde se construyeron tres tablados en forma de castillos, en el que ondeó la bandera nacional. La utilización de una estructura efímera para este tipo de actos es, sin temor a equivocarnos, una tradición heredada del antiguo régimen. Estas “construcciones efímeras realizadas en materiales maleables y de escasa consistencia –maderas, cañas, estopas, telas, cartón, papeles, cal y escayola– constituyen uno de los capítulos más interesantes de la arquitectura occidental durante la Edad Moderna” (Bonet, 1993, p. 23).
Como se señaló arriba, el día 7 de enero de 1822 fue el día escogido para los actos; día histórico para la capital departamental y su territorio, día que las elites invocaban para que quedara en la memoria de los vecinos cartageneros. Las armas en manos del nuevo ejército de la nueva república circundaban la plaza. Todos militares encabezados por los integrantes de la brigada de artillería, seguido por la compañía de Marina, los batallones 1° de Antioquia, Girardot, Alto Magdalena y Escuadrón de Guías del Estado Mayor, enviando claro mensaje a los integrantes del ejército realista recientemente expulsado y a las autoridades coloniales: los colombianos defenderían el territorio con las armas en sus manos y la “Constitución que se ha escrito con la pluma” (Corrales, 1889, p. 296).
Las autoridades civiles, el cabildo eclesiástico, las corporaciones, los oficiales y el intendente presidente del municipio se concentraron en el palacio municipal a las cuatro de la tarde y caminaron ordenadamente hasta el lugar destinado para la publicación, presentándose las armas por las tropas en su tránsito, y comenzando los vivas del numeroso concurso con una armoniosa música militar: y concluida la lectura se arrojaron al pueblo monedas corrientes, por no haber tiempo ni cuño para amonedar otras alusivas al objeto, y principiaron las descargas de los cuerpos, los repiques de campanas y triples salvas de artillería en todas las murallas. (Corrales, 1889, p. 296)
Así finalizó la tarde cartagenera. En la noche la ciudad fue iluminada totalmente. Las casas estuvieron muy vistosas, adornados sus balcones, ventanas y calles; muy aseadas. Algunos vecinos alcanzaron a pintar sus paredes; otros, en una aparente rivalidad, colocaron sus mejores colgaduras y cristales, entre todas se destacaban los arreglos del Palacio de la Intendencia:
[…] estaba iluminado con más de 1000 luces colocadas simétricamente alrededor de los arcos superiores o inferiores de sus galerías, y en ellas un magnífico refresco, manifestándose en los tres del medio, en pintura dentro de columnas de orden toscano, la Diosa Astrea con la espada desenvainada, y en su pedestal la siguiente estrofa:
La Constitución jurada
Prometo que
Y por ella mantendré
Siempre desnuda la espada. (Corrales, 1889, p. 296)
Como puede verse, toda la ceremonia estuvo orientada a significar simbólicamente lo que representaba para los “nuevos” ciudadanos la nueva constitución, la primera de la nación. Las elites políticas y las autoridades civiles, militares y eclesiásticas comprendieron su responsabilidad, al punto que el clero tuvo que cambiar el contenido de sus sermones, según lo señaló el vicepresidente de La República, Francisco de Paula Santander, que ordenó que se debía predicar sermones “para afianzar la legitimidad de la independencia” (Garrido, 2004, p. 462). Con esta decisión se pretendió contrarrestar la crisis sobre la autoridad y la obediencia que se presentó en la sociedad neogranadina. La historiadora guatemalteca Susy Sánchez (2013), sobre el nuevo rol que debió jugar la Iglesia, afirma:
La Iglesia debía legitimar el nuevo régimen, que estaba declarando rota la alianza colonial basada en la dualidad de Dios y rey. Por ello, le prédica religiosa debía legitimas el nuevo gobierno al “eliminar el posible conflicto entre lealtad a Dios y deslealtad al rey”. Se constituía, a su vez, en otra forma de reforzar la autoridad y la obediencia en momentos de cambio político que, sin embargo, buscaba en esencia prevenir un trastorno social. (p. 230)
En el segundo arco apareció el Libertador Simón Bolívar como emblema de la libertad, pisando las insignias del despotismo y la tiranía, y acompañado de una cuarteta que sostenía el gobierno que se ha iniciado y comienza a consolidarse:
Se sostiene con la unión,
Valor, firmeza, igualdad,
Justicia y Constitución. (Corrales, 1889, p. 296)
En el arco del medio estaban los retratos del presidente Simón Bolívar y el vicepresidente Francisco de Paula Santander, “bajo un pabellón de damasco carmesí, con la Constitución por delante, simbolizando que por su imperio regían los pueblos” (Corrales, 1889, p. 296). El ritual organizado cumplió a cabalidad con la pretensión de los líderes políticos que entraron a reemplazar a las autoridades coloniales en la creación de nuevos imaginarios políticos colectivos.
Ahora bien, el día 8 de enero fue el designado para el juramento de las autoridades civiles y eclesiásticas. Todas concurrieron puntualmente a la catedral acompañadas por los integrantes de las elites políticas y comerciales, quienes se comprometieron fielmente a cumplir y hacer cumplir la constitución. La iglesia catedral fue adornada lo mejor posible, se cantó misa solemne. El señor gobernador del obispado, doctor Anastasio García de Frías, pronunció un sermón muy apropiado para la ocasión, en los términos que ordenaba el decreto del vicepresidente Santander. Antes del doctor García, el obispo de la diócesis fue el fray Gregorio José Rodríguez, realista y regalista defensor de Fernando VII y de la institucionalidad colonial.
Acto seguido prestó el juramento el señor intendente del departamento del Magdalena, Juan Salvador Narváez, tal como lo ordenó el Congreso de la República. Del mismo modo lo hicieron las demás autoridades y las corporaciones públicas, el clero secular y regular, el gobernador del obispado y los numerosos vecinos que asistieron a la ceremonia. Después del juramento de rigor, como en los tiempos coloniales, se entonó el tedeum. Al final, las campanas repicaron alegremente, se oyeron salvas de artillería y los cartageneros expresaron su goce por los nuevos aires que se comenzaban a vivir sin la presencia de las autoridades virreinales, que los trataban como vasallos y súbditos del rey. Asimismo, como los españoles recogieron de Rodrigo Borgia (Alejandro VI) “la afición por las salvas de artillería” (Burckhardt, 1982, p. 319), los patriotas heredaron esta vieja práctica italiana.
El último de los festejos patrios fue el día 9 de enero. El gobernador Mariano Montilla les recibió el juramento a todas las compañías de armas que habían asistido a la promulgación de la constitución el día 7. Renglón seguido, ordenó una descarga general, saludándose cada batallón al disparar la fusilería particular. La única guarnición que no participó del evento fue la Marina.
Todas estas liturgias patrióticas se dieron en el día, en las tres noches se dieron bailes populares en la plaza de Armas, donde se organizó un gran salón iluminado. En la última noche, el intendente departamental recibió el juramento de las tropas en el Palacio, en medio de variadas diversiones: se quemaron castillos de fuegos artificiales al frente de la catedral. Se quemó allí la figura del último virrey, Juan Sámano, mientras los espectadores admiraban la variedad de colores, lluvias de fuego, relámpagos, truenos y granadas. La alegría invadió los corazones de los cartageneros durante los tres días con sus respectivas noches. Los vecinos no se cansaron de vitorear:
¡Viva la Constitución!
¡Vivan nuestros Libertadores! (Corrales, 1889, p. 297)
Tanto las autoridades convocantes como las elites y la vecindad disfrutaron los festejos por la jura de esta primera constitución. No dudaron de calificar las ceremonias que se celebraron como las más importantes. Cada cartagenero reconoció el papel protagónico de los libertadores, por haberlos arrebatado de la esclavitud en que habían sido sometidos por el imperio español.
Por otra parte, es importante destacar que en Cartagena se dieron fiestas patrias en septiembre de 1828, con ocasión de la promulgación del Decreto Orgánico del 27 de agosto de ese año, por medio del cual Simón Bolívar asume el poder supremo (dictador). El periódico la Gaceta de Colombia, que trascribe Corrales, señala que hubo una demostración de regocijos públicos con la proclamación de dicho decreto.
Los fastos se iniciaron en la tarde del 11 de septiembre. El comandante general Mariano Montilla convocó a los cuerpos de la guarnición y proclamó la obediencia, el respeto, la confianza y la sumisión al Libertador. Los actos programados siguieron el día siguiente al mediodía; ya se habían definido los parajes donde se acostumbraban a leer bandos y decretos de interés nacional. El intendente departamental se dirigió a los asistentes pidiendo la observancia de la norma y presagiando el progreso para la nación. En las horas de la tarde, se efectuó la publicación del decreto en presencia de las autoridades civiles, militares y eclesiásticas.
(…) y un gentío inmenso que manifestaba de diversos modos la satisfacción y entusiasmo patriótico de que estaba poseído. Los balcones y ventanas, principalmente los de las casas situadas en las calles de la Carrera, estaban adornados más o menos vistosamente. Por la noche fueron iluminadas todas las casas de la ciudad; hubo un baile en el Palacio del Gobierno, y la mayor parte de los habitantes se entregaron a diversas recreaciones lícitas y honestas. (Corrales, 1889, p. 386)
Los rituales se trasladaron para la catedral. El 13 se celebró la misa solemne a las nueve de la mañana. Como de costumbre, se hizo una acción de gracias y el consabido tedeum, al que asistieron todas las autoridades. Al concluir el acto religioso, el rector del colegio, canónigo doctor José Joaquín Gómez, pronunció una alocución destacando el protagonismo del Libertador y justificando las medidas adoptadas. En uno de sus apartes, afirma:
Los pueblos todos deseosos de su restablecimiento y de su conservación recobran la parte de soberanía que a cada uno corresponde, y la depositan unánimemente en BOLÍVAR, en este hombre singular que ansía más por la verdadera gloria que por el Poder, y él en uso y sin abuso de sus facultades nos ha dado un Reglamento supletorio de Constitución, en que manifiesta su desprendimiento y su odio al despotismo; disponiendo se reúna la Asamblea nacional el 2 de Enero de 1830, para que se den los pueblos el sistema de Gobierno que más les adapte. ¡Qué generosidad! ¡Qué gloria para Bolívar! Es tu Padre, Colombia, a quien te has sometido; no es a un ambicioso, no es a un tirano. (Corrales, 1889, p. 387)
Terminada la alocución del sacerdote, el general Mariano Montilla, dirigiéndose a los participantes de la ceremonia, les solicitó que juraran obediencia a las disposiciones de Bolívar, y así se hizo. El punto siguiente fue la recepción en el Palacio de Gobierno, a la que asistieron, además de las autoridades, “personas respetables”. En las horas de la noche, el jolgorio popular se apoderó de la ciudad: bailes por todas partes, incluido uno en el Palacio.
Durante las seis noches siguientes, la iluminación y los bailes se repitieron. La ciudad literalmente fue una sola sala de baile. El 20 de septiembre, los comerciantes de la ciudad ofrecieron un día de campo en el corregimiento de Pie de la Popa, con un banquete de 200 cubiertos y un magnífico baile nocturno. La seguidilla de bailes se reinició en el mismo corregimiento el día 22 y concluyeron el 25 por la noche. Al día siguiente, el 26, en la plaza San Francisco, las guarniciones juramentaron sostener y obedecer el decreto de Bolívar. Por la noche, los oficiales dieron otro baile en Pie de la Popa, que repitieron al día siguiente.
Como puede inferirse, fueron más de 15 días de jolgorios populares, liturgias católicas y ceremonias patrias. Fue una combinación entre lo profano y lo religioso, o, como lo afirma Pablo Ortemberg (2013), “la fiesta patria o fiesta cívica era, en rigor, cívico-religiosa, puesto que tanto en la época colonial como en la republicana la liturgia católica fue un componente indisociable y hasta central en ella” (p. 16).
Festejos por Simón Bolívar
Naturalmente, la sociedad neogranadina sentía una deuda de gratitud por la lucha y los triunfos del Libertador Simón Bolívar. Por esa razón se programaron fiestas en su homenaje por las batallas ganadas. También se organizaron recibimientos a los lugares que visitaba, se festejaba su cumpleaños (24 de julio) y la fiesta de su patrono, San Simón (28 de octubre). El natalicio del Libertador fue motivo de honores, festejos cívicos y patrióticos acompañados de regocijos populares con bailes y diversiones varias en la Cartagena de 1827, pero también fue homenajeado al llegar a la ciudad el 9 de julio de ese año.
Ese día, a las 10 de la mañana, se avistó la fragata de guerra Druyder donde viajaba el Libertador. Al saberse la noticia, los cartageneros se entusiasmaron. Llenos de alegría caminaron hacia La Popa, de donde se pudo apreciar la llegada de la embarcación a Bocachica, hasta allá fueron a recibirlo las autoridades, encabezadas por el general Montilla, miembros de la diputación, algunos generales y algunos miembros de la elite política. Después de los respectivos saludos y discursos, Bolívar exaltó a la ciudad por el protagonismo en las justas independentistas.
Mientras el Libertador y sus acompañantes se preparaban para salir hacia Cartagena, los cuerpos de guarnición de la ciudad avanzaron hasta la Plaza de la Aduana y se organizaron dos alas desde el lugar del desembarco hasta la puerta de la catedral. Alrededor se congregaron muchos habitantes en los balcones y ventanas de las casas por donde pasaría Simón Bolívar. Las murallas también estaban abarrotadas de vecinos que querían ver de cerca al héroe.
Bolívar y la comitiva que fue a recibirlo se embarcaron en la falúa destinada para su transportación. A las 10 de la mañana zarparon rumbo a Cartagena, a esa misma hora se sintió el fuego de los buques de la bahía que descargaron sus cañones, igual sucedió con los batallones que se encontraban apostados en la Plaza de la Aduana y la capitanía de La Popa. Al desembarcar en el puerto de la ciudad, el Libertador y su comitiva fueron recibidos por todas las autoridades. Caminó bajo el palio que le brindó la Corporación municipal en compañía de Montilla, Padilla, Valdés, Heres y Carreño, generales de la revolución, y los coroneles Montes, Ucrós, Pifieres y otros. Durante el recorrido, los vecinos no cesaron de avivarlo y expresarle la alegría que sentían al verlo caminar por la ciudad. Se le entregaron las llaves de la ciudad y, al llegar a la catedral, fue recibido por el deán y el cabildo eclesiástico, caminó hacia el altar mayor y dio gracias al Altísimo. De ahí siguió a la Casa Consistorial que se había preparado para alojarlo.
Hubo discursos de elogios al Libertador por parte de Montilla. Bolívar respondió exaltando el papel de la ciudad en la independencia. Afirmó:
Cartagena era la cuna de sus glorias; que ella lo había sacado al mundo; que sus primeros triunfos por la libertad los había obtenido en sus campos; que a Cartagena, en suma, era el deudor de sus glorias, y Colombia de su Libertad. (Corrales, 1889, p. 348)
Durante todo el día hubo mucho movimiento en la Casa Consistorial, lo mismo al frente, que siempre estuvo con ciudadanos que querían verlo. Por la noche se dio un baile público en el salón que se preparó en la Plaza Mayor para tal fin, donde el pueblo cartagenero se divirtió alegremente.
Pero los cartageneros y las autoridades, encabezadas esta vez por el general de Marina, José Padilla; el capitán de navío Rafael Tono; el asesor de este cuerpo, doctor Joaquín Villamil y los capitanes de navío Gualterio D’ Chitty y el de fragata Jaime Brun, no desaprovecharon la ocasión para rendir otro homenaje al Libertador el día de su natalicio, así que organizaron un banquete y otros actos y diversiones para el 24 de julio de ese 1827. Aunque la casa no pudo albergar a todos los asistentes, sí acogió a todos los cuerpos políticos y militares de la ciudad. La casa fue iluminada con más de cuatrocientas luces, adornada en su interior y exterior; en el balcón lucía un rótulo con mucha iluminación que decía: “Viva el Libertador de tres Repúblicas”.
Se sirvieron tres mesas puestas a la vez. La principal en la sala. La de los postres en una grande azotea cubierta y adornada con sencillez y decencia, y donde se hallaba colocado el retrato de S. E. debajo de un pabellón, y el café en un comedor o galería igualmente adornado e iluminado. Todo fue muy bien dispuesto. Este día fue justamente el cumpleaños de S. E. Después que S. E. se manifestó muy complacido de este obsequio y muy expresivo así al mérito del señor General Padilla y de la Marina del tercer Departamento. (Corrales, 1889, p. 349)
La noche estuvo llena de exaltaciones y reconocimientos al Libertador, sobre todo con las efusivas palabras del general Padilla, a quien Bolívar respondió valorando su ímpetu en la batalla del lago de Maracaibo y recordando la importancia de Cartagena para su carrera militar y expresó: “Si Caracas me dio vida, vosotros me disteis gloria: con vosotros empecé la libertad de Colombia: el valor de Cartagena y Mompox me abrió las puertas de Venezuela el año de doce” (Corrales, 1889, p. 349).
Después de estos dos homenajes en Cartagena, Simón Bolívar siguió para Turbaco, cerca de Cartagena. Sus habitantes se volcaron al camino por donde se dirigía al pueblo. La casa preparada para su alojamiento fue adornada e iluminada, se le brindó una magnifica cena y un espléndido almuerzo a la mañana siguiente, señala la prensa (El Amanuense Patriótico, 1827).
Ahora bien, el día 28 de octubre festeja el cristianismo la fiesta de san Simón, patrono de Simón Bolívar. Fue tradicional en algunos lugares, celebraciones republicanas organizadas desde la oficialidad. Ejemplos de estos fastos fueron los celebrados en Pivijay (Magdalena) en 1825 y en Santa Marta en 1827. Respecto a lo acontecido en Pivijay, el alcalde parroquial Manuel José Santo Domingo le trascribe al gobernador de Santa Marta el discurso que, por medio de un bando, publicó y leyó en varios pueblos de su vecindad con motivo de la celebración del natalicio de Bolívar. El texto es muy elocuente y precisa la necesidad que tienen los colombianos, como muestra de gratitud, de ofrecer un homenaje a Bolívar como obsequio de su cumpleaños24, ya que él es:
Un héroe a quien debemos nuestra existencia política, un guerrero, que ha hecho desaparecer la monstruosidad del gobierno español, que trescientos cuarenta y tantos años nos oprimía, privándonos del goce de niños sagrados derechos; y ya, que la injusta bondad del arquitecto divino, y de las continuas tareas del inmortal Bolívar, y demás compañeros de armas, han presentado al mundo entero un trato de sociedad, congratulémosle en prepararle este corto homenaje. (AHMG, 1825, blq. 1, estante 2, bandeja 1, puesto 4, f. 142)
A renglón seguido, en cinco artículos ordenó la fiesta, que debió iniciarse el 27 de octubre en las horas de la noche. Todos los vecinos colocaron luminarias en sus casas. Quienes carecían de recursos para hacerlo por su estado de pobreza y miseria, se dispuso: “Pondrá en hilera candeladas de astillas, y demás causas”. La idea era que ningún pivijayero dejara de participar en los festejos.
El viernes 28, Día de San Simón, siguiendo la herencia española de las liturgias católicas y las ceremonias regias impuestas por los reyes en su exaltación al trono desde el siglo XVI, los actos se iniciaron con una misa cantada, con el consabido “Te Deum, para que en nuestras oraciones los pedimentos más fervorosos al feliz triunfo de las armas de república en nuestros Confederados (AHMG, 1825, blq. 1, estante 2, bandeja 1, puesto 4, f. 142). Además, el alcalde invitó a los vecinos a que se presentaran “con la mejor decencia, que os sea permitido” (Ibíd.). En el artículo cuarto, los exhortó a izar la bandera tricolor, de cualquier color de ellos o blanca, lo anterior atendiendo a la situación económica de sus conciudadanos.
En el tercer artículo autorizó festejos populares: máscaras, bailes de música, gaitas, cerollo, corridas de toros y carreras a caballos, y en el último invita a divertirse “con la mayor amplitud, sin permitir el menor desorden, y corrupción de la moral, y decencia pública” (AHMG, 1825, blq. 1, estante 2, bandeja 1, puesto 4, f. 142). Quien incumpliera lo estipulado en el artículo, quedaría “sujeto a la corrección, y multas moderadas a beneficio de la ilustración Pública de esta parroquia” (AHMG, 1825, blq. 1, estante 2, bandeja 1, puesto 4, f. 142).
En el Archivo Histórico del Magdalena Grande reposa un oficio donde las autoridades municipales de Santa Marta, en cabeza del acalde José Francisco de Luque, le solicitaron al gobernador don José Francisco Madrid, con motivo de la celebración de san Simón el próximo domingo, el santo del nombre del Libertador, lo siguiente:
La municipalidad a nombre del pueblo samario25 decidido republicano, desea que vuestra señoría por medio de un solemne bando permita toda clase de diversión honesta en este día, y en cuya noche y la de su víspera sean iluminados los balcones y ventanas con las demás demostraciones de gozos que vuestra señoría se sirva decretar en reconocimiento justo de aquel héroe inmortal (Simón Bolívar) (AHMG, 1825, blq. 1, estante 2, bandeja 1, puesto 4, f. 142).
Se refiere a los festejos del 28 de octubre de 1827, que parece que eran una costumbre muy arraigada entre los samarios, bien residentes en la ciudad o en el resto de la provincia.
Un dato anecdótico: el médico de Bolívar en sus últimos días en Santa Marta, Alejandro Próspero Reverend, era “un hombre excesivamente sobrio todo el año menos el Día de San Simón (28 de octubre). En esa fecha, su casa cerrada, a toda hora, se abría. Había iluminación en ella por la noche. Recibía visitas durante el día, y se descorchaban algunas botellas para obsequiar a los amigos” (Alarcón, 1963, p. 173).
Evidentemente, este médico francés se había convertido en todo un personaje en la ciudad. Recibía muchas visitas de europeos y nacionales interesados en conocer los detalles de la muerte del Libertador. Él gustosamente narraba los hechos. Eran descripciones minuciosas de los días en los que atendió al Libertador.
En la Gaceta de Cartagena de Colombia del 8 de noviembre de 1829, se destacan las fiestas que se celebraron en Cartagena por el Libertador debido al Día de San Simón. En la mañana de ese día, una salva de artillería en el alba anunció la importancia de la fecha para las naciones liberadas. A las nueve de la mañana se inició el ritual con la misa solemne de acción de gracias, con su respectivo tedeum, en la iglesia de San Francisco. A estos actos asistieron todas las autoridades, además de un grupo grande y lúcido de personas principales de la sociedad cartagenera. Dos horas más tarde se realizó una parada de los cuerpos de la guarnición en la plaza de San Francisco. En ella, el comandante del Ejército, coronel Joaquín Tatis, se dirigió a los soldados defendiendo la personalidad y el papel de Simón Bolívar. Respecto del general Mariano Montilla, quien había sido traslado para Santa Marta, dijo que lamentó que no estuviera al frente de la prefectura del departamento en Cartagena.
[…] que en este día os hubiera recordado las virtudes cívicas del Padre de la Patria, y cuanto debe ella a ese genio extraordinario, a este hombre singular, ilustre como capitán, ilustre como político, y en todas ocasiones magnánimo y filantrópico. Yo me limito a recordaros el interés que todos los buenos colombianos tenemos por la conservación de su existencia y porque sus glorias no sean marchitadas. (Corrales, 1889, p. 410)
Concluido el discurso del militar, hubo demostraciones de júbilo por el acontecimiento recordado, y en una maniobra del batallón Primero de Milicias, apareció el nombre de VIVA BOLÍVAR. Los invitados y las autoridades cartageneras se trasladaron al Palacio de Gobierno, donde se sirvió un almuerzo con refresco, y por la noche concluyeron los actos con un baile y un ambigú. La publicación menciona la presencia de varias damas de la capital departamental.
Estas ceremonias festivas seleccionadas y documentadas sobre los festejos al Libertador no son más que expresión de la admiración y agradecimientos de los colombianos, sean estos militares, civiles, eclesiásticos, elites políticas y comerciales, así como la población en general. Fueron demostraciones que invocaban la prolongación de la vida del héroe nacional, al hombre que fue capaz de expulsar a los tiranos borbónicos/españoles de todo el continente. Para el momento, lo consideraban como el único competente para remover todos los obstáculos que se opusieran a la prosperidad y felicidad futura de Colombia. Pero se conoce que falleció en la ciudad de Santa Marta, 14 meses más tarde, en la hoy conocida Quinta de San Pedro Alejandrino.
Lutos y honras fúnebres por los patriotas
Así como se invita a festejar los triunfos de batalla, el cumpleaños y el santo del Libertador y se rinde culto al ejército triunfador, también se convoca a las honras fúnebres de los soldados caídos en combate en las justas emancipadoras. Así lo decretó el Congreso de la República en 1821 en uno de sus artículos, al establecer los honores a Bolívar y sus ejércitos. El decreto señalado arriba establece que habrá un día para festejar y al “día siguiente a esa solemnidad, se celebraran funerales en los mismos Pueblos y Divisiones; en memoria de los valientes que fenecieron combatiendo” (Congreso de la República de Colombia, 1821, p. 79). No conocemos que esta ceremonia fúnebre se haya realizado en las ciudades caribeñas.
Pero un detalle no menor fueron los funerales que se organizaron en Cartagena de Indias con motivo de los patriotas caídos en el combate en la batalla del lago de Maracaibo el 24 de julio de 1823, donde las tropas comandadas por el general José Padilla vencieron al ejército español en cabeza del capitán de navío Ángel Laborde y Navarro. Las exequias se celebraron el día 15 de septiembre de 1823, ceremonia que se llevó a cabo en el convento de los predicadores:
[…] Con toda la magnificencia digna de la adorable Majestad y de las víctimas ilustres de la campaña de Maracaibo, a cuya consolación se ofrecieron. El templo se abrió a las cinco de la mañana, desde cuya hora un concurso numeroso se reunió para ofrecer, con los venerables sacerdotes seculares y regulares, el sacrificio del altar para implorar las misericordias del Altísimo por los mártires de la Patria. (Corrales, 1889, p. 318)
Los oficios religiosos estuvieron a cargo del señor obispo de la diócesis, acompañado por la mayoría del clero, las comunidades religiosas con asiento en la ciudad, el cabildo, los jefes y oficiales de la guarnición, la mayor parte de los empleados públicos “y un gentío numeroso ocupaba ordenadamente los asientos y bóvedas del templo” (Corrales, 1889, p. 318). Por el contrario, el sermón fue pronunciado por el padre guardián de los franciscanos, el fray Jerónimo Caro, reconocido orador que, con una elocuencia innata, fue describiendo los hechos y valorando lo sucedido, señalando la importancia que tenía el triunfo y su conmemoración. El valor de la oración fúnebre se da en medio de la ceremonia “cuyas partes resumen el sentido del acto: invitación, lamento, exposición de las virtudes del difunto (s) […] y elevación al reino de los justos” (Varela, 1990, p.129).
Vale la pena registrar que la Gaceta de Cartagena de Colombia, medio periodístico que informa de este acontecimiento luctuoso en Cartagena, comenta que el templo estuvo decorado con ofrendas; un ancla rodeada de lanzas de caballerías; dos piezas de campaña, que ocuparon los lados del crucero de la iglesia, y en medio de todo estaba colocado este soneto, que todos los alfabetos leían:
¡Ah parca cruel! en vano los gemidos
De Colombia tu gracia han implorado;
Mas, ¿cuándo ver, sin sangre, hemos logrado
Nuestros santos derechos redimidos?
A la fatal guadaña sucumbidos
Fueron héroes, que nunca habían mirado
Tu ceño con temor, ni respetado
Tus amagos horribles y atrevidos.
Pero es fútil tu intento, si concibe
Que con ese destrozo que nos hace
Su memoria triunfante no revive,
Ni nuestro fino afecto satisface,
Pues la gloria nos dice que aquí vive,
Si el dolor nos anuncia que aquí yace.
(citado en Corrales, 1889, pp. 318-319)
Igualmente, se colocaron las armas de Colombia al frente de la tumba. Desde las gradas del crucero del templo hasta las gradas del presbiterio se ubicaron los trofeos, los emblemas militares, blandones. Muchas luces iluminaban la iglesia. Todo el recinto lució con mucho esplendor. Al lado de la tumba, estas octavas:
Aquí esté, consignada ¡oh colombianos!
La memoria más triste y venerable
De aquellos impertérritos hermanos
Que hicieron vuestra gloria y dicha estable:
De aquellos que, abatiendo a los tiranos
Que a Maracaibo hacían inexpugnable,
Con su vida labraron vuestra suerte:
Gemid vosotros, pues, llorad su muerte.
Víctimas de la patria consagradas
Estas cenizas son: he aquí el momento
Que nuestras oraciones elevadas
Deben ser al Autor del firmamento.
Murieron por dejar aseguradas
Las glorias de Colombia y su incremento.
Descansen, pues, en paz allá en el cielo
Los que fueron tan héroes en el suelo.
(citado en Corrales, 1889, p. 319)
Como puede apreciarse, la valoración que se le hace a la batalla del lago de Maracaibo es importante y se convierte en un referente en la consolidación de la independencia tanto de Venezuela como de Colombia. Fueron tantas las creaciones literarias y artísticas en la conmemoración del hecho histórico/militar que hasta la Sociedad de Caracas le compuso una canción patriótica dedicada a los generales Padilla y Manuel Manrique26. El coro de la composición dice:
Escarmientan al terco español
En el LAGO famoso de donde
Venezuela su nombre tomó.
(citado en Corrales, 1889, pp. 319-320)
Igual disposición a la de 1821 se ordenó en 1824 por el triunfo en Junín y Ayacucho. Así como las reales cédulas, el presidente de la república es autorizado a designar un día para honrar a los colombianos caídos en los combates en el Perú (AHDSM, 1825, Decreto del 11 de febrero de 1825, t. 25, ff. 8-9). Los triunfos de los patriotas no solo serán importantes para la independencia de España, sino que serán motivo para honrar y llenar de gloria a sus vencedores y guardar luto y respeto por los caídos en combate. De tal manera que, en cumplimiento del artículo 9° del Decreto del 11 de febrero de 1825, en Cartagena se estable el día 27 de junio de 1825, después de las celebraciones festivas por los triunfos en Junín y Ayacucho, para dar honras fúnebres a la memoria de los patriotas caídos en combate. La ceremonia religiosa tuvo lugar en la catedral, que fue vestida de luto. Parte de la descripción recogida por la prensa señala:
[…] sus columnas y altares estaban adornados de un modo competente; y multitud de luces esparcían claridad en este lugar de luto y desolación. En toda la extensión del presbiterio se veía levantada una plataforma hasta el nivel del altar mayor con gradas extensas y cómodas, y sobre ésta y en su centro, otra de dimensiones menores, el todo revestido de negro. Sobre esta plataforma se veía un sarcófago de arquitectura gótica sagrada, con inscripciones adecuadas, y sobre éste un ataúd colosal enlutado, con bordados de oro y adornos de bronce. Desde la base de la plataforma se levantaban cuatro obeliscos sobre sus pedestales adornados de trofeos y de las banderas nacionales de Colombia y del Perú cubriendo y sombreando el sarcófago. (Corrales, 1889, p. 328)
Adicionalmente, se colocaron varios trofeos y los escudos de los doce departamentos de Colombia para el momento. La iglesia permaneció abierta e iluminada hasta altas horas de la noche, así que tuvo asistencia constante de los cartageneros de todos los sectores sociales. A las nueve de la mañana se cantó la misa de réquiem. El padre guardián de los franciscanos, Gerónimo Caro, el mismo que había entonado el discurso días anteriores, predicó el acostumbrado sermón exaltando a los caídos en las luchas por la independencia, a los que calificó como mártires al servicio de la libertad de todos, merecedores de reconocimiento eterno.
Honras fúnebres por el Libertador Simón Bolívar
Bien significativo para la historia americana son dos hechos acontecidos en la ciudad de Santa Marta: primero, las honras fúnebres de Simón Bolívar el 20 de diciembre de 1830, con todos los honores que ameritaba el personaje/héroe; segundo, la exhumación de los restos del Libertador en 1842. Nos referiremos al primer hecho.
El Libertador, aquejado por problemas de salud, emprende un viaje sin regreso. Después de salir de Bogotá el 19 de mayo de 1830, recorre parte del territorio nacional, atraviesa Los Andes y baja por el río Magdalena. Llega a Cartagena y permanece allí varios días. Se le veía cansado, agraviado y enfermo. Aunque daba paseos matutinos con amigos y montaba a caballo hasta el corregimiento de Pie de la Popa, su estado de salud y ánimo no mejoraba. Salió para las islas de Barlovento, pero se detuvo en Sabanalarga, Soledad y Barranquilla. De ahí siguió a Santa Marta, donde nunca había ido. En esta ciudad fue acogido con agrado y benevolencia.
Después de estar alojado en casa del comerciante don Joaquín de Mier, fue trasladado a una finca de su propiedad, San Pedro Alejandrino, por su estado delicado y el clima, que podría ayudarlo a superar sus quebrantos. Sin embargo, murió el 17 de diciembre de ese mismo año. ¿Adónde se dirigía Bolívar? Es una pregunta sobre la que se ha especulado, lo cierto es que en esa ciudad lo sorprendió la muerte. En su última proclama, el Libertador ofreció su vida siempre y cuando cesaran las disputas entre los partidos políticos que comenzaban a enfrentarse por el poder. Su muerte fue duelo nacional.
El cadáver fue trasladado a la casa de donde había sido acogido en Santa Marta. Allí fue embalsamado por el doctor Alejandro Prospero Reverend, quien lo había atendido desde su llegada a Santa Marta y que escribió 33 informes sobre el estado de salud del Libertador. El secretario de la Comandancia General del Magdalena, Juan Antonio Cepeda, comenta: “Un concurso numeroso de todas clases y sexos ocupaba frecuentemente la casa de día y de noche, y no había uno que no lamentase la muerte prematura del Héroe” (citado en Corrales, 1889, p. 453). El general Mariano Montilla ordenó el sepelio lo mejor posible, el cual se realizó el día 20, con la asistencia de su séquito de militares, sus pocos amigos, los veteranos de la independencia y la población de Santa Marta, que se volcó masivamente para acompañar al más grande de los americanos. Sus restos fueron depositados en una humilde bóveda en la catedral. El Gobierno nacional no tuvo mayor participación en las honras fúnebres.
Tal como lo definió el general Montilla, su sepelio y honras fúnebres se realizaron con toda distinción y el recogimiento que exigía el personaje. El político y escritor Luis Capella Toledo27 nos dice sobre este hecho lo siguiente:
Jamás había desplegado Santa Marta tanta magnificencia, ni sentido tanto dolor. La ciudad que no había hecho nada por la independencia de la Patria, se enorgullecía de guardar en su seno las cenizas de aquel que lo había hecho todo. (Capella Toledo, 1948, p. 56)
Refiriéndose a las personas asistentes y particularmente a las mujeres, comenta:
En medio de las mujeres del pueblo que iban acompañando al féretro, veíase una extranjera, como de treinta y seis años de edad, bella todavía, no obstante la palidez mortal de su semblante. Llevaba un cirio en la mano derecha y en la otra una corona de siemprevivas. Por el movimiento de sus labios se comprendía que iba en oración. (Capella Toledo, 1948, p. 56)
El personaje que describe Capella es la francesita Anne Lenoit,28 la siempreviva, el amor de Bolívar, la única de sus amores que asistió al sepelio, que marchó de Tenerife a visitarlo y lo encontró muerto. Bolívar la había conocido 17 años atrás, al principio de sus incursiones en el río Magdalena, cuando sirvió a órdenes de Pierre Labatut y Rodríguez Torices, entonces presidente de Cartagena.
Por otra parte, el académico y teniente coronel José María Valdeblanquez (1963) describe el sepelio del Libertador en los siguientes términos:
Fijado el día 20, para entierro del cadáver, se ejecutó en el orden siguiente: tendida en ala la milicia de la capital, por las calles de la Cárcel, la Acequia, Santo Domingo y Grande, por donde debía pasar la procesión fúnebre y puesta sobre las armas las guardia de S. E., comenzó el desfile a las cinco de la tarde, precedida por los caballos del extinto Libertador con caparazones negros llevando sobre ellos las iniciales del hombre de S. E.; en el orden de marcha seguía el Sargento Mayor de ésta a caballo, y detrás un Coronel y un Comandante también montados, todos tres con espada en mano; después marchaba una compañía del batallón Pichincha, luego las parroquias de la ciudad, y el Cabildo eclesiástico sin asistencia del ilustrísimo Sr. Obispo29, y en seguida el cadáver del Libertador vestido en insignias militares y conducido por dos Generales, dos Coroneles y dos primeros Comandantes, detrás del cadáver el Comandante de Arma de la plaza30 y sus respectivos estados mayores, luego la guardia de S. E., compuesta también de otra compañía del batallón Pichincha con bandera arrollada y armas a la funerala, y después de ella Oficiales no empleados y Magistrados y ciudadanos de Santa Marta, presidiendo a éstos el Gobernador de la provincia, quien llevaba a su derecha uno de los albaceas del difunto General. Desde la casa que estaba depositado el cadáver del Libertador hasta la puerta de la Catedral31, recibió todos los honores que la Ordenanza señala a los Capitanes Generales del Ejército. Un silencio religioso y un sentimiento profundo se notaban en el semblante de todos los que presenciaban la triste ceremonia del eterno viaje del Libertador de Colombia, y la marcha fúnebre tocada por la banda de música del profesor Francisco Sieyes y la música sorda de los cuerpos, junto con el lúgubre tañido de las campanas parroquiales, y el canto fúnebre de los sacerdotes de la religión, hacían más melancólico el deber de dar sepultura al Padre de la Patria. Llegado en fin, el entierro a la Santa Iglesia Catedral, se colocó el cadáver en un túmulo suntuosamente vestido, y allí tuvieron lugar los últimos oficios fúnebres. Las compañías del Pichincha y guardia de S. E. y la fortaleza del Morro hicieron sus respectivas descargas en el tiempo que previene la Ordenanza, y concluida la función, el féretro fue colocado en una de las bóvedas principales con las precauciones necesarias para su conservación. (p. 141)
Sin embargo, Cepeda (citado en Corrales, 1889) señala que inmediatamente después las tropas desfilaron a sus cuarteles. Según el secretario de la comandancia, en la catedral deben reposar los restos del Libertador “hasta que pueda cumplirse su voluntad de trasladarlos a su país nativo” (p. 453), lo que sucedió doce años después, en 1842.
La ciudad toda entró en luto, la tristeza embargó a todos los corazones y los samarios tuvieron que resignarse a la crueldad de la vida: la muerte. El Libertador había muerto Santa Marta y sus admiradores y seguidores no tuvieron otra opción que aceptar su desaparición32 Los funerales tuvieron el acompañamiento de una marcha fúnebre compuesta para el momento por el maestro francés Francisco Sieyes y el batallón militar la ejecutó durante el sepelio.
Todos estos actos, realizados bajo la responsabilidad de Santa Marta en las exequias de 1830, reafirman lo dicho por la historiadora venezolana Carolina Guerrero (2006):
Por ello, Santa Marta asumía sola el deber de realizar aquel entierro. Lo hizo como distante comarca, en gallardo reconocimiento de la estatura moral y política del fallecido, y, autárquica, se disponía a rendir una suerte de fasto frugal ante el descenso de aquel cadáver a la tumba. La frugalidad, no habiendo sido predeterminada para aquel ritual, era más bien expresiva de la incompatibilidad entre los ceremoniales que merecía el estadista muerto y los que aquella localidad era capaz de desplegar. En circunstancias más afables para la figura del libertador, probablemente su cuerpo habría sido trasladado a la capital, para ser inhumado con suprema pompa. (p. 11)
Sin duda los samarios, con sus autoridades a la cabeza, no fueron inferiores al reto que le exigía el momento histórico. El gobierno centralizado en Bogotá no mostró interés por tener una mayor participación en la preparación de las exequias ni mucho menos en asistir a ellas. Ese comportamiento también se manifestó en 1842, cuando se realizó la exhumación de los restos del Libertador y fueron entregados a las autoridades venezolanas. Por eso, el protagonismo de los samarios es entendible al pensar que el fallecido era el hombre que había contribuido a liberar a cinco repúblicas del yugo de la monarquía borbónica. El que es considerado por algunos el hombre más grande de América.
Por otra parte, resulta interesante la observación de José Martín Tapias, quien escribe una crónica que se publicó en El Semanario Comercial de Barranquilla en 1881. En uno de sus apartes indica:
Nos hallábamos en Cartagena cuando llegó allí la noticia, y parecía la ciudad cubierta con un negro manto, cuya sombra se reflejaba en todos los semblantes. Las campanas de todos los templos dieron las señales, y un cañonazo disparado cada cuarto de hora, se hizo eco del dolor público. Hombres y mujeres vistieron rigoroso luto. Un mausoleo como jamás lo vio Cartagena, lleno de emblemas y trofeos que recordaban las glorias del héroe, se construyó en medio de la Catedral, que estuvo abierta tres días y tres noches; alrededor de aquel monumento bandas de música, interpretando el sentimiento público, lanzaban notas que, en aquella fúnebre solemnidad, parecían el llanto de la Patria. La concurrencia, que triste y silenciosa en oleadas se apiñó en el templo, tributó con sus lágrimas la profunda emoción del corazón, henchido de respeto y amor. (citado en Corrales, 1889, p. 446)33
Ahora bien, las autoridades del departamento del Magdalena estaban en Cartagena de Indias. Al conocerse la nefasta noticia, se enlutaron, como lo atestigua el coronel Tatis. De los documentos seleccionados por Corrales sobre la muerte y funerales del Libertador, se encuentra la Relación histórica de los honores fúnebres hechos al Libertador de Colombia, elaborada en Santa Marta el 24 de diciembre de 1830 por Juan Antonio Cepeda. En la obra se enumera una serie de hechos que rodearon la muerte y los funerales el 20 de diciembre, entre ellos, la conocida noticia de los miembros de la guarnición de la fortaleza de El Morro, en Santa Marta, dieron la señal de la muerte por medio de tres cañonazos, los que se repitieron cada media hora, hasta que se sepultó el cadáver, tal como lo establecían las normas para estos casos.
En el escrito de Juan Antonio Cepeda, como secretario de la Comandancia, precisa que en Santa Marta ni las tropas ni las piezas de artillería ni otros recursos precisos para realizar un sepelio a la altura del personaje eran suficientes, como lo establecían las ordenanzas del Ejército, por no contar la ciudad con el aparato militar para proceder a cumplir las normas en ese sentido.
La Comandancia general ha tenido que pasar por la doble pena de no haber podido tributar a S. E. todos los honores que por su graduación le correspondían, y que eran tan justos y tan dignos de sus virtudes y heroicos servicios (Corrales, 1889, p. 454).
En varias ciudades de la naciente nación se realizaron honras fúnebres al año siguiente. En Cartagena, por ejemplo, se celebraron las exequias el 17 de enero de 1831, es decir, un mes después de lo acontecido. Ese día fue de mucho dolor para los cartageneros. El sentimiento de gratitud al Libertador fue inmenso. Las habitaciones de las casas y las oficinas públicas entraron a guardar luto riguroso, no obligados como en el pasado por la muerte de un rey de la Casa de Borbón o de la Casa de Habsburgo, sino como expresión del sentimiento y el profundo dolor por la muerte de quien luchó por la libertad de los colombianos e hispanoamericanos. A la ceremonia luctuosa celebrada en la catedral, asistieron hasta aquellos que no compartían sus ideales, lo mismo aconteció en Santa Marta. Todos fueron a honrar la memoria del héroe joven fallecido a la edad de 47 años, nacido en Caracas en 1783.
Los preparativos de las exequias comenzaron muchos días antes. La idea fue construir un monumento significativo:
Este se componía de un obelisco de cuarenta y cinco pies de altura, ejecutado con singular gusto. Su base tenía veintiún pies de extensión, y sobre ella se elevaba un pedestal de diez pies de frente y siete de alto, con pilastras de relieve del orden toscano. En su centro se veía el retrato del Libertador muy bien ejecutado, sostenido por la Libertad y la Independencia, representadas por estatuas situadas sobre cadenas despedazadas, la Corona y el León de España. Sobre el retrato estaba colocado el símbolo de la Muerte, y el conjunto se apoyaba sobre un globo terrestre y las fases de la Unión. A las extremidades, hacia la base, dos estatuas, la una representando la América y la otra la Religión, y ambas en actitud llorosa, sostenían dos trípodes con antorchas encendidas. Estas figuras estaban rodeadas de trofeos militares y de las banderas de los diferentes Estados de la América y de las Naciones amigas, como la inglesa, de los Estados Unidos, francesa, holandesa y otras varias. En el tercer orden, sobre el pedestal, se elevaba el zócalo del obelisco, adornado de trofeos. En el centro descansaba la urna de relieve entrelazada de dos guirnaldas de rosa y de laurel, con un velo negro, dispuesto ingeniosamente en forma piramidal. Cerca de la urna se colocaron la espada, el bastón y el sombrero del Libertador, la magnífica medalla de brillantes que le presentó la República de Bolivia, el “Sol del Perú”, la “Estrella de Venezuela” que le regaló la viuda del ilustre Camilo Torres y la de la ciudad de Sucre, y demás condecoraciones del Libertador. Sobre el zócalo descansaba el gran obelisco de cuatro frentes. Este estaba adornado con la bandera de Colombia, la Fama en bajo relieve, el escudo de armas de la República sostenido por otro escudo. (Corrales, 1889, p. 462)
Las autoridades cartageneras, sus elites y la población en general tenían un compromiso con la sociedad neogranadina, puesto que vivían en la capital del departamento donde falleció el Libertador y se debía organizar una ceremonia de mayor categoría que la realizada en Santa Marta, que tuvo que sepultar el cadáver tres días después, sin contar con los recursos necesarios y suficientes para un ritual digno del personaje. Las autoridades, las elites y los vecinos samarios se esmeraron por realizar la ceremonia, sencilla pero llena gratitud y sentimientos patrios, con lo que contaban en el momento, porque también entendieron, como todos los hispanoamericanos, el valor y altura de Simón Bolívar. Sobre todo, porque la ciudad estuvo sola; el Gobierno central no estuvo interesado de realizar ninguna celebración pomposa y tal vez prefirió que los funerales se realizaran lejos de la sede del gobierno, lejos de la capital, lejos de sus enemigos que se empotraban en el poder.
Conclusión
Como puede apreciarse, los eventos patrióticos de heroicidad y triunfo del ejército libertador en Hispanoamérica se conmemoraron en forma de nuevos fastos en las repúblicas bolivarianas. Estas celebraciones tuvieron como modelo las fiestas del antiguo régimen y se utilizaron para fijar la identidad nacional en la memoria colectiva y, de paso, eliminar de los neogranadinos cualquier reducto de veneración y vasallaje a la monarquía española. Los momentos de la expedición de un documento/constitución son también dignos de reconocimiento; por lo tanto, era preciso que se festejaran para que todos los ciudadanos y ciudadanas supieran cómo funcionaría el nuevo Estado. Todo aquello que los poderes del Estado consideraron que era merecedor de festejos políticos, cívicos y populares, era organizado y patrocinado para crear nuevos los símbolos patrióticos que requería la república moderna que quería abrirse paso tras siglos de vida colonial. Porque, como afirma Edward Muir, “los estados necesitan ritos para enmascarar o legitimar la hegemonía, creando, por consiguiente, las ficciones de gobierno necesarias” (Muir, 2001, p. 289).
Indudablemente, el periodo entre 1819 y 1830 es el momento de transición entre las liturgias católicas/borbónicas y las liturgias modernas/patrióticas que los neogranadinos intentan erigir como los nuevos íconos de la nacionalidad. Ese va ser el trabajo que asumirá la nueva clase dirigente que comienza a prepararse al calor de la lucha ideológica y política y que durará todo el siglo XIX.
Notas
24 No es el cumpleaños, que es el 24 de julio; es el día de San Simón. Esa costumbre de festejar el día del natalicio y el día del santo aún se conserva en algunos pueblos.
25 Cabe mencionar que, en la literatura oficial –hasta el momento conocida–, es la primera vez que se utilizó el gentilicio «samario». Unos años antes existieron periódicos con ese nombre.
26 No participó en la batalla del Lago de Maracaibo, pero fue un aguerrido general venezolano que combatió por igual a los españoles en Venezuela y Colombia.
27 Luis Capella Toledo (Santa Marta, 1838; Bogotá, 1896). Reconocido escritor samario entre cuyas obras se encuentran: Colección de versos de adolescentes, Biografía del comandante José Antonio Ramírez y Leyendas históricas. Para 1853, cuando pronuncia este discurso, tiene solo 14 años. Llegó a la máxima distinción de general; a los 13 años inició su vida militar, fue sargento primero en 1854 y después de la revolución del general Melo de ese año, ascendido a alférez.
28 Anne Lenoit era hija de una de las muchas familias inmigrantes francesas establecidas en la provincia a principios de las guerras de Independencia. Obras de teatro, novelas y una película de Camila Lobo-Guerrero intentaron dar cuenta de la amistad-amor del entonces teniente Bolívar y ella.
29 El obispo José María Esteves, quien negó los santos óleos. Una vieja enemistad lo unió a Bolívar. Rector del San Bartolomé durante la conspiración septembrina. Santanderista de primera línea. Ofreció protección a José Ezequiel Rojas Ramírez, otro conjurado alumno suyo que llegó a Santa Marta procedente de su destierro de Marsella tres días antes de la muerte del Libertador. El general Mariano Montilla entró a caballo al Palacio Episcopal y lo sacó con intención de fusilarlo. Por intermediación de algunas personas y del propio Esteves, Rojas Ramírez fue conducido a Cartagena.
30 General Mariano Montilla.
31 El obispo quiso oponerse, pero la bota de Montilla lo persuadió. Montilla pensó en fusilarlo más de una vez.
32 La tradición oral y la leyenda habla que algunos festejaron su muerte. Hubo casas que brindaron con vino y silencio la partida del enemigo.
33 Este autor, a su vez, lo tomó del periódico El Semanario Comercial de Barranquilla, núm. 29, del jueves 3 de marzo de 1881.
Referencias
- Acta de la asamblea popular presidida por el gobernador político de Bogotá, para acordar los honores que se habían de rendir a Bolívar, a sus generales y a las tropas liberadoras (1819, 17 de octubre). Gazeta Extraordinaria de Santafé de Bogotá
- Alarcón, J. (1963). Compendio de historia del departamento del Magdalena (1525 hasta 1895). Bogotá: El Voto Nacional.
- Archivo Histórico de la Diócesis de Santa Marta (1813). Santa Marta, t. 15, ff. 219-220.
- Archivo Histórico de la Diócesis de Santa Marta (1815). t. 11, ff. 183-184.
- Archivo Histórico de la Diócesis de Santa Marta (1825). Decreto del 11 de febrero de 1825, Tomo 25, Folio 8-9.
- Archivo Histórico del Magdalena Grande (1827). blq. 1, bandeja 1, ff. 125.
- Archivo Histórico del Magdalena Grande (1840). blq. 1, estante 2, bandeja 3, f. 78.
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