En la monografía de Paul van Geest encontrará el lector una exposición detallada y precisa de la lucha de Agustín, a lo largo de toda su vida, por mantener el equilibrio entre la palabra y el silencio acerca de Dios. A hablar estaba obligado como sacerdote y obispo. En la Escritura encontraba lo que Dios había revelado acerca de sí mismo. La palabra era una necesdiad, para exponer la doctrina de la fe, para combatir los errores, para dar testimonio de la verdad. Pero precisamente para ello mismo se hacía inevitable la vía negativa, para no comprometer la verdad misma que nos sobrepasa, para no reducirla a lo que nosotros podemos entender y, en último término, para no tener la pretensión de dominarla. La aceptación de la ignorancia es también una forma elevada de conocimiento.
Docente de Historia, tiempo completo de la Iglesia y de Teología, Videcano de la Facultad de Teología de la Universidad de Tilburg (Holanda). Profesor honorario de Estudios Agustinianos en la Universidad VU de Amsterdan y Director del Centro para la Investigación Patrística (CPO) de ambas universidades. Doctor en Letras de la Universidad de Leiden, Licenciado en Teología de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma y Doctor en Teología de la Universidad de Utrecht.
PhD en Teología y Ciencias Patrísticas Pontificia Universidad Lateranense
Prefacio
Presentación
Introducción
Capítulo I. ¿Discurso afirmativo o negativo acerca de Dios?
Capítulo II. Aceptación del no saber y aversión al antropomorfismo
Capítulo III. Tomando consciencia de la inconprehensibilidad de Dios
Capítulo IV. Las percepciones sensoriales como requisito obligatorio para la vía negativa hacia Dios
Capítulo V. Evocación y confrontación
Capítulo VI. ¿Ver a Dios en la carne?
Capítulo VII. La incomprehensibilidad de Dios como tema de interés
Capìtulo VIII. La negación en la afirmación
Capítulo IX. El surgimiento de la ortodoxia, heterodoxia y la negatividad en la predicación de Agustín sermo 117I
Capítulo X. Convencido de la predestinación y todavía incierto acerca de Dios?
Capítulo XI. Acercándonos a Dios